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sábado, 27 abril, 2024
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El viaje de Breton

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

El teatro tiene golpes que son más directos que los del cine. Aunque se trate del mismo golpe y del mismo ring y de la misma arena donde se presenta la función estelar de box. Por mucho que el cine esconda dos o tres trampas o recursos de efectos especiales dentro de los guantes, puestos ahí a propósito para causar eso que llamamos espectacularidad. El teatro le gana al cine cuando ejecuta viajes en el tiempo por lo rudimentario de la maquinaria que emplea. Contrario a lo que ocurre en el cine, donde todo puede darse en unos cuantos segundos, el teatro exige un poco más de esfuerzo de la imaginación de los asistentes, y “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo” (no me vean a mí, el nombre de la obra es de ellos) es un ejemplo de ello. Porque una vez que ustedes ocupen sus asientos en el teatro Julio Castillo y empiece “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo” viajarán a una época donde los movimientos artísticos pretendían hacer revoluciones mundiales sin más armas que las ideas, las palabras y, por supuesto, cada una de sus distintas expresiones artísticas. 

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Entonces aparece en escena un personaje fundamental para entender la historia del surrealismo: André Breton, que tiene toda la facha de un desdichado y extraviado y hasta melancólico mimo que ya no es sino una caricatura de otra caricatura de sí mismo. Y, claro, lo mismo que Niujin en  “Sobre el daño que hace el tabaco” (1886) de Anton Chejov, Breton también pretende dar una conferencia acerca de un tema, que hasta entonces desconocemos, al público mexicano que está en el teatro, frente a él. Esto no es sino el pretexto idóneo, y quizás dramatúrgicamente un pretexto ya muy recurrente, para que dé comienzo el desarrollo de toda la obra de teatro. 

Encuentros y desencuentros. Es lo que determina la estructura lineal de “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo”. Los encuentros de André Breton con personajes históricos en situaciones que se encuentran, por las atmósferas que se consiguen tanto con la escenografía como con las luces y efectos de humo, entre la parte onírica del mismo André Breton, la realidad, también del mismo André Breton, y el conjuro de ese México desconocido, mágico, y claro, surrealista, donde uno a uno van apareciendo desde una muy desafortunada Frida Kahlo, hasta David Alfaro Siqueiros, una muy mala representación de Pancho Villa, Trotski, Remedios Varo, entre otros personajes de una época importante para la historia artística de México. 

Todo hasta aquí marcha bien en “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo”: se consigue crear una muy buena atmósfera para transmitir el mensaje que se quiere al público, hay un sólido texto que mantiene una muy buena altura hasta con tintes poéticos muy atinados, Breton “brinca” de uno a otro encuentro casi sin tantos sobresaltos, quiero decir que no se nota, lo hace como con pies de mantequilla, y eso es importante, no se notan los cambios de personajes, pero ahí están, aunque en ocasiones parece mucha la necedad de quererlos presentar, de insistir en señalar sus nombres, aquí está Frida Kahlo, este es Diego Rivera, ah, el gran Trotsky, y cuando lo hace André Breton se ve muy obvio, tal vez se pudo utilizar otro recurso, no sé, pero hasta aquí el “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo” me parece una muy buena propuesta que busca rescatar un momento histórico de un movimiento artístico que realmente revolucionó la forma de hacer arte, de escribir, de pintar, de entender que existe otro lado del mundo, y ellos, los surrealistas, se encargaron de descubrirlo, que ese mundo acaso estaba detrás de los sueños, y el mismo André Breton lo padece durante escena, por eso es que terminas de ver  “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo” y no sabes cuál fue el escenario en el que realmente se movió uno de los padres del surrealismo, si fue acaso en el que se oculta tras de bambalinas de cada uno de los sueños, con cada una de sus larguísimas pesadillas, o si bien André consiguió llevar esos sueños a su propia realidad y de ahí extirparlos para hacer una mezcolanza que le permitiera ahora sí satisfacer sus tantos deseos que tenía para el movimiento surrealista. Esto es algo que, creo, ni siquiera los realizadores han de saber, y eso es lo que parece lo más enriquecedor y bello de “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo”. 

