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domingo, 19 mayo, 2024
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Dádivas por el voto o la democracia convertida en mojiganga

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS •

La idea de que la población haga ver su voluntad a través de un voto secreto, es justo el fundamento del proceso electoral. En realidad, lo que importa es conseguir una forma contable de la voluntad popular. Y esa voluntad expresará lo que a los intereses conviene a cada sector de la población. Entonces, el voto es la forma instrumental (medio), para expresar la voluntad e intereses (finalidad). Pero ocurre que esta relación se puede pervertir al convertir el voto en un fin en sí mismo anulando la voluntad y los intereses del pueblo. Y cuando la finalidad queda diluida, la democracia se convierte en nada o en un mero carnaval. En otras palabras: cuando el voto no es expresión auténtica de los intereses de los diversos sectores sociales, entonces la democracia ha sido suprimida.