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sábado, 27 abril, 2024
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Mónico González, 35 años de recorrer diferentes ferias vendiendo artesanías

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Por: RAFAEL DE SANTIAGO •

■ Al grito de “quiere otro, dale otro, échale uno, échale otro de regalo”, promociona sus artículos

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■ Ser verdadero gritón de la feria no es fácil; hay que quitarse la vergüenza, afirma el mercader

“Que quiere otro, dale otro, échale uno; échale otro de regalo”. Esas son algunas de las frases que utiliza Mónico para atraer a sus clientes y ofrecerles diferentes ofertas de vasos, jarras, ollas y platos. Es conocido como “gritón” y se dedica a esto desde pequeño. Mónico González Barrientos se ocupa de la venta de artesanías en varios estados, la cual adquiere en su natal Silao, Guanajuato.

Ser un verdadero gritón de la feria no es fácil. Hay que quitarse la vergüenza, ser dicharachero, platicador, ganarse a la gente, y tener ingenio para armar buenas ofertas que atraigan a los marchante, como Mónico, quien desde hace más de 35 años se dedica a la venta de artesanía de feria en feria y de pueblo en pueblo.

Explica que el gritón, empieza a ofrecer promociones a su marchante cuando escucha que su competencia ya comenzó a gritar. Entonces se funden las voces de vendedores que quieren atraer a clientes con su labia.

La idea es atraer a la gente con una oferta inicial; de ahí, aunque sea una sola persona la que llegue, poco a poco se van juntando más y más, hasta que se congregan decenas de personas.

“Así empezaron los gritones; uno veía que el otro gritaba y daba ofertas, entonces era cuando se decía, bueno, pues si él puede, yo puedo gritar más fuerte. Y empezaba la gritadera a ver con quién llegaba la gente”, dice Mónico.

También las bromas son válidas, siempre y cuando no se ofenda al cliente, pues el respeto es primero, asegura. En ocasiones, mete dos jarritos pequeños en uno grande y ofrece: “un jarrito a un peso”.

En ese momento los clientes se abalanzan y quieren comprar más de 10, pero en ese instante, de adentro del jarro grande, Mónico solamente saca dos pequeños jarritos, que son los que vende a un peso. “Yo les dije que les vendía un jarrito a un peso, no un jarro grande”, aclara.

Pero el inicio no fue fácil, pues Mónico reconoce que sentía pena ante la gente. Sin embargo, conforme observaba a su padre hacerlo aprendió a hacerlo, y la primera ocasión que lo hizo fue con un micrófono grande.

“Cuando se empieza como gritón, no queda de otra más que aventarse, hacerlo y quitarse la pena, pues hay que comer. Es difícil porque nadie te enseña y tienes que armar solo tus juegos y dinámicas”, expresa el comerciante.

El nerviosismo hizo que en ocasiones entregara más mercancía por poco dinero, pues como “gritón” tiene que ingeniárselas e improvisar para dar buenos descuentos y tener algo de ganancia.

Poco a poco se le quitó la vergüenza, fue agarrando confianza y la gente se reunía a escucharlo, a bromear con él, y también a comprar alguna de sus ofertas, ya que también tenía que llevar el sustento a su familia.

Dice tener suerte a todos los lugares a los que llega, pues en raras ocasiones le toca un mal lugar en una feria. En todas ha sido aceptado; incluso, le han permitido hasta escoger el espacio donde se ubicará.

“Si a uno le gusta su trabajo es bonito hacerlo. Convives con la gente, se juntan a escucharte y se vacila con ellos de forma respetuosa. A veces la gente se reúne solamente para vernos, a veces ni para comprarnos nada. Dicen que se relajan con nosotros y se quitan el estrés”, afirma.

Sus hijos son la tercera generación de gritones en su familia. Su padre, que era campesino, también se dedicaba a comprar la artesanía para llevarla a otros estados. Mónico ayudaba a su papá desde pequeño a cargar y a acomodar las vajillas, platos, alcancías, tarros y jarras, entre otros productos.

Se requiere tener ingenio para armar ofertas atractivas para el público, señala Mónico González Barrientos, originario de Silao, sitio donde adquiere vasos, ollas, jarros y platos para luego negociarlos en varios estados ■ fotos: MIGUEL áNGEL NúÑEZ

Su padre lo apoyó para que comenzará su propio negocio y lo encaminó a los lugares a los que él visitaba para adquirir las artesanías. Fue así que conformó su comercio y fue ganándose a sus clientes.

Como comerciante, Mónico pasa su tiempo entre su casa en Guanajuato, la carretera y diferentes estados a los que llega a ofrecer y a promover la artesanía que se produce en su región. Aunque es difícil, reitera que ama su trabajo y eso lo mantiene activo.

Puede pasar un mes para que regrese a su hogar, afirma, aunque en ocasiones su ausencia del hogar es sólo por una o dos semanas, pues hay ferias regionales que tienen fechas continuas. Dice en otras ocasiones únicamente llega de entrada por salida, por algo de ropa, comida y vuelve al camino.

Viaja en camionetas y camiones; cada viaje es una aventura debido a que se debe proteger la mercancía, ya que es frágil. De romperse, tendría menos ganancias y muchas pérdidas. Algunas veces se le han caído montones de tasas y platos.

Por eso trata de viajar con precaución, con todo en orden y cubierto con material para que no se fracturen sus piezas, las cuales son bastantes. Los precios son económicos y se acomodan a las posibilidades de las familias, presume el mercader.

A la Feria Nacional de Zacatecas viene desde hace 20 años, y asegura que si lo vuelven a invitar, regresa, ya que su producto ha sido aceptado. Menciona que lo han tratado como en casa y no ha tenido problemas.

El vendedor está instalado a un costado de la Unidad Deportiva Benito Juárez, y permanecerá unos días más, esperando a las amas de casa que buscan utensilios y adornos para su cocina, así como ollas y lo que se requiera para elaborar alimentos.

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