19.2 C
Zacatecas
lunes, 20 mayo, 2024
spot_img

El canto del Fénix

Más Leídas

- Publicidad -

Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Al que más tiene, al que poco tiene

- Publicidad -

Desde edad temprana cuestioné muchas cosas que se me enseñaban, sobre todo de los Evangelios y las parábolas que contaba el nazareno Yeshúa Ben Yosef. Por ejemplo, el hijo pródigo o gastalón me pareció siempre un vil aprovechado, mientras que su hermano fue siempre un reprimido, amargado y, al final de la historia, envidioso. El buen samaritano me resultó absurdo y hasta arriesgado en su gesto. El patrón que contrató viñadores a diversas horas de la jornada me pareció payaso y prepotente. Haciendo a un lado esas ficciones, el mismo contador de ellas, el de Galilea, pidió agua a la de Samaria como mero pretexto para hablar con ella, o de qué otro modo se entiende que él terminara anunciándole algo que a ella le quitaría la sed para siempre.

La historia que me intrigaba con más fuerza fue la del adinerado que antes de irse de viaje entregaba cinco monedas a uno de sus empleados; a otro, tres; al último, sólo una moneda. El primero y segundo hombres invierten y duplican lo guardado; el último entierra la moneda por miedo a perderla. El patrón regresa y, aquí viene el mayor absurdo para ese Simitrio de cinco años, ordena que le quiten la moneda al timorato y se la den no al de las seis monedas resultantes, sino al de diez, “porque al que tiene mucho se le dará más, pero al que poco tiene aun ese poco se le quitará”.

“¿Qué? ¿Qué le pasa al alter ego del nazareno; no que muy justiciero y generoso?”, preguntaba mi entendimiento impertinente. Tuvieron que pasar treinta años para que este yo comprendiera, aceptara e incluso amara, practicara y repitieraesa verdad profunda de que se le dará más al que ha conseguido mucho y se le arrebatarán las minucias al que sólo eso logre.

Lo viví más claramente en segundo de secundaria, cuando de súbito abandoné mi trayectoria de lector compulsivo por enamorarme de una vanidosa chiquilla rezongona de vestido rojiblanco y de doce años, dos menos que yo. Por ella dejé de ser formal y comencé a dar vueltas al barrio sobre la parte trasera de una camioneta blanca para “lucirme”, según mis amigos y yo, junto a un gran bloque de bocinas con tuiters y bajos del que brotaban rítmicas canciones en inglés.

Abandoné entonces un perfil de niño aburrido que sacaba dieces y, alabado por profesores, leía con fluidez en ceremonias escolares. Casi mil días me duró esa fiebre de vana rebeldía adolescente. Cuando en el segundo año del bachillerato quise retomar mi viejo hábito y recorrerlas páginas de nuevas novelas y poemarios, me resultó sumamente difícil, verdadera cuesta arriba, retomar rutinas de lectura.

En una noche de agosto tuve que reconocerlo frente a mi mejor amigo: eso poco que aún tenía se me desvaneció por haberlo enterrado. Detuve no sólo mi carrera, sino también el vuelo que llevaba. Eso es lo peor: la penitencia estriba en constituir otra vez el ritmo anterior antes de mejorar su calidad.

En cualquier ámbito, a medida que se enriquece el acervo se está en mejores posibilidades de acrecentarlo. Esto es exponencial, en el sentido de que la suma de los logros anteriores otorga una ventaja considerable frente al nuevo desafío.

Más de dos décadas después, quién lo dijera, me veo promoviendo los hábitos de lectura que una vez abandoné y luego retomé con dificultad. Comprendí tanto la metáfora, más que parábola, del patrón y las monedas, que ahora en conferencias, sobre todo de promoción de lectura, me gusta repetir lo que de niño condenaba: “Al que tiene mucho se le dará más, pero al que poco tiene… aun ese poco se le quitará”. ■

 

[email protected]

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -