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viernes, 26 abril, 2024
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Un paseo

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Por: MARIANA FLORES •

La Gualdra 495 / Río de palabras

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Pedí el taxi y mientras llegaba, le serví comida a mi gata, tenía rato que no la veía por ahí. Ausente. Llegó el auto y me puse el cubrebocas. Abordé, la mochila me pesaba más de lo normal, y yo me sentía más agotada que siempre. Ay, no, olvidé el gel antibacterial. No toques nada. Busco mis gotas, eso me ayudará. Mientras iba en movimiento, contemplé las calles vacías y nocturnas. 

Miré al retrovisor, el rostro del conductor, con el cubrebocas mal puesto. No tapaba su nariz, gigante. Me tranquilicé abriendo un poco más la ventanilla. Agarré el celular palomita doble, azul. No hay repuesta. No hay certeza. No pude esquivar el visto. Nebuloso. Envié mensajes a un par de amigas para distraerme. Necesito abrazarlas y solo alcanzo a mandarles memes para burlarnos de nuestra ansiedad. Tengo muchas semanas de no hablar con nadie. 

No podía dejar de pensar en el virus volando en el ambiente del auto. Empecé a sudar. La respiración se agita. Me cuesta trabajo pasar saliva. Estoy un poco mareada. Borroso. Mitad del camino. Me acuerdo que en dos meses se acaba el semestre, ¿me van a contratar el siguiente? Me duele el pecho. 

Llegamos a la avenida principal de la ciudad. Disfruté ver los edificios y las luces en el anochecer de ese pedazo de ciudad. Me gustan las avenidas anchas, cuando están vacías y nocturnas, cuando la ciudad duerme. El viento en mi rostro me quita por unos segundos la sensación de angostura. Escucho un zumbido que se hace cada vez más fuerte. Esquiva el visto. Dos palomitas. Son como dos polillas, las de mi infancia. 

De pronto, un frenazo intempestivo. Un caballo blanco, apareció de repente, en medio de la gran avenida. Inmóvil, mirando al horizonte, luego aparece otro, y luego otros dos, un enjambre blanco enfrente. Me miran fijo. Imposible cruzar la glorieta. El conductor me informó que tendría que virar, retomar la gran avenida y rodear. No puede ser. Busco el gel, no lo traigo. Busco mis gotas. Empezó un viento helado y una lluvia torrencial. 

Recordé mi pesadilla recurrente de la infancia. Una polilla negra y gigante me perseguía. Iba caminando de la mano de alguien, de pronto una gran sombra nos cubría y ahí estaba ella, no había techo, cielo. Dos alas gigantes lo cubrían todo. Dejé de dormir muchos días, semanas. Se acercaba la noche, y me escurría sudor frío en la frente y en la espalda, me costaba pasar saliva y mi cuerpo temblaba. Entonces, mi abuela me curó de espanto. 

Una mañana desperté y mientras iba camino a la cocina, mi abuela se apareció de repente, frente a mí y me escupió un buche de agua en la cara. Así me curó de espanto, los terrores nocturnos se fueron, por un tiempo. 

El camino se haría más largo. Respiré profundo y abrí un poco más la ventanilla. Diez minutos para llegar al destino final. El señor con el cubrebocas mal puesto me pide cerrar ventanas para prender el aire acondicionado, con esa lluvia los vidrios se empañan rápido.

Él tose. Mi ansiedad sube. No logro decirle que por su madre se ponga bien el cubrebocas, “debes sacar tu voz, pide lo que necesitas”, me dice a menudo la psicóloga. No he podido expresarle la fatiga que me genera siquiera pensar en articular una sílaba.

Consideré poner en el celular un tutorial sobre cómo usar el cubrebocas, subir el volumen. Tal vez él recapacite. No hay datos. ¿Y si empiezo a toser insistentemente?, eso tal vez funcione y se acomode la mascarilla. Descarté esa opción, el conductor seguro sí escucha esa voz y me pedirá que me baje. Todo me da vueltas, quiero gritar. Alcanzo mi mochila para sacar mis gotas. La mochila ¿se mueve? La abro, y mi gata grita y salta hacia mí. Apareció de repente. 

Hemos llegado, me tiemblan las manos. Bajo del auto, llueve, traigo a Elisa en brazos, atino a tocar el timbre número cuatro. Me preparo, me alisto para interactuar. Y me doy cuenta que traigo el cubrebocas colgado de una oreja, todo el camino lo traje así, me iba a tomar las gotas… Me da un ataque de risa y llanto. Abren la puerta. Ojalá me reciban con un buche de agua. 

*@LaMayaFlores. Dra. en Ciencias Políticas y Sociales,

 profesora, guionista educativa y cuenta cuentos. 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_495

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