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lunes, 6 mayo, 2024
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Debates y ambiente político-religioso en la CSW59: entre el  progreso y retroceso

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Por: ADRIANA GUADALUPE RIVERO GARZA •

Del 9 al 20 de marzo del presente año se celebró el 59 período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (por sus siglas en inglés CSW59), el cual tuvo lugar en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. Allí se llevó a cabo la evaluación de los progresos y retrocesos de la implementación de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing.

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​En algunas líneas, intentaré compartirle  mi experiencia como integrante de la delegación mexicana, representando al Consejo Consultivo del Inmujeres en la CSW59. Sin embargo, no puedo evitar hacer alusión al apasionante apartado “El ambiente político local. Los sucios hábitos heredados” que el Dr. Enciso Contreras aborda en su libro El código civil para el estado de Zacatecas (1827-1829). Esto porque, esas páginas me recuerdan el ambiente que se vivió en este 59 periodo de sesiones en la Gran Manzana.

Afortunadamente no escribo un trabajo para el doctorado en Historia, por eso me doy el permiso de jugar con los procesos históricos e incluso con los términos empleados, para hacer una analogía entre el ambiente político que se vivía en las primeras décadas del siglo 19, y las fricciones ideológicas y culturales que se vivieron en la CSW59. Esas controversias me recuerdan a los debates entre “bandos contradictorios”, cuando se leen las novedosas formas de hacer política en el primer periodo federalista en Zacatecas y la marcada influencia del clero, así como los debates interminables y la presencia, que a todas luces se observó, de la Iglesia Católica en la ONU. Esto es, ver cómo la laicidad lograda en algunas de las constituciones o normas fundamentales de los estados miembros de las Naciones Unidas, se sigue viendo amenazada por los  hábitos heredados de las religiones. En el caso de México, heredada de los principios de la Iglesia Católica que fue y sigue siendo “punta de lanza de las fuerzas conservadoras”, y que ha implicado un sin número de retrocesos en el reconocimiento de todos los derechos humanos de las mujeres.

​Cabe mencionar que si bien no es tan sencillo definir “los bandos opuestos y contradictorios” dentro de la CSW —ya que hay muchos temas en los que ambos grupos encuentran puntos de sinergia para la acción—, sí puede decirse de manera general que los debates se dividen entre quienes pugnan por todos los derechos humanos de las mujeres y quienes optan sólo por algunos.

Entre los que más tensiones y discusiones causan, incluso se convierten en verdaderas batallas campales, es el debate que resulta del reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos, en específico del derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su cuerpo. Allí es donde se pueden observar las resistencias conservadoras frente a las progresistas —si así se les puede llamar—, y en donde existen debates interminables sobre las costumbres y las religiones que se tratan de imponer en países laicos.

Otras posturas pueden observarse con respecto a algunos derechos humanos como el de la libertad, o a vivir una vida libre de violencia, puesto que algunos países, por cultura, permiten el matrimonio infantil, imponen el uso de la burka o la ablación, que en otras naciones son consideradas prácticas transgresoras de los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Por lo tanto, puede decirse que hay acciones organizadas para avanzar en el reconocimiento y garantía de todos los derechos humanos de las mujeres pero, en contraste, también las hay —me atrevería a decir—  más instauradas, disciplinadas y financiadas estrategias para que esto no suceda.

¿Cuáles avances pudieron observarse? Pues por ejemplo, la revisión, evaluación y conmemoración de Beijing + 20, en donde se reconoce a las mujeres una serie de derechos respecto de los cuales no hay controversia alguna, como a la paz y al desarrollo. Otro avance es la presencia cada vez mayor, dentro y fuera de las Naciones Unidas, de organizaciones de la sociedad civil (OSC). Al parecer, una de las conclusiones es que la CSW es más producto de la presión ejercida desde la sociedad civil que de los estados parte. Esto se nota al menos en lo práctico, porque en lo formal, la Declaración de este año excluyó, al no reconocer su trabajo, a los grupos de mujeres y del movimiento feminista.

​La posición de México en el debate general ante las Naciones Unidas, debido a los reclamos y posicionamiento de grupos de mujeres y movimiento feminista, fue la de pronunciarse por todos los derechos humanos de las mujeres, y por reconocer del trabajo en la reunión Beijing por parte de los grupos de mujeres y feministas, y apreciar el trabajo de las defensoras de derechos humanos y de periodistas mexicanas.

