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viernes, 3 mayo, 2024
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Konstantin Kavafis y el retorno a Ítaca como aprendizaje eterno

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 595 / Filosofía / Poesía

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1

Siempre ten a Ítaca en tu mente; 

llegar allí es tu meta; pero no apresures el viaje. 

Es mejor que dure mucho, 

mejor anclar cuando estés viejo. 

Pleno con la experiencia del viaje 

no esperes la riqueza de Ítaca. 

Ítaca te ha dado un bello viaje. 

Sin ella nunca lo hubieras emprendido; 

pero no tiene más que ofrecerte, 

y si la encuentras pobre, Ítaca no te defraudó.

Con la sabiduría ganada, con tanta experiencia, 

habrás comprendido lo que las ítacas significan

(Kavafis, 1911)

 

La poesía es palabra esencial, revelación del mundo y del ser. Descubrimiento verdadero del mundo y del ser humano (Aletheia). Los grandes poetas son videntes del tiempo histórico humano; abren una ventana en la eternidad esencial. Ante el misterio del mundo y el enigma de la existencia, la filosofía interroga y rompe el hechizo de la fascinación primera, mientras que el poeta canta y celebra el misterio y el enigma como modulaciones de la experiencia sagrada. El poeta en su canto ilumina el mundo y su luz es raíz de humana lucidez.

Los grandes poetas al hablar de sí mismos hablan de la humanidad como singularidad absoluta y, viceversa, cuando aluden a la condición humana nos arrojan en las entrañas de seres únicos. La poesía es singular, intransferible y, a la vez, universal. Hay poetas que escriben para agradar, seducir y/o impresionar, pero también, por fortuna, hay poetas cuya escritura proviene de las entrañas más abisales de la existencia misma, ésos –un puñado apenas– son los que de verdad importan.

En poetas como Konstantin Kavafis nos adentramos en poetas-pensadores que al dejarnos intimar en su escritura y su obra, nos permiten vernos en el espejo de una condición humana, finita, melancólica, entregada a los pequeños placeres y displaceres. Su obra nos permite ahondar en la interioridad humana más esencial y recóndita. Hay una idea recurrente en algunos grandes maestros como Hölderlin, Rilke, Paz, Neruda que conciben el quehacer del poeta como faro de la humanidad.

La poesía es palabra esencial y silencio. La poesía se despliega como canto al ser esencial. Revelación prístina. La poesía nos muestra que somos seres de luz y de oscuridad, mejor dicho, seres de penumbra, de un manierismo tremebundo, patético y trágico. El poeta es escribano de lo sagrado, su inspiración es el afuera trascendente. El filósofo es intérprete de ese arcano de palabras esenciales. Por lo menos desde Platón sabemos que poesía y filosofía dialogan, interactúan, se retroalimentan, se necesitan como espejos humanos complementarios.

En Arte y poesía ha escrito Martin Heidegger, un pensador próximo a la experiencia poética: “La obra de arte hace conocer abiertamente lo otro, revela lo otro; es alegoría. Con la cosa confeccionada se junta algo distinto en la obra de arte. Juntar se dice en griego συμβάλλειν. La obra es símbolo. Alegoría y símbolo son el marco de representaciones dentro del cual se mueve hace largo tiempo la caracterización de la obra de arte… Entonces, en la obra no se trata de la reproducción de los entes singulares existentes, sino al contrario, de la reproducción de la esencia general de las cosas” (Heidegger, Arte y poesía, FCE, 2012, pp. 33, 55).

Por su parte Octavio Paz ha escrito que la poesía es “conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, res-piración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia” (Octavio Paz, El arco y la lira, FCE, 2003, p. 13). Heidegger y Paz, desde distintos enfoques, nos permiten concebir la poesía como una de las experiencias más radicales del mundo, y el poema como espacio de concreción de dicha experiencia. La dimensión pensante, translúcida y clarividente de la poesía sigue siendo fontana de otro pensamiento distinto y distante al filosófico y científico, que no obstante, complementa e interfecunda estos campos disciplinares.

