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domingo, 19 mayo, 2024
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Estamos jodidos

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Entender el mundo que ahora nos rodea es un trabajo complejo, sobre todo si consideramos que somos parte del mismo, y de esa forma, entenderlo es entendernos a nosotros mismos, en palabras de Friedrich Nietzsche “cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.

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Es un mundo vertiginoso en el que el silencio, la contemplación o la admiración por el instante son cada vez más imposibles; se vive con cierto rencor hacia el pasado y con la utopía del futuro. Así es el orden sociopolítico de nuestro tiempo, marcado principalmente por la globalización. Y es esta forma de vida, la que poco a poco acaba con nosotros.

 

La sólida modernidad

A principios de los 80, Marshall Berman publicó su célebre libro que lleva por título la famosa frase marxista Todo lo sólido se desvanece en el aire, donde reflexiona acerca de la modernidad, de la cual dice que nos une como humanidad “pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia.”

En el documental sobre la banda británica Joy Division que realizó Grant Gee en 2007, el guionista Jon Savage anota que “ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos”, frase que se puede leer en el texto de Berman,  y en el documental explica la metamorfosis de la música punk en Manchester, así como de la ciudad a la par, donde el punk se presentaba como una rebelión ante el sistema para decirle cuán jodido estaba… Y Joy Division fue la primer banda en decir “Yo estoy jodido”.

El cambio de ver al sistema como algo externo y aceptar que somos parte de ello, y por ende, lo que ocurra en él también nos sucede, marca la pauta de una decadencia a nivel interno en la sociedad; pues aunque es una sociedad frívola y acelerada, es ese vórtice la principal evidencia de una fuga de la realidad y la hace vulnerable, tal cual lo dice la frase de Marx, aquello que creemos que nos fortalece, es nuestra máxima debilidad.

El suicidio de Ian Curtis es, inclusive, una metáfora vivencial de cómo aquello que nos constituye y por lo que luchamos a diario, cuando finalmente prospera, se desborda y nos destruye, pues como explica Berman “la idea de la modernidad, concebida en numerosas formas fragmentarias, pierde buena parte de su viveza, su resonancia y profundidad, y pierde su capacidad de organizar y dar un significado a la vida de las personas.”

 

La sórdida modernidad

En estos tiempos, en los que se busca la comodidad no sólo por un bienestar físico, sino por un status quo, en el que el valor de las personas está fundamentado, según la misma sociedad, por la capacidad de adquisición de esa comodidad, los humanos caemos en la insaciable necesidad de ser más que los otros y esta competencia aniquila lo que de humanos nos queda.

Estudiar, tener posgrados, hablar varios idiomas, viajar, un trabajo de prestigio con excelente salario, una pareja exitosa, comprar una casa en una zona exclusiva adornada con muebles de una tienda de renombre, usar ropa de marca, conducir un coche último modelo, ser delgados, salir a los lugares de moda… Un sinfín de capacidades que exige la vida moderna a los hombres y quienes no pueden cumplir con todos estos criterios son considerados perdedores.

Escapar a las garras del sistema que rige y controla, es una subversión de la cual no se sale bien librado: o con resentimiento o con un sentimiento de derrota. Muchas son las historias de quienes se suicidan por tener la sensación de no ser quienes quieren o creían ser. Muchos son los que se inician en actividades ilícitas para lograr ponerse al corriente en la competencia, en palabras de Berman se trata de “un mercado mundial siempre en expansión que lo abarca todo, capaz del crecimiento más espectacular, capaz de un despilfarro y una devastación espantosos, capaz de todo salvo de ofrecer solidez y estabilidad”; esto lo hemos experimentado más de una vez en México, a través de la economía mundial, a la cual no logramos acceder de otra forma más que entregándole todo para quedarnos sin nada.

Y sin embargo, no todo puede estar perdido. Debemos volver al origen, a la semilla inicial de la vida, donde los humanos somos más que obreros creadores de máquinas, más que moneda de intercambio, más que ambición desmedida. Hay que regresar la vista a uno mismo, donde está la verdadera jodidez, donde tuvo origen una de las letras más depresivas pero también sinceras del rock en las últimas décadas: “When routine bites hard, and ambitions are low…”

Antes de seguirle el ritmo al mundo, encontremos el ritmo que nos marca nuestros músculos, nuestra propia razón. Sólo entonces podremos entender al entorno y salir de él ilesos. ■

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