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viernes, 3 mayo, 2024
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La cultura del dolor, el cielo y el infierno

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

No soy creyente de golpes de pecho, no voy a misa y estoy en paz con mi Dios que puede no ser el suyo, hago lo que creo conveniente, me rijo por el corazón y no hago daño a nadie. Nuestra imperfección humana nos hace creer que hay algo superior del cual depende nuestro presente y nuestro futuro, nuestra tristeza y nuestra infelicidad. Este apego que llevamos tatuado siendo muy niños nos ha llevado a una cultura de aceptación que ha sido históricamente utilizada a favor de ciertos grupos e instituciones religiosas, de tal suerte, se ha difundido la idea de que entre más se sufra o mientras más pobreza y miseria padezca, se abrirán con mayor amplitud las puertas del paraíso. Si Usted cree plenamente en la cultura del dolor, se respeta y ya cada quien será responsable de su idea del cielo y el infierno, aunque por todos está visto que el verdadero averno está aquí frente a nosotros, en cada día, en cada manifestación de violencia, en cada plagio de un ser inocente, en cada vida que se apaga agresivamente sin tener la posibilidad de decir adiós a los más allegados, a la madre, al padre o a los hijos. La carga emocional impregnada de dolor, desesperanza, odio e impotencia, se localiza en cada rincón del territorio nacional, en cada casa que ha presenciado la desarticulación familiar a consecuencia de algún evento delictivo; las lágrimas se han secado en nuestras almohadas con motivo del desamor o la pérdida de algún ser que se ha alejado sin retorno terrenal; los niños lloran en silencio por su padre o por su madre cuando no se ven conciliados sus intereses y renuncian a una vida común rompiendo la armonía que se antoja en extinción.

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El cambio de horario impregna más oscuridad a nuestro desencanto por la vida, no en vano se incrementan los suicidios y se aborrecen las fiestas de fin de año ante tantas ausencias y oleadas de melancolía infinitas. El mundo también sufre, las guerras y anhelos de extinción humana no dan tregua a las esperanzas de Paz, las instituciones internacionales especializadas en simulación y declaraciones enérgicas estériles, sucumben ante el armamento que cobra facturas de vida a generaciones enteras cegando el futuro de niños, mujeres y hombres; los pueblos se alejan de la hostilidad y navegan entre ríos de sangre en busca de territorios amigos, en el intento, se ahogan o se enfrentan a los sólidos muros de la indiferencia o los trámites burocráticos que se cierran al humanismo y se abren a la bestialidad. Algunas iglesias y otras instituciones religiosas que predican el amor, el equilibrio y la armonía, lucran con la ignorancia y la fe de muchos; protegen de manera infame a sus demonios que aprovechan las penumbras de sus recintos para quebrantar la inocencia y genuinas vocaciones de divinidad que se extinguen o se fortalecen; pululan sacerdotes que se creen intocables o paridos por Dios, indecentes, corruptos y vulgares, con familias ocultas y ahijados sospechosos; arraigados a las mieles del poder y la lujuria, siervos del mal y adictos a las riquezas materiales, predicando sin el ejemplo y fuera del cauce de la iluminación, el sacrificio y bien común. Las veladoras no se encienden, se guardan y se vuelven a ofertar, algunos milagros se fabrican y pocos santos están tan cerca del infierno, que es difícil distinguir quién tiene los cuernos más afilados. Sólo algunas monjas reprimidas en su vida sexual, abnegadas e iluminadas bajos los reflectores de la oración, osan educar y trasmitir valores a regañadientes, sin convencimiento propio, profiriendo agresividad contra los infantes pero sublimes al interés de los pudientes. Morirse cuesta dinero, vivir aún más, casarse es muy complejo y encontrar afinidades es impensable, divorciarse es un lujo y aguantarse un heroísmo. Las nuevas generaciones van por el camino del nulo apego con la pareja, por la senda de la irresponsabilidad sexual con un alto grado de facilidad para abrirse al placer pero con una carencia profunda del sentido del respeto, el amor, la tolerancia y la buena mesa. Todo está servido, el collage de penurias que me despertaron de mi letargo han sido expuestas, su opinión podrá coincidir o no y, aun así, la Tierra se sigue moviendo. ■

 

*Representante de Zacatecas ante el Consejo Consultivo Nacional para el Desarrollo Sustentable

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