Aquí viene un punto que me resultó tremendamente inquietante: en el fondo, “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo”, considera al mismo Breton, en el texto, en escena, un estúpido cualquiera, vamos, y entonces así lo tratan durante toda la obra. Me explico: ya he dicho que todos los encuentros que tiene son con personajes históricos importantes (Trotsky, Siqueiros, Rivera, Remedios Varo, etc.), pero uno de los problemas que tiene “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo” es que en su mayoría todos estos personajes pretenden, o al menos lo intentan, aleccionar (subrayen esta palabra cuando salgan de la obra) a André Breton, por el solo hecho de estar en un país y una cultura que no son las suyas (si me apuran, en esta parte la obra es hasta un poco “nacionalista”). ¿Y qué es lo que ocurre cuando una obra de teatro sostiene diálogos que buscan aleccionar y que además muestra lo más rico, “surrealista”, de nuestra cultura? Se vuelve en un teatro que pretende dejarte una lección al salir, que busca “pedagogizar”, por eso hay en  “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo” muchos diálogos que no son diálogos sino lecciones y lecciones que pretenden darle a André Breton, que pretenden demostrarle algo que, estoy seguro, él no necesitaba, porque él fue quien fue gracias a su trabajo y a su personalidad, y si tuvo errores y equivocaciones graves, también las tuvieron los demás integrantes del movimiento surrealista. Pero insisto: “El viaje de Breton. Cien años de surrealismo” no debería pretender juzgar a Breton, porque es “horrible” ver que una muy mal actuada Frida Kahlo le da lecciones de pintura. 

Todo el equipo se merece un aplauso por esas atmósferas que consiguen crear entre escena y escena. Debo agregar que la obra me pareció un poco larga y que al salir, mientras orinaba, en los baños, escuché comentarios que iban por el mismo tono. Sé que ya no se puede hacer nada. Yo me lo pensaría, por ejemplo, con la escena de lucha: me parece que le resta intensidad a la obra y que no se ve directamente la relación con el texto en general. Lo de la cabeza de Pancho Villa me parecería más de teatro infantil, pero muy de teatro infantil: es un recurso no solo ya muy utilizado en teatro sino que además ni siquiera causa gracia, o al menos a mí no me la causo. Lo del Reallity Show es muy atinado, pero largo, pesado, más cuando tienes un lenguaje televisivo de streaming que ya ha agotado infinidad de veces el mismo recurso y de la misma manera: si me preguntan yo le quitaría unos cuantos segundos. No todas las actuaciones son buenas, son, eso sí, muy irregulares. Debo señalar un muy agradable ejemplo: el de Jorge Maldonado. Me da gusto cada que lo veo en escena porque es bueno y es muy joven. Veo que acá también hace de Asistente de Dirección y me da doble gusto: es un actor que estoy seguro pronto dará de qué hablar y su actuación es excelente, me quedo con ella, casi saboree su personaje (el mismo personaje que hace daría para una sola obra) de vuelta a casa. Qué tremendamente encantadora y a la vez molesta es la esposa de Breton: hay que darle un merecido aplauso. Todo esto es posible gracias a la dirección e idea original de David Psalmon, la dramaturgia de Guillermo León, y a las actuaciones de Bruno Maestri, Beatriz Luna, Roam León, Erwin Veytia, Lou Best, Itzel Tovar, Jorge Maldonado y David Psalmon. Y si ustedes tienen pensado viajar a una Ciudad de México que siempre los espera con los brazos abiertos, aquí van los horarios: la obra se presenta del 7 de marzo al 14 de abril, los jueves, viernes y sábados a las 19 h, y domingos a las 18 h, suspende funciones 16, 17, 23, 24, 28 y 29 de marzo, pero tiene reposición el lunes 1 y 8 de abril a las 19 h. El espacio donde se presenta el Teatro del Bosque, Julio Castillo, en el Centro Cultural del Bosque, Reforma y Campo Marte, el costo del boleto es de $150 y los pueden seguir o pedir más información en sus redes sociales como Teatro sin paredes y en su página web: www.teatrosinparedes.com, si van me cuentan qué les pareció, si les gustó o no, qué hicieron después, lo que ustedes quieran compartir [email protected]

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