​Sin embargo, para que pudiera incorporarse lo antes dicho en la posición oficial de México ante la ONU, tuvieron que darse prolongadas discusiones entre las y los integrantes de la delegación mexicana, por un lado, y las  organizaciones de la sociedad civil, por la otra. Había posturas diversas y contrapuestas, unas muy conservadoras y otras más reivindicativas del movimiento feminista; es más, en alguna de las reuniones el embajador tuvo que intervenir porque ante la alocución de una integrante de OSC de Chihuahua —en la que exigía que “los abortos del producto de una concepción con posibilidad de tener cromosomas XX debieran ser considerados feminicidios”— un grupo de compañeras del PUEG, estuvo a punto de impartir una cátedra —y algo más—sobre interrupción voluntaria del embarazo y violencia feminicida en México. Cosas que, definitivamente, son completamente diferentes, por lo que afortunadamente se interrumpió el inminente debate.

En el edificio de las Naciones Unidas, desde las 8 a las 20 hrs, podían verse a mujeres y hombres diversos, de todas las nacionalidades y etnias. África, en ese sentido, tiene una gran presencia, seguida de América Latina. Se podían escuchar diferentes posturas ideológicas, políticas y culturales, tanto a representantes de organizaciones de la sociedad civil, de autoridades estatales, como a ministros religiosos. Por ejemplo, en algún evento paralelo —más de doscientos se organizaron en la seda de la ONU— se dejaba constancia de que la violencia que se vivía en México era, en parte, responsabilidad de las mujeres por no educar en valores a sus hijos; en otro más se responsabilizaba directamente a los gobiernos de la violencia, discriminación, desigualdad, falta de desarrollo y el hambre que padecían las mujeres y las niñas.

​Con respecto a las posturas religiosas, el 11 de marzo, mientras esperaba en uno de los pasillos para entrar a la Asamblea General de la ONU, vi como un grupo de jóvenes, mujeres y hombres, era conducido por un varón vestido de sotana negra con cuello blanco a uno de los salones del segundo piso de la sede. Además, mientras descansaba en una de las salas me abordó algún ministro de las Iglesias Pentecostales en África, preguntándome sobre el credo al que yo pertenecía. Me dijo que un grupo de personas acudió a la ONU para fijar su postura con respecto de los derechos de las mujeres. Por su puesto, deseaba saber el de mi país, creo que sólo le dije que no profesaba ninguna religión y ante la insistencia le contesté: Sorry, I dont speak english… Por cierto, es muy complicado ir a la ONU y no saber hablar inglés.

​Desde mi perspectiva, los retrocesos en el proceso de reconocimiento de los derechos de las mujeres, por un lado, se deben a la intervención de grupos religiosos, en específico y en el caso de México, a la Iglesia Católica que marca  sus posturas con respecto a la condición jurídica y social de las mujeres y que, lamentablemente, ejerce una influencia ideológica importante. Otro, a los modelos económicos establecidos a nivel mundial, que además, son hegemónicos y androcéntricos. Por otro lado, existe una falta de cambio de estafeta o transición generacional en los grupos de mujeres y movimientos feministas; en ese sentido, se pudo observar que los grupos conservadores sí impulsan la participación de los y las jóvenes y, sorprendentemente, de manera muy adoctrinada. Al respecto debo decir que sin duda es importante partir del reconocimiento de determinados procesos históricos y la participación de ciertos grupos de mujeres, pero es necesario también que nuevas generaciones impulsen esas acciones iniciales con novedosas visiones y metodologías feministas.

​En síntesis, a veces los pasillos en la ONU eran intransitables, tanto física como ideológicamente, por la convivencia política, cultural, institucional y hasta económica. La religión, o las religiones, tienen una presencia importante en la ONU. La iglesia católica la tiene. En cambio, los grupos de mujeres feministas “promotoras y autoras” de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing fueron excluidas este año. Otras OSC tuvieron presencia efectiva en la ONU, grupos de jóvenes, muy jóvenes defendiendo ideales conservadores estuvieron allí. Otras, solicitaron lugares, pidieron que los estados se comprometieran con las mujeres de sus países, lograron reuniones, posicionaron temas, metodologías ante el Post 2015. Es decir, tuvieron presencia mas no sé su incidencia, puesto que una de las problemáticas que se plantearon fue que la CSW se ha caracterizado por emitir documentos y declaraciones y no por implementar acciones en concreto.

​El asunto es, como se dijo, llevar las declaraciones a la práctica, procurar su seguimiento a través de agendas gubernamentales específicas, las cuales se negocian en las oficinas de las Naciones Unidas. El asunto está, en esta ocasión, en la evaluación post 2015, pues no se pueden desligar de los compromisos adquiridos, de las plataformas de acción y del reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres ya firmados, porque como ya se mencionaba “en la ONU saben muy bien que el trabajo de las mujeres es garantía para que sobreviva el sistema económico, ya que ellas, nosotras, somos la base de grandes ganancias en todos sentidos”. Pero el tema económico lo dejamos para otra ocasión. ■

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