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viernes, 26 abril, 2024
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Una casa con jardín

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

No entendía los medios que se plantean en esta novela de Itzel Guevara del Angel hasta que conseguí asociar la anécdota principal a una realidad cercana hace un par de meses. Tres niños sin padre. Tan sencilla que es la oración y tan complejo que resulta de explicar. Itzel va un poco más allá: se remonta al origen de la separación familiar, es decir, cuando ya entre los padres no puede haber sino odio, aunque la autora dibuje este sentimiento de manera muy tenue porque Itzel es una maestra en ese tipo de narrativas que son como grandes escenografías: atrás de ellas se esconden muchos obreros de la palabra, por eso Itzel sugiere, no tiene que ir al centro de la anécdota, proporciona pistas, y sobre esas pistas (y una voz narrativa demasiado útil), la autora construye el complejo entarimado de esta, aunque breve, muy buena novela.

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Hay cosas que se dicen y hay cosas que se enfangan en el silencio. Cuando se trata de un novelista que tiene experiencia sabe que los hechos realmente importantes para una buena narrativa se ocultan bajo el fango. Por eso es que Itzel sugiere a través de la voz narrativa: se aproxima, hay hechos concisos; otros no tanto, brumosos, se aclaran conforme se avanza en la lectura de la novela y está bien que así sea porque si no estaríamos hablando de una novela del montón: esas cuya anécdota y andamiaje narrativo ni siquiera llega a las diez primeras páginas. Itzel es joven y lo sabe, por lo que debemos exigirle más trabajos narrativos, dará de que hablar en un futuro, no lo olviden (guarda esta reseña, por favor, Itzel). 

Regreso a los tres niños sin padre. A mí me ocurre que cuando intento explicarme tal fenómeno social, el de la separación de los padres, lo hago desde mis conocimientos previos, mi experiencia familiar y la perspectiva desde la cual sea testigo de los hechos. Y creo que estoy equivocado. Porque no había asumido el papel realmente preocupante de la educación y de la vida de los tres niños sin padre hasta que la voz narrativa de “Una casa con jardín” (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022) me demostró el lado opuesto de la moneda. Es un error de ser adultos. Es el mismo error que se comete cuando hablamos de literatura infantil y nos sentimos con autoridad para recomendar libros para el hijo de la vecina. Observamos los fenómenos desde donde nosotros nos encontramos: nuestra comodidad de haber tenido padre y madre (en mi caso), y de no entender lo qué es crecer sin un padre o sin una madre hasta que llegas a los testigos silenciosos de las guerras que se libran en familia, todo en familia, hasta el odio. 

Y recordé a los tres niños. De hecho, puedo decirles que hay lecturas que se realizan en la más completa de las soledades y hay otras que, por el contrario, se realizan con quien así quieras invitar durante toda la lectura. Se entiende que no tienen que estar contigo físicamente para que eso ocurra: la lectura nos brinda un océano de posibilidades y hay una que para mí es importante: cuando compartes la lectura con quienes así te traiga a la mente tal novela o tal cuento. Es como si al leer realizaras un hechizo que te permite entender mejor el mundo. O entender mejor a tu ex pareja. O entender mejor el comportamiento de esos tres niños. Y no porque crea que la figura paterna es esencial en su desarrollo. No puedo asegurarlo. No soy pedagogo. Sino porque al mismo tiempo que le ocurre a la niña que nos cuenta “Una casa con jardín” uno intenta averiguar emociones que te son ajenas en ejemplos que tengas frescos y muy a la mano. Por eso llegué a los tres niños. Intento trazar un paralelo sistemático entre los tres niños y la niña de la historia de “Una casa con jardín” porque si uno no tiene cuidado con este tipo de reseñas, terminas por contar toda la historia y entonces dejas a los lectores sin la emoción y la melancolía infantiles que permean toda la propuesta narrativa de Itzel. 

¿Cuánto creemos saber del mundo infantil cuando a fin de cuentas todas sus acciones, hasta las más irracionales, por lo tanto, las más divertidas, las juzgamos desde nuestro pedestal de paladines de buenos padres? ¿Y si nos agacháramos un poquito, nos cambiáramos de lentes e intentáramos ver el mundo no tan monstruosamente como lo vemos nosotros sino con la risa, la contemplación casi renacentista, los juegos enloquecidos y el lenguaje que ellos consiguen crear con sus propias herramientas? ¿Qué ocurriría? ¿Acaso no es lo que pedimos ya de adultos, que alguien nos comprenda? Pues es lo que consigue Itzel con “Una casa con jardín”. Sí, me van a decir que hay algunas reminiscencias de José Emilio Pacheco, de Ricardo Garibay, de Rosario Castellanos… no las menciono, si quiera, porque no me parecen trascendentales. Antes bien pienso que la propuesta de Itzel es tremendamente honesta y que consigue entregarnos una muy buena novela que deberían leer aquellos adolescentes que se han quedado sin padre o sin madre no por muerte sino por decisiones personales. 

Va un poco más antes de despedirnos: Itzel no se complica la vida porque sabe, o eso quiero creer, que las narrativas sencillas son, en ocasiones, las más especiales, las más ricas. Así que no se mete en estructuras complejas de tiempos narrativos que vienen y van y que en ocasiones sólo sirven para confundir o aburrir al lector. Estamos en una historia lineal que es narrada por una niña y que aquí es donde está la principal virtud de la narrativa de Itzel. Tiene a la mano los sonidos y las acciones de una niña. Sus voces. Sus recursos lingüísticos. La historia perfectamente armada de su familia. El poder del padre. El desenlace que casi acaba en tragedia (y yo pensé que así terminaría). La belleza e inocencia de la infancia. Sobre todo, las canciones de Amanda Miguel y de Lupita D´alessio.  

De tal manera que construye un personaje absolutamente verosímil, y eso, queridos amigos, es algo complicadísimo en la narrativa, ya que por lo regular el autor termina metiéndose, llega un momento donde podemos hasta subrayar con rojo aquellas partes donde no habla el personaje sino el autor (¿quieren un ejemplo? Saramago). 

Itzel en ningún momento traiciona a su personaje; traiciona, si lo vemos de manera exigente, un poco a la anécdota, pero es cuestión que ustedes lo descubran y me digan si es cierto o no. De cualquier manera es una autora joven que en sus primeros pasos tiene resbalones, no importa, supongo que así es como se aprende.   

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