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domingo, 28 abril, 2024
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Subjetivaciones rockeras / De afectos y traiciones al rock

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Por: FEDERICO PRIAPO CHEW ARAIZA •

He mencionado en otras ocasiones cómo el rock nos permite acceder a la apreciación de otras expresiones artísticas y culturales, cómo nos amplía el panorama. Gracias al gusto por este género musical, muchos han llegado a valorar profundamente géneros y estilos más cultos, como el orquestal, la contemporánea de concierto, el jazz o el blues, por citar tan sólo algunos ejemplos, y eso, en definitiva, es bueno.

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Hay quienes han optado, a partir de su gusto por el rock, por aprender otro idioma; otros se han inclinado hacia la literatura, la filosofía, las artes plásticas, en fin, hacia diversas actividades enriquecedoras del alma, entre las que está, obviamente, la música. Aprender a tocar un instrumento es una prioridad común para quienes se aficionan o apasionan por el rock, de allí que las escuelas y los talleres de música atiendan a una importante cantidad de jóvenes cuyo propósito es aprender a tocar instrumentos como la batería, la guitarra, el bajo o los sintetizadores, con el simple objetivo de crear, después, un grupo de rock y tocar como sus héroes.

Este fenómeno es común en países como Estados Unidos, Canadá, o algunos europeos y japoneses; incluso, hay quienes llevan su amor por la música, y, en particular por el rock, más allá, ya que no se integran tan sólo a un taller, sino que cursan toda una carrera, egresando como verdaderos profesionales de la música; son muchos los casos que se pueden mencionar en este sentido, quizá por eso es común escuchar, desde mediados de los pasados años 60, agrupaciones roqueras cuyos arreglos responden a estructuras más bien clásicas. Incluso, han existido casos excepcionales en los que el talentoso estudiante de música, para quien sus padres habían concebido un plan de vida como un virtuoso de la música clásica, declina de esas oportunidades y opta por el rock, hecho que vimos, por ejemplo, con el recién extinto Jon Lord, tecladista de la legendaria banda Deep Purple, quien incluso incursionó como compositor de obras orquestales, como la denominada ‘Concerto for group and orchestra’, en la que la citada agrupación toca en conjunto con la Real Filarmónica de Londres, en un concierto dirigido por Malcolm Arnold.

Los estilos en los que más apreciamos esta complementación de la formación clásica académica con el rock son el progresivo y el metal (hijos rebeldes del sicodélico), y los nombres de las bandas prefiero omitirlos porque tal vez faltaría espacio, y también porque después me lamentaría de haber dejado de lado a alguna. En fin, no es raro, y sí muy agradecible, ver que siga emergiendo este tipo de agrupaciones. El citado fenómeno, como lo mencioné líneas arriba, es común en los países vecinos del norte, en Europa y en Asia, especialmente en Japón. México ha contado con interesantes intentos, los cuales han dado frutos que hoy son considerados verdaderas joyas del rock, no obstante, el fenómeno que aquí se percibe es, por decirlo de alguna manera, a la inversa.

Resulta que aquí, como lo comentaba hace unos momentos, esa pasión y gusto por el rock son los que llevan a muchos jóvenes a las academias de música para adquirir una formación en la materia, pero resulta que, en el trayecto de su preparación, declinan y optan por dedicarse a la música orquestal y de concierto, se enamoran de los compositores y las expresiones clásicas y académicas (lo que me parece sensato), pero dejan de lado el rock, y no sólo eso, pues lo ven como una expresión ínfima, casi vulgar; olvidan que fue ése el género musical que los llevó a prepararse, que el rock fue la puerta que les permitió acceder a ese mundo. Cuando no se dedican a la música orquestal y de concierto, optan por géneros musicales como el jazz, por ejemplo, lo que me parece también congruente. Sin embargo, sucede el mismo fenómeno; después uno les pregunta en qué grupo de rock están, y contestan que ellos ya no tocan rock, que prefieren tocar jazz, de hecho, dejan de escuchar, en su totalidad y casi con desdén, el género que les sirvió de acceso a sus nuevas apreciaciones estéticas.

No se piense que por lo que digo estoy en contra de aquellas expresiones artísticas, para nada; lo he dicho en varias ocasiones, a mí también me gustan aquellos géneros y los disfruto en demasía, el detalle es que lo que más me mueve es el rock. Soy de la idea, por más argumentos que he escuchado, que el rock, por muy popular que pueda ser, cuando es bueno, es culto; que es una expresión musical fina, que mueve al pensamiento y a experiencias estéticas incomparables, en pocas palabras, es como el agua de uso común para mis tímpanos.

Creo, además, que si aquellos que gracias al rock accedieron a expresiones musicales más elevadas (y honestamente, lo digo, sin sarcasmo), le pagaran algo de lo que le adeudan, el género crecería de forma considerable. Es decir, que los estudiosos y egresados de las escuelas de música se sacudieran esa arrogancia académica que luego suele obnubilar la realidad, y enriquecieran, en sus momentos de ocio tal vez, una propuesta rock; empero, en realidad, se ve distante que eso suceda, al menos en México. Insisto, hay, como en todos los casos, sus muy honrosas excepciones.

El día que en nuestro país suceda como en EU, Canadá, Europa o Japón, contaremos con grupos más genuinos, habrá menos agrupaciones ‘refriteras’, copias de las que realmente proponen en otras latitudes; seremos una potencia mundial del rock. Talento hay de sobra; lo que falta es voluntad y un poco de humildad.

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