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martes, 7 mayo, 2024
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A diestra y siniestra

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Por: DIEGO VÁZQUEZ •

La Gualdra 275 / Libros

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La mano ha sido, a lo largo de la historia y a través de diferentes perspectivas, símbolo de una capacidad exclusiva del hombre que lo define como tal y que lo diferencia del resto de sus parientes animales (cercanos o distantes) con los cuales habita. Símbolo de opresión y de resistencia, de violencia y de calidez, de vida y de muerte, la mano no sólo es la extremidad instrumental y accesoria que responde a nuestra voluntad; en cambio, la mano es casi voluntad propia, es fetiche y poder, es instinto y cerebro, es producción y destrucción.

El problema de la corporalidad exige de los teóricos del arte una atención especial a los detalles de la representación que, en retratos, esculturas y otras expresiones artísticas, exponen los artistas. Es así porque la conciencia del propio cuerpo no sólo deforma la percepción del artista mismo, sino que interviene en la apreciación (y plasmación) del mundo.

Ernesto Lumbreras explora la vida y producción artística del jalisciense José Clemente Orozco en una serie de ensayos que tienen por denominador común el pensamiento respecto a la mano siniestra [y fantasmagórica] del muralista. En la doble significación de lo “siniestro”, Lumbreras plantea su discurso desde una perspicaz y ávida observación e interpretación de las obras del pintor así como de varios episodios de la historia que recuerdan y elogian a la corporalidad. El autor parece encaminarse a reconsiderar la influencia de uno de los episodios más significativos de la vida de Orozco -el momento en que pierde su mano izquierda- y que, según él, representa un elemento recurrente en su trabajo artístico.

La obra, seccionada en tres partes básicas, reúne cuarenta y seis ensayos cortos que tienen como eje principal, más allá de la vida y obra del artista, a la idea del cuerpo y, particularmente, al pensamiento sobre la importancia y significación de la mano. El texto se estructura en una intercalación de ensayos pares (que son observaciones propias del autor, así como de episodios y testimonios diversos) e impares (que son todos referencias a la producción vital y artística de Orozco, así como del contexto en el cual vive el artista). Si bien el análisis tiene como empresa primera la exploración de la pintura orozquista, Lumbreras se encarga de introducir al lector en los mismos ambientes en los cuales se narran los episodios históricos que van de la España de Cervantes y de Remedios Varo al México de Vasconcelos y de Inclán.

La crudeza, con la cual narra Lumbreras las anécdotas que de los amputados se cuentan y que ellos mismos refieren, es evidencia de un verdadero y riguroso trabajo documental sobre el particular tema que aborda. Reproduciendo las consideraciones de neurólogos, escritores, políticos y pintores, por mencionar algunos, es que el autor nos presenta un panorama más que vasto que permite alumbrar las dimensiones significantes del cotidiano accesorio identificado en las extremidades superiores. La miscelánea de relatos que conjunta en estas derivaciones, transbordos y fugas parece ser un ostentoso pero prudente elogio a la mano, una oda al milagro del cuerpo.

El primer apartado, que abre con unos versos de Ramón López Velarde del “Sueño de los guantes negros”, conjunta trece ensayos que hablan del origen e inicios académicos y artísticos del pintor. Del mismo modo, comienza introduciendo a una particular interpretación de la simbología de la cual Orozco se servía en sus obras. El análisis que Lumbreras hace de la temprana historia del artista parece querer dar fundamento a pensar una recurrencia de las imágenes que, por excelencia, predominan en el discurso del hombre: las imágenes del padre y de la madre. Es en este sentido que, ágilmente, el escritor nos sumerge en una articulación que, sólo supuesta, es convincente para interpretar exitosamente al trabajo de Orozco. Los guantes negros son el ocultamiento de la mano ausente que está y de la mano presente que no se encuentra.

Por su parte, el segundo apartado reúne diecinueve ensayos centrados en la consolidación como artista de Orozco a la par de las narraciones que evidencian la amputación como elemento recurrente en los personajes que, en el siglo XX, tenían renombre en la esfera artística. Este libro segundo se abre al lector con una narración corta de René Char; en ella, la mano izquierda es una protagonista silenciosa –siniestra– que condensa a la idea de aquello que no experimenta, a lo que es una duplicación de la sombra. Es en este tenor que Lumbreras introduce al genio de Orozco como un facultado por la mano diestra que, lejos de la obscuridad de la siniestra, explota en creatividad transformando la agonía del recuerdo en las piezas que, desde la Escuela Nacional Preparatoria hasta las estancias de los coleccionistas de arte, recorren un imaginario impuesto por el manco pintor: del imaginario del cuerpo, del juego ausencia-presencia, del fantasma.

El libro tercero –y último- es un compendio de catorce de los ensayos que conforman al texto en su totalidad. Esta particular apartado se encarga de explorar los episodios de la vida de Orozco en relación a la cultura y política mexicana. Abriendo el apartado con un fragmento de Alí Chumacero, se implica que tanto la vida como la muerte, tanto el poder como la pasividad, están en manos de la mano. Desde el causal encuentro con el presidente Álvaro Obregón, enmarcado por la casual falta de una mano en ambos, hasta el cenit de la vida del artista, el autor recupera magistralmente los trozos de historia en un intento por hacer de la mano una necesidad de retribución en el discurso. Ya no sólo se enarbola la imagen de la mano fantasma de Orozco sino que se consolida el texto como un aplauso a manos llenas para el instrumento básico del hombre.

Sin embargo, Ernesto Lumbreras parece olvidar que la mano no sólo pinta con el ritmo de los colores y danza con la armonía de los sonidos. Lumbreras parece querer ignorar, modestamente, que la mano también escribe con el gusto de la mente ávida. Lanzando derivaciones, transbordos y fugas hacia la derecha y hacia la izquierda, a diestra y siniestra, el autor nos recuerda que aquel milagro de la anatomía termina siendo quien escribe tan afables letras y es Ernesto Lumbreras mismo quien tiene en su gracia al instrumento que, en La mano siniestra de José Clemente Orozco, es muestra del poder y portento que al hombre hace la mano.

 

Ernesto Lumbreras, La mano siniestra de José Clemente Orozco,

Siglo XXI, México, 2016, pp. 159.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-275

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