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Por: ROLANDO ALVARADO FLORES •

La Gualdra 328 / Literatura

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Con 88 años cumplidos falleció el 22 de enero de 2018 la escritora norteamericana Ursula Kroeber Le Guin, hija del antropólogo A. L. Kroeber. El diario español El País, el 24 de enero, no escatimó el ditirambo, como tampoco lo hicieron The New York Times o The Guardian en la misma fecha. El número de diciembre de 2017 de la Revista de la Universidad de México incluye un fragmento de Los desposeídos. En ese mismo año la editorial “The Library of America” publica completo el ciclo de Los Hainish y la serie de Orsinia.

Ante la muerte no se sabe qué decir, por eso abundan los lugares comunes o la mera incoherencia verbal. Victor Urbanowicz, en 1978,[i] enunció el mejor halago para un escritor cuando comentó Los desposeídos, ya que con esa novela Le Guin profiere la épica afirmación del escritor de hacer lo hasta ese momento no intentado: la firme narración de una sociedad anarquista. Ese tema estaba ausente de la corriente principal de la literatura norteamericana, dominada por el modernismo de los Fitzgerald, los Pound, o los DosPassos, tan preocupados por el éxito o fracaso de su democrático país y sus igualitarios ciudadanos víctimas de la abundancia.

La vida política y la vida personal, nos ilustra Le Guin en su obra, no van separadas, no hay una virtuosa esfera pública cuyo envés es la viciosa vida personal porque la virtud cívica es una forma de vida, no un procedimiento formal de representación garantizado por instituciones impersonales. Principio central del anarquismo es la unidad de medios y fines, por lo que cualquier metodología revolucionaria debe ser, a la vez, éticamente defendible, de otro modo es repugnante. Una mejor sociedad no se consigue por procedimientos que, una vez haya sido alcanzada, sean considerados reprobables. El énfasis aquí ha sido en lo que la novelística de Le Guin tiene de partisano, no en los medios formales de expresión porque una obra de imaginación actúa en el mundo desde su particular manera de expresar los puntos de vista de una generación de personas, y esos puntos de vista son siempre una posición sobre el presente, la manifestación del sentimiento de un conjunto de almas frente a la totalidad de lo existente. Por eso determina su aventura en la sociedad.

No ha mucho F. Jameson declaró que en los Estados Unidos de América se han extinguido las utopías, porque desde la “Ecotopía” de Callenbach (1975) lo que prolifera en la literatura de ese país son las abundantes variedades de la distopía (An american utopia. Dual power and the universal army, 2016, Verso). Sin duda esto indica que la fatalidad abruma las mentes de los escritores, que el pesimismo vende y que la máquina capitalista bien puede funcionar con la melancolía, la acedia o el llanto. Es difícil extender el diagnóstico para México porque localizar la última de sus utopías es una empresa ambigua. ¿Se localizó en la izquierda sectaria?, ¿apareció en las corrientes “democráticas” del PRI que refundaron la izquierda?, ¿está en las memorias de Vasconcelos?

Lo que sí es claro es que sobre las mentes imaginativas de nuestro país pesa mucho el problema del narcotráfico, que es la forma cruda del asunto más arduo de la dominación capitalista. Tan las aturde que no ven solución alguna, o cuando la ven está en los movimientos de los mercados internacionales y no en las instituciones del Estado mexicano,[ii] lo que constituye una cesión inadmisible. Esto es indicativo de un estado de ánimo, de una derrotista posición producto de la soterrada admisión de la incapacidad del espíritu de hacer su tarea en el mundo. Esa tarea consiste en cambiarlo, porque tal cual se nos aparece es, todavía, inaceptable por constituir una pletórica exhibición de atrocidades.

La solución menos imaginativa propuesta hasta la fecha es la de legalizar las drogas porque, se cree, con ello se reduciría la violencia. Aunque fuese así el problema de fondo, que es la dominación sobre las almas inherente al sistema de reproducción social permanecería intacto. Que unos cuantos empresarios violentos sean indultados, o unos cuantos productos se vuelvan de consumo masivo es promover aún más lo que constituye el origen del malestar. Por eso son necesarias las utopías, porque en ellas se asume la crítica de lo existente desde la posición de que la acción humana organizada y razonada puede cambiar el mundo para bien, que no siempre las consecuencias indeseadas de la acción colectiva o individual llevaran a la catástrofe.

Un muerto nos habla desde su obra, son los hijos que dejó, los libros que pudo escribir, las mujeres u hombres que conoció, las acciones que hizo bien o mal, las que portan su mensaje. En alguna de sus tesis sobre el concepto de historia Walter Benjamin aludió a la débil fuerza mesiánica que corresponde a cada generación que peregrina sobre la tierra. Tal fuerza, si acaso existe, está contenida en el mensaje que los muertos nos han dejado, sobre todo en aquéllos cuya derrota no debe ser olvidada.

 

[i] SF Studies, vol. 15, #2.

[ii] Véase el artículo de Alejandro Hope en el número de enero de 2018 de Letras Libres.

 

 

 

 

 

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