Luigi Ferrajoli, en su obra “Derechos y garantías. La ley del más débil”, apunta que las crisis de legalidad (cuya principal demostración se encuentra en los actos de corrupción de la clase política), del estado de bienestar (que transforma la ciudadanía en clientelas electorales) y de lo que siempre conocimos como Estado nacional, sede de la soberanía (con su cada día más endeble derecho interno), tarde o temprano, culminarían en una crisis de legitimidad de los poderes constituidos y con ello, en una crisis democrática. Esta crisis ya presente, no es exclusiva de ningún país en particular, y con diferencia de meses, parece que va presentándose en todas las latitudes del orbe. Lo que el jurista italiano propone, como respuesta es un fuerte sistema de garantías de los derechos humanos, que permita el eficaz funcionamiento del Estado.
A la par de lo anterior, desde hace algunos años se ha puesto el acento en la increíble desigualdad que cada día parece crecer más, ahondando con ello la decepción social en el régimen liberal-democrático. En un estudio reciente, llamado “Una economía para el 99%” de la ONG Oxfam, ha acreditado como en la lucha contra la desigualdad, no solo no hemos avanzado, sino al contrario, retrocedido. El documento, revela con alarma, que hoy ocho hombres en el mundo poseen la misma riqueza que tres mil seiscientas millones de personas, es decir, la mitad de la población mundial.
La llegada de Donald Trump al poder, no solo significa la profundización de las crisis mencionadas por Ferrajoli, sino además, la promesa de un retroceso en favor de la desigualdad, a partir de una clara política de los más ricos, para los más ricos, contraria a sus propuestas y discursos de campaña. La cadena de noticias BBC, ha llamado a su gabinete “El gabinete más rico de la historia”, calculando, junto a otros medios, una acumulación aproximada a los treinta y cinco mil millones de dólares, en futuro equipo de gobierno.
Si a ello agregamos la decadencia ética de nuestra época (que en mucho explica lo anterior), reflejada en la constante discriminación y violación de derechos humanos, la mesa esta puesta para una crisis única en la historia reciente del mundo, pues bien parece que las consignas de la modernidad heredadas de la revolución francesa, de libertad, igualdad y fraternidad, están en franca retirada.
A los retos, reiteradamente apuntados aquí, de abatir la desigualdad, luchar en contra de la corrupción y lograr una conducta común de respeto a los derechos humanos, se ha unido el cuarto: debemos hoy rescatar a la democracia del desencanto al que las otras tres la han llevado y que podría derribar las virtudes que hoy conocemos de la cultura occidental.
Vale la pena citar el estudio elaborado por Oxfam, mencionado renglones arriba:
“Si sigue esta tendencia, el incremento de la desigualdad económica amenaza con fracturar nuestras sociedades: incrementa la delincuencia y la inseguridad, socava la lucha contra la pobreza10 y hace que cada vez más personas vivan con más miedo y menos esperanza.
El Brexit, el éxito de la campaña presidencial de Donald Trump, así como el preocupante incremento del racismo y la desafección generalizada que genera la política convencional provocan que cada vez más ciudadanos de los países ricos den muestras de que no están dispuestos a seguir aguantando la situación actual. ¿Por qué tendrían que hacerlo si la experiencia indica que las consecuencias de estas políticas son el estancamiento de los salarios, la inseguridad laboral y el incremento de la brecha entre ricos y pobres? El reto está ahora en plantear un modelo positivo frente a aparentes soluciones que generan en realidad más división.”
Estas notas, que acumuladas parecen ser el prefacio de una crisis, no son sino la descripción del momento, la crisis de la democracia está aquí, es real y nos queda enfrentarla para rescatar la única vía que podría rescatarnos a nosotros mismos. ■
@CarlosETorres_
