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domingo, 19 mayo, 2024
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La Iglesia y su obsesión por la moral

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Por: P. Aurelio Ponce Esparza • admin-zenda • Admin •

Este es otro de los argumentos que utilizan quienes pretenden desacreditar la labor de la Iglesia en favor de la familia, sobre todo a raíz de las recientes marchas convocadas por el Frente nacional por la familia y que fueron respaldadas por la Conferencia del Episcopado mexicano.  Que la Iglesia debería ocuparse de los asuntos más importantes que aquejan al país como la pobreza o  la violencia en lugar de aferrarse a cuestiones de tipo moral. Eso es lo que dicen.

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La Iglesia  no tiene ninguna obsesión por la moral, no es una madrastra regañona que juzgue sin piedad las acciones de sus hijos. La Iglesia se sabe enviada a anunciar un mensaje de salvación integral para el ser humano, el mensaje del Evangelio es buena noticia para todo hombre y la Iglesia prolonga en el espacio y en el tiempo este mensaje liberador. En este sentido la Iglesia se preocupa y ocupa por el ser humano, proclama la verdad del hombre, ser dotado de alma y cuerpo, finito y trascendente, inteligente y libre, hombre y mujer. Un ser único en la creación, capaz de las más grandes hazañas de amor y donación, pero igualmente capaz de las más terribles acciones en contra del mismo hombre y del mundo en el que vive.

La Iglesia proclama y defiende la dignidad de todo hombre, su valor intrínseco y trascendente. La Iglesia ha mantenido desde siempre el lugar especial del hombre en la creación, un ser uno y único, completo y al mismo tiempo en continua construcción; social, sexual,  político y religioso. El hombre es por naturaleza multidimensional, de modo que cualquier intento de reducirlo o definirlo en base a una sola de sus dimensiones es un atentado en contra de su dignidad.

Claro que la Iglesia se ocupa de los pobres, lo dicen los cientos y cientos de comedores comunitarios y centros de ayuda (CARITAS) que en las diversas diócesis del país mantiene la Iglesia, con una labor extraordinaria y desinteresada de sacerdotes, religiosos y laicos. Claro que se ocupa de la violencia, lo dicen los más de 40 centros de ayuda a los migrantes, centros regenteados por sacerdotes y laicos, quienes arriesgan cada día su vida en favor de los cientos y cientos de hombres y mujeres que, en su afán de llegar a los Estados Unidos, son víctimas de los cárteles y traficantes  que los secuestran, extorsionan y violentan. Claro que de esta inmensa labor de la Iglesia en nuestro país nunca se va a hablar en los noticieros de las grandes televisoras.

Pero la cuestión que está en juego ahora es fundamental. Las decisiones de la Suprema corte de justicia y la propuesta del Ejecutivo sobre los “matrimonios” igualitarios no responden a cuestiones verdaderamente urgentes de nuestra nación, sino que se trata de un paquete ya diseñado que viene directamente de la ONU, específicamente del Fondo de población y que busca implantar en América Latina una ideología de género, que atenta contra el matrimonio y la familia claro, pero que en realidad es un atentado contra la dignidad del ser humano. Los grupos LGBT y anexos son objeto e instrumentos de estos intereses, aunque les hagan creer que ellos son el centro de estas reformas.

Esta ideología pretende implantar una idea de ser humano incompleta, reducido a su mínima expresión, definido únicamente por su dimensión sexual-genital, se busca reducir al hombre a sus solos instintos, convertirlo en cosa, en objeto de placer sexual, con la idea de que todo le es permitido y basta con que una cosa lo haga feliz para que tenga el derecho de hacerlo. Un ser que consuma sin cuestionar, que crea que es libre, pero que en realidad vive esclavizado por  un sistema cruel que lo explota y sangra hasta que ya no le sirve más. Un ser incapaz de distinguir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, que le de igual ser hombre o mujer o transexual o bisexual o intersexual o asexual; en una palabra, un ser débil y manipulable.

Por eso no es casualidad que un tema central de la ideología de género sea la educación. Se pretende implementar una educación sexual en las escuelas que conduzca a lograr estos objetivos. No es que a los niños se les diga que pueden ser hombres o mujeres, la cuestión es más de fondo, aunque esto sea ya de por sí grave. Se trata de implementar una educación sexual reducida a su mínima expresión, enseñar a los adolescentes a usar los preservativos, hablarles de la existencia de algunas enfermedades y darles su primer condón “por si acaso”. Ya nuestro sistema de salud sigue estos lineamientos cuando en sus spot publicitarios pone a unos adolescentes a decir: “si vas a la fiesta, lleva globos”. Enseñarlos a usar preservativos no es educación sexual, sino una invitación a usarlos sin estar realmente preparados para ello. A eso conduce la ideología de género. ■

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