Dígase lo que se diga, si bien existe el vacío resulta mucho menos una regla que una excepción, y por ello el triunfo de Torricelli sobre el viejo filósofo pre-bautizado como algún magnate naviero no sólo llega con mil años de retaso sino que fue por apretada puntuación, y lejano por ende del contundente knock out.
Porque si de algo tenemos experiencia los latinoamericanos en general y los mexicanos en particular es de los adornos que recargan nuestras iglesias y nuestros vestidos, nuestros platillos y nuestras fórmulas de cortesía; los interiores de taxi y hasta los cajones de los comunicativos boleros, para no hablar de los trámites burocráticos y la retórica de los politicastros; horror al vacío que nos convierte, casi siempre sin sospecharlo, en barrocos y aristotélicos.
Lo anterior no obstante, los vacios entre nosotros existen, y no precisamente como excepción. Porque si bien más que muy barrocamente o ampliamente rococó abundamos en bribones, oportunistas y mezquinos, hemos sido incapaces de llenar un vacío de ideas, proyectos y aspiraciones comunes; empero sobre todo de sustanciarlo con un mínimo de justicia.
Algunas buenas nuevas comienzan sin embargo a deslizarse entre las fisuras del laberinto de la soledad, y los aires del mundo no nos sientan pese a todo tan mal. La detención en España y el inicio de un proceso penal contra de un miembro prominente de nuestra inefable nomenklatura, en razón de un estilo de vida insostenible con recursos legalmente obtenidos, y no por su desgracia política, no puede sino constituir una magnífica noticia.
Y es que si bien tal acontecimiento ocurrió en un punto distante de nuestros límites geográficos, habría sido impensable sin las cotidianas acciones de segmentos cada vez más vastos, informados e inteligentes de nuestra castigada sociedad.
Si algo a la Divina Providencia un devoto, como suelen los góberes ser, debiera cumplidamente agradecer; no yendo a Plateros, a bailar a Chalma, caminar de rodillas la Calzada de Guadalupe, etcétera, sino acudiendo a la Basílica de San Pedro, El Santo Sepulcro o por lo menos a Fátima, para depositar ahí un exvoto que dé sucinta cuenta de que tratándose de una democracia tan competida como la mexicana, y peor aun la zacatecana, los candidatos a sucederlo resulten un amigo, un familiar y el hermano de su antiguo jefe, a lo que habrá de añadir las infinitas gracias a la advocación correspondiente, etcétera…
Se recomienda no viajar a España. ■