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sábado, 27 abril, 2024
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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

La falta de valores fue el villano favorito de todos los males del país hasta hace algunos días. Así se explicaban los problemas sociales, y en particular la violencia y la inseguridad que eran preocupaciones prioritarias hasta el sismo que nos sacudió.

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A los jóvenes se les acusaba de no querer trabajar, de no pensar más que en sí mismos, y de no conocer más mundo que las pantallas de sus celulares.

Pero ocurrió el sismo y miles de voluntarios superaron pronto el susto, y abandonaron sus asuntos personales para retirar escombros; otros tantos apenas supieron la noticia y emprendieron el viaje para ir a hacer lo que se pudiera. Otros millones establecieron centros de acopio, donaron dinero, víveres y herramienta.

La esperanza en nosotros mismos parece renovada. El tejido social que creían putrefacto está ahí, demostrando que en este país sin ley, con impunidad casi absoluta, lo único que nos sostiene somos nosotros mismos y nuestras ganas de seguir de pie.

No es la primera vez que los mexicanos derrochan solidaridad, y seguramente no será la última. Pero en esta ocasión se sintió con gran intensidad en alguna medida porque parte de la desgracia ocurrió en Ciudad de México, donde un enorme despliegue mediático visibiliza historias, difunde héroes, y da datos que permiten sentir las dimensiones de la tragedia al resto del país y del mundo.

Sobró la ayuda – ¡y qué bueno!- y faltó suficiente organización.

Entendiendo que la prioridad suele ser el agua y los alimentos, cientos facilitaron esto a tal punto que hubo necesidad de llamar a repartir esto en otros lados, o bien a contribuir con herramienta.

Pronto también se resolvió esta necesidad, al menos en ciertos lugares, como lo testifica la estimada Genoveva Flores, profesora del Tec de Monterrey en la Ciudad de México, quien tuvo que someter a consulta qué hacer con el dinero recolectado para comprar herramienta que serviría para el rescate porque se le informó que ésta ya no era necesaria.

Las manos bienintencionadas por momentos generaron más daños que beneficios. En Xochimilco, fueron tantos voluntarios los que querían ir a ayudar, que provocaron un caos vial que complicó más la emergencia.

Fuera de la Ciudad de México hubo dificultades similares. Cundieron los centros de acopio que ante la dificultad de hacer llegar los vivieres a su destino terminaron alimentando otros centros que a su vez repetían la operación en una triangulación inútil.

Además, los protagonismos y las envidias no quedaron atrás. Circularon invitaciones para donar en tal lugar, y no en otro, porque allá estaba cierta persona, y acá está mi sobrino. Vi gente que suele luchar junta y hombro a hombro, confrontados por quién salía en la foto, de quién era el logo, o quién tuvo la idea.

Vimos políticos y empresarios habilitando sus oficinas como centros de acopio sin aclarar procedimientos de entrega, con la sola promesa de que sería una cosa “de voluntario a voluntario, de persona a persona”.

Primeras damas despertaron la indignación por acaparar la ayuda entregada por la ciudadanía para entregarla como propia, y ponerle su logotipo.

Tanta voluntad y buena fe necesita organización, y administración, porque esta solidaridad no permanecerá a ese ritmo e intensidad. Tarde o temprano la gente regresará a su vida cotidiana, se hablará de otras cosas, y quizá incluso haya nuevas tragedias que demanden nuestra atención.

La mejor manera de hacerlo es buscando que la fuerza de la sociedad que una vez más ha superado al gobierno y su notoria ineptitud, se canalice en la demanda porque los responsables paguen sus obligaciones, y porque las herramientas del Estado para responder en estas circunstancias, funcionen.

Por valioso que sea el esfuerzo ciudadano no podemos perder de vista que hay un Fondo Nacional de Desastres para circunstancias como estas. Que podría obtenerse recursos de vender el avión presidencial, el más caro del mundo; de recortar las pensiones de expresidentes, de eliminar el pago de salarios al servicio de Vicente Fox, y Felipe Calderón, etcétera.

Este espíritu ciudadano que hoy sale a las calles a remover escombros tiene que transformarse en exigencia de cuentas claras, de cumplimiento de las leyes de construcción, de castigo a quienes permitieron los lugares de papel, a quienes saquean los hospitales, acaparan los víveres, lucran con la pobreza de la gente en las campañas.

De lo contrario, seguiremos siendo un país movido en lo urgente y pasivo en lo importante.

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