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viernes, 26 abril, 2024
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Mauricio Magdaleno, para intrusos XXVIII. El Premio Nacional y Carlos Monsiváis. Una polémica descafeinada

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Por: Conrado J. Arranz • Admin •

 

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Consagro la significación de este instante, para mí cargado de emoción, a quienes cultivaron en décadas pasadas y aún recientemente, el género de la narrativa, indudablemente una de las más vivas y cabales expresiones del alma nacional. Me refiero, puesto a dar nombres, con amorosa y fraterna recordación, a José Mancisidor, a Efrén Hernández, a Jorge Ferretis, a Francisco Rojas González, a Rafael F. Muñoz, a José Revueltas, a José Martínez Sotomayor […]. En todos ellos dio México esa guisa de universalidad que se produce cuando la inspiración local logra legitimidad. Me refiero, ya lo advertí, a aquellos a quienes no agasajó la fortuna en vida, únicamente a ellos.

 

Con estas generosas palabras, formuladas el 7 de diciembre de 1981, recordando a quienes no tuvieron la misma fortuna que él, Mauricio Magdaleno recibió el Premio Nacional de las Letras, como reconocimiento a su trayectoria literaria. El autor reconoció también que éste le fue concedido gracias el empeño de Raúl Cardiel Reyes para recabar apoyos a su candidatura y, como agradecimiento, le dedicó el cuento inédito “Las campanas de San Felipe”, publicado en Sábado, el suplemento cultural de Unomásuno, con las ilustraciones de José Luis Cuevas, quien también había sido premiado con el Nacional de las Artes.

Las reacciones de la cultura no se hicieron esperar, y en un artículo publicado en el mismo suplemento cultural, “El galardón a Magdaleno, premio a un estilo de imaginar el campo”, Carlos Monsiváis, entre líneas, transmitía al público la anacronía que suponía la entrega del premio a Magdaleno y aprovechaba para criticar algunas de sus obras, como La Tierra Grande: “La Tierra Grande (1949), que intenta ser ‘el esplendor y la tragedia del latifundismo en México’, y resulta la saga (confusa, mal hilvanada, reiterativa) de una familia feroz y depredadora que termina disponiendo de la simpatía del autor”. Además, aducía que Magdaleno había sido un autor que había alcanzado más relevancia en el cine que en la literatura, donde fue lastrado por el temperamento grandilocuente del Indio Fernández. Desde este púlpito, y ocho días más tarde, Monsiváis volvería a polemizar con el otorgamiento del premio a Mauricio Magdaleno, pero esta vez atendiendo más concretamente su obra:

Quizás el Premio Nacional de Letras le acarree a Mauricio Magdaleno algunos lectores. Hoy es un hombre casi sin contextos y para los jóvenes resulta, si acaso, una figura desvaída, un alto burócrata cultural. ¿Quién entiende o acepta hoy su retórica sentimental?

Afirmó, a su vez, que ni el propio autor sabía que su obra culmen fue El resplandor; que Las palabras perdidas no dejaba de ser una obra de acento testimonial y moralista convertida a narrativa con resultados no muy felices. De manera contradictoria con su texto anterior, celebraba su valor en la cinematografía mexicana, en la que siempre mantuvo su impronta. Por último, y aunque alejado de su manera de entender la literatura, reconocía los méritos que reunía el autor para recibir el Premio, al que incluso también cuestionaba:

Si tienen algún sentido los premios nacionales, es de justicia el otorgado a Mauricio Magdaleno. Cualquiera que sea el juicio sobre su obra, el punto de partida será reconocer sus logros no desdeñables, para examinar después la amplitud inadvertida de su influencia y de su enérgica invención de una realidad campirana en la que, dígase lo que se diga, siguen creyendo, por falta de alternativas y de visiones opuestas, muchos espectadores urbanos, convencidos de las leyendas desenfrenadas de crueldad, ternura, apego a la tierra y lenta demolición de existencia.

En alguna entrevista cercana a su fallecimiento, Magdaleno recordó las críticas que Monsiváis le hizo: “Hay por ahí un señor de apellido Monsiváis, a quien no tengo el gusto de conocer por otra parte, que dice de una de mis mejores cosas, ‘La tierra grande’, que ‘es el elogio del latifundista’; es el ardiente amor a la tierra, nada más”. El propio Monsiváis, tras el fallecimiento de Magdaleno, sería unos de los que reivindicarían la necesidad de una crítica más atenta hacia la obra del zacatecano, repasando él mismo toda, con valiosos comentarios. Ahora sí, reconoció la novedad y la trama que supuso Concha Bretón; cómo supo adaptar el lenguaje al discurso de la época en Las palabras perdidas; y denunció la escasa atención que el mundo cultural prestó a sus obras después de la publicación de El resplandor.

Como en el caso de su contemporáneo Salazar Mallén, faltan ensayos e investigaciones sobre Magdaleno, el escéptico, el creyente, el rencoroso, el agradecido. Su obra los merece sobradamente.

La polémica descafeinada con Monsiváis cobraba claridad, y su trasfondo parecía cobrar algo personal contra el autor que, una vez fallecido, se desvanecía, ¿tal vez su posición durante los tristes sucesos del 68?

 

* (Madrid, 1979). Escritor, crítico, e investigador de proyecto en El Colegio de México. Doctor en literatura española e hispanoamericana por la UNED, con una tesis sobre el universo literario de Mauricio Magdaleno. Sus intereses de investigación son la literatura española e hispanoamericana de los siglos XIX y XX, prestando una especial atención a la narrativa mexicana y a la literatura del exilio español. Junto a Andrés del Arenal ha coordinado la colección de ensayos El muerto era yo. Aproximaciones a Juan Rulfo (Calygramma / EstoNoEsBerlín, 2013) y ha realizado la edición, el estudio preliminar y las notas de la novela El resplandor, de Mauricio Magdaleno (Clásicos hispanoamericanos, 2013). Actualmente reside en México, DF.

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