 

2

Konstantin Kavafis nacido en Alejandría Egipto en 1863, emigró con su familia acomodada a Londres, la muerte de su padre los dejó en bancarrota; regresa a Alejandría, trabaja como periodista y oficinista. Muere en 1933 dejando su obra ordenada –prácticamente desconocida hasta entonces– que se publica de forma póstuma en 1935. Una vida y obra breves, pero infinitas, que aún siguen dando mucho de qué hablar. Su obra utiliza temas y autores clásicos para expresar una conciencia hedonista pagana melancólica (Kavafis, Obra escogida, Barcelona, Fontana, 1995). Quizá el emblemático título de “Hedonismo” sea una declaración de principios de autor, una suerte de filosofía al uso:

 

El gozo y la esencia de mi vida 

es el recuerdo de las horas en que encontré 

y retuve el placer como quise. 

El gozo y la esencia de mi vida

fue así, para mí 

que rehusé todo el sabor de los amores de rutina (1917).

 

Uno de sus poemas más memorables quizá sea “Ítaca”, una recreación libre de La Odisea y las peripecias de su héroe Ulises en su regreso a casa. Ítaca funge como metáfora de la existencia humana misma. Quizá la vida no sea sino un viaje sin fin, un aprendizaje continuo que se interrumpe de manera abrupta con la muerte. Viajar y vivir son dos formas de hacer de la existencia un juego de apertura excéntrica. En contrapartida en el poema de “La ciudad” refiere que: 

 

No encontrarás otro país ni otras playas, 

llevarás por doquier y a cuestas tu ciudad; 

caminarás las mismas calles, 

envejecerás en los mismos suburbios, 

encanecerás en las mismas casas. 

Siempre llegarás a esta ciudad: 

no esperes otra, 

no hay barco ni camino para ti. 

Al arruinar tu vida en esta parte de la tierra, 

la has destrozado en todo el universo.

(1911)

 

Asimismo en su poema “Un anciano” nos describe una escena donde en un ruidoso café sobre una mesa y un periódico un anciano sentado solo medita acerca de su vida entera: “piensa lo poco que disfrutó de los años / en que tenía fuerza, talento y buen aspecto. / Ahora sabe que ya es viejo: lo ve, lo siente. / Aún parece como si fuera ayer cuando era joven. / Recuerda impulsos frenados, las alegrías sacrificadas. Cada oportunidad perdida /se burla ahora de su estúpida prudencia. / Pero tanto pensar, tanto recuerdo/ aturde al anciano. Cae dormido, / su cabeza descansa sobre la mesa del café”. El sentido del humor y la melancolía son dos estrategias hermenéuticas que utiliza el poeta para darle un sentido humorístico a una situación trágica, la melancolía es otra forma de habitar el mundo desde la memoria de recuerdos prístinos. 

El hedonismo melancólico de Kavafis asume la fragilidad de la existencia como una forma de ahondar en el misterio del mundo y el enigma del tiempo sin ceder ante la queja o la mezquindad. Y aunque el poeta cantor de León Guanajuato, José Alfredo Jiménez, nos enseña que: “Nada me han enseñado los años”, la experiencia aquilatada en la poesía destila una sabiduría vital que tiene mucho que decirnos. Ítaca es la patria imaginaria que se despliega en las cartografías reales proyectando un encuentro con las cosas y consigo mismo. El regalo más maravilloso de Ítaca no es llegar a la meta sino hacer del viaje mismo una forma de sabiduría portátil. Kavafis tiene la audacia de retrotraer la existencia humana al vértigo mismo de lucidez absoluta. Los grandes poetas hacen que este mundo sea más acogedor y menos sombrío, que tenga un poco de sentido y, sobre todo, le regresan la majestad perdida a las cosas humanas esenciales.

 

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