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viernes, 26 abril, 2024
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De la pandilla al monopolio de la violencia, auspiciada por el neoliberalismo

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Por: BENJAMÍN MOCTEZUMA LONGORIA •

Desde mi primera entrega a La Jornada Zacatecas hubo personas, de anteriores gobiernos, que cuestionaron que mi apreciación de los contextos y niveles en que debe encuadrarse un diagnóstico de inseguridad era solo una justificante a favor del actual gobierno. Otros apreciaron que lograr la seguridad social es competencia exclusiva del gobierno.

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No pretendo encubrir o justificar a nadie. Ni terminar buscando un culpable individual de antes o de ahora. Cierto, hay culpables por negligencia, omisión, coparticipación o corrupción pero la inseguridad es un problema social. Es un efecto de causas profundas.

Por eso insisto en un tratamiento sistemático, multidisciplinario, profundo, interinstitucional, con continuidad programática y amplia participación ciudadana, donde la creatividad debe ser un método constante.

Un académico dijo en redes que ya cumplió al educar bien a sus hijos y cuestionó que a poco tendría que ir a decirles a sus vecinos que eduquen a sus hijos. Olvida que muchos jóvenes de bien también están muriendo.

No entendió mi propuesta de ciudadanizar acciones desde los padres de familia, escuelas, reuniones religiosas, asambleas ejidales, barrios, colonias, partidos políticos, medios de comunicación y todo lo que esté a nuestro alcance, porque este mal afecta sin distingo ideológico, político y religioso. A los más pobres de una manera diferente a los más pudientes. Es un mal social.

Hace 20 años, y durante 5 siguientes, encabecé una iniciativa ciudadana para atender el clima de inseguridad que documenté periodísticamente y me valió el Premio Estatal de Periodismo en Derechos Humanos con el reportaje “Las Luchas Juveniles de Fresnillo”.

Aún no había llegado el monopolio de la violencia, el cual creció de forma muy acelerada durante los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto y, organizado en cárteles absorbió a todos los jóvenes que integraban las llamadas bandas de barrio. Con éso, ya no se pudo trabajar con los jóvenes y, a su vez, se volvió una iniciativa muy peligrosa.

Esta experiencia me dejó en claro que el proceso de descomposición social, que producía un modelo de crecimiento económico neoliberal (que concentra la riqueza y produce grandes desigualdades sociales) destruye muchas familias y arroja a la calle a muchos jóvenes, algunos maltratados por sus progenitores, y hacen de la calle su hogar, y con otros, su nueva familia a partir de la identificación de lazos de abandono y sufrimiento.

Todo surgió al rentar una casa, en una colonia populosa. Había un terreno baldío en la parte trasera. Ahí se juntaban entre 7 y 10 jóvenes a drogarse y a tomar bebidas alcohólicas. 

En un mes de diciembre, un político me envió al programa de radio un arcón que traía varias cosas y una botella de coñac importado de Francia. Ese día, vi que los jóvenes se estaban cooperando para completar dos caguamas y, para no tenerlos en contra, porque me veían como extraño, les grité que Yo les regalaba una botella de Coñac y corrieron a alcanzar al que mandaron por la cerveza a que mejor comprara refresco de cola.

De ahí, me gané su confianza, empecé a platicar con ellos y descubrí que ahora cuidaban mi casa y me brindaban seguridad. Y conectaron con otros jóvenes y fui trabajando poco a poco con las llamadas pandillas o bandas: Los Perros de Tropa, Los Longos, Los Santaneros, Los Maquinistas, Los Villanos, Los Panchitos, Los Fantasmas, Los Turcos, Los Pañales, Los Talibanes, Picasso, Los Clínicos, Los Indiana Jones y otros sin nombre.

Les conseguí balos de futbol, basquetbol, instrumentos musicales y a un grupo que también eran coladores de albañilería les conseguimos una máquina revolvedora.

Los jóvenes tenían odio a las policías y había lugares donde esta no entraba sin que les averiaran las patrullas. El diálogo con ellos, y luego con la policía, permitió realizar reuniones entre pandillas y oficiales, principalmente en la parte norte de la ciudad. Ahí los jóvenes denunciaron a los malos elementos y la policía señalaba a quienes delinquían y se fueron estableciendo muchos acuerdos, algunos se cumplieron y otros nunca.

También encabecé una reunión con padres de familia y jóvenes pandilleros. Ya entrada la reunión uno de ellos protestó e hizo saber que era un error juntarlos con sus propios padres porque ellos “sólo existen para golpearnos, reprimirnos y corrernos de la casa”. 

Fue necesario integrar un grupo de apoyo en el que conté con sacerdotes, abogados, psicóloga y médicos. Trabajo que reconoció el entonces secretario de seguridad Pública, José Manuel Díaz Casas que en paz descanse.

Casi todos esos jóvenes han muerto por el monopolio de la violencia que los absorbió de las pandillas a los cárteles. Y la autoridad no podrá hacerlo todo, no podemos sentarnos a observar, criticar con amargura, culpar a otros y no hacer nada. 

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