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viernes, 26 abril, 2024
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Institucionalidad y disidencia

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Por: RENÉ LARA RAMOS •

¿Cómo se ve y se trata a la sociedad civil en este tiempo al que los actores políticos quieren convertir en mare magnum para promover sus intereses que visten con distinto ropaje para disputar, de forma imaginaria, el espacio institucional o capturarlo según sus intereses a los que quieren hacer pasar por interés general? Quieren que los escuche la sociedad civil, se esfuerzan para ello y presionan hacia el mare magnum, justo en los límites con el caos, del que destaca su potencial creatividad de lo inédito, novedad que sea cambio y no la misma disputa por el poder tradicional, cuya actualidad y formas parecen rebasadas por representaciones y actuaciones radicales, aun no condensadas como cambio político y no sólo conquista temporal de concesiones. La clave ¿se trata de sostener o conservar los privilegios obtenidos? Algunos son conquistas destacadas en el (des)concierto nacional, plagado por una desigual existencia y medición de fuerzas para ampliarlas o afianzarlas, no perderlas.

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A pesar de las movilizaciones sociales, ¿cómo está el país, ante irrupciones estacionales o un cambio institucional? ¿Tales irrupciones de fuerza, ideas, principios y programa político diluyen las bases de lo que se quiere cambiar? Esto exige a los participantes constituirse y emerger en otro plano como oposición política, más allá de una estacional o eventual disidencia en la que se disputan, sobre todo, recursos económicos, a destiempo y con costos elevados que cada día deterioran una labor obligadamente cotidiana como su objeto de trabajo, la educación. El obstáculo para el cambio institucional tiene que ver con el nivel de conciencia y organización política que se tenga y con base en ello se asuma y practique la imposibilidad actual de cultivar como alternativa política el corporativismo ideológico, aunque nada impide asumirlo a cada maestro como decisión o compromiso personal con libertad, en uno u otro sentido.

Aquí retomo la metáfora de Felipe Correa, el crisol: que este movimiento una, sin fundir y dé forma política a flujos que con cierta facilidad confluyan con otros para impulsar transformaciones que dejen huella y condensen el común patrimonio cultural y político de los educandos y sus familias en sentido democrático; opuesto, por tanto, al operar formal democrático que día a día transcurre en mantas, consignas, periódicos, fotos o textos captados, insertos o convenidos a favor de algo o de alguien que muchas veces no es el pueblo de Zacatecas, aunque el discurso diga lo contrario. Esto no debe pasar con los autollamados “democráticos”, por tratarse de algo tan difícil como la responsabilidad de impulsar e instaurar la democracia mediante una actuación democrática en el tema educativo, en su preparación, actualización y retroalimentación como opciones para sustentarse como democráticos. Democracia no es un saco que se pone o quita a voluntad, ni según el escenario donde se actúa. De gran complejidad y compromiso, si el escenario son los estudiantes, la clase, el aula, la escuela, los padres y madres de familia, la autoridad, el barrio, la localidad o ciudad.

Ser maestro o maestra, más allá de lo gremial, implica asumirse como actores sociales y políticos de una concreta e histórica sociedad civil, y ver y contribuir a conformar a los educandos y al entorno en ese paradigma que exige pasión, técnica, conciencia y libertad, sin los cuales no puede despuntar ni florecer la democracia. Esta es inseparable de la educación y debe ser relievada en cada clase sin incurrir en la grilla o en confundir su promoción como valor con tirarse el rollo, forma de grillar. Imprescindibles. democracia y educación, para no calificar de sorda o falta de escucha a una sociedad civil urgida de comunicación y no de dictados o consignas. La descrita es una forma dura, difícil para hacer democracia y ser democrático; inagotable tras la consigna, el volante, la pancarta o el pasacalle, por ser una forma de vida que expresa con claridad la calidad de una oposición política al servicio de otra posible escritura de la historia, una que parezca y sea democrática, sujeta y promotora de cambiar en sentido democrático. Así institucionalidad o disidencia confluyen en la democracia. O deberían.

¿Es democrático el Pacto por México y participar en él? ¿Quién facultó a los actores convocados por el Pacto por México a decidir o asumirse como decisores de todos los mexicanos? Dicha forma de gobernar a México y a los mexicanos, ¿preserva o modifica el mismo añejo neoliberalismo consolidado desde Salinas Zedillo? ¿Cuál es la novedad? Los poderosos controlan dicho Pacto, ¿se beneficiaron de las privatizaciones y del crack del 1994? ¿El Pacto por México es la forma de contener y marcar el paso a la oposición política, sin importar ideologías? ¿En verdad no les importan las ideologías y son tecnócratas puros? La aparente unidad que priva en el pacto, parece resquebrajarse. ■

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