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sábado, 27 abril, 2024
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Progreso y retroceso en la historia metafísica de México

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Que la historia es un progreso constante hacia mejor no es una ocurrencia del “teórico” de la cuarta transformación. Es una idea que recorre el mundo desde antes que el “espíritu” del idealismo alemán, encarnado en Immanuel Kant, glosarala Biblia en clave cosmopolita. Los mexicanos no han sido nunca ajenos a esas “historias teleológicas”, de entre las cuales la más exitosa es la que Gabino Barreda pronunció en Guanajuato un 16 de septiembre de 1867. Su resonancia le valió al médico el título de fundador de la Escuela Nacional Preparatoria y primer artífice del proyecto positivista de educación. Como bien se sabe, en 1867 fue fusilado Maximiliano de Habsburgo, con lo que el segundo imperio mexicano mordía el polvo. Aniquilado el poder objetivo del partido conservador, el liberalismo sufrió una transformación al convertirse en polo único del poder en México, a la vez que se inclinaba ante los apotegmas que Barreda aprendió en París del más famoso discípulo de Henri de Saint-Simon. La “Oración cívica” no es una pieza sencilla, pues constituye tanto un alegato a favor del fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo como una justificación filosófica de la Independencia de México y la victoria liberal en la Guerra de Reforma. Pues los conservadores eran los representantes del viejo régimen, de la monarquía y el catolicismo romano, el anclaje al estadio metafísico en la progresión histórica de Auguste Comte. Mientras que los liberales, con Benito Juárez al frente, eran la avanzada de la razón, del sereno espíritu positivo, no sólo en América, sino en el mundo entero pues Europa estaba consumida por las llamas de la contrarrevolución y la anarquía. Pero hay algo más. No sólo debían ganar los liberales, sino que ya con el triunfo asegurado era una obligación avanzar por el camino de la ciencia, la razón y el progreso. El positivismo lanzó, en ese discurso, su cruzada, su “Yihad”, pues Barreda hizo un llamamiento a dar a conocer, a través de la educación nacional, la doctrina de Comte como “destino”. Y no tardó en aparecer el agente capaz de cumplimentar esa exigencia: Porfirio Díaz. Leopoldo Zea prefiere leer el episodio positivista como una instancia de las especulaciones de Ortega y Gasset e indica que la adopción de esa filosofía era un intento de “salvar la circunstancia” pues el país requería pacificación y orden tras tantos años de guerra civil e invasiones. Octavio Paz añadió que tal filosofía era incongruente para el ámbito mexicano y todo el porfiriato un periodo de “falsedad histórica” y ruptura de los nexos con el pasado. No se debe olvidar, sin embargo, el abismo que existe entre las preocupaciones de Paz y los panegíricos de Barreda, pues mientras el poeta se inscribe en la búsqueda posmoderna de la identidad el médico suspende todo juicio individual para invocar la universalidad de la ley histórica. Y claro, sin ninguna duda, la ruptura de los nexos con el pasado era el objetivo militante y manifiesto del positivismo mexicano. Por ende, el desacuerdo entre los intérpretes posrevolucionarios del positivismo, y la crítica positivista (i.e. la conciencia de sí del positivismo) no puede ser más hondo. Para las elites mexicanas del porfiriato la adopción, reinterpretación y promoción de la doctrina de Comte no equivalía a una renuncia al “ser nacional”, sino un paso en el progreso de acuerdo a una ley científica. Por supuesto, la crítica positivista no ignoraba lo que de metafísica implicaba todo ello. Sin embargo, al igual que las leyes de la mecánica, las de la historia no dependen de un lugar y un tiempo: son universales. Octavio Paz y Leopoldo Zea no conciben las cosas de esa manera, ambos tratan de entender la situación humana desde su singularidad histórica y no como instancia de leyes universales, dependen de pensadores como José Gaos, José Ortega y Gasset y a través de ellos de Wilhelm Dilthey o Heinrich Rickert. Para decirlo con palabras fatales: los críticos del positivismo observan esa filosofía desde otra filosofía, lo que implica que piensan en contra, que parten depremisas muy diferentes, así que sus juicios no son definitivos. Al final del “Laberinto de la soledad” Paz, en 1950, también define la situación nacional: tras haber agotado las “formas históricas” que puede proveer Europa está, México, por fin, en la desnudez y soledad. No le queda ninguna moda por asumir, ninguna filosofía por adoptar, ninguna doctrina por venerar. Según esto, y por primera vez en la historia, seremos contemporáneos de todos los seres humanos. Para Barreda los mexicanos ya habían dejado de ser contemporáneos de Europa, pues avanzaban hacia el estadio positivo en representación de toda la humanidad. Parece claro que Barreda se equivocó menos que Paz, pues al menos aquella predica tuvo un agente que la realizara, mientras las especulaciones del premio Nobel quedaron en humo, ya que el marxismo como ideología y filosofía gozó y goza de buena salud en México. Y no sólo el marxismo, sino otras “formas históricas” europeas, y algunas diseñadas en New York que, al parecer, no se agotan. A partir de lo anterior queda una pregunta, que todo crítico del marxismo debe ponderar. Evacuar el positivismo de México requirió una guerra civil, ¿eso exige eliminar una doctrina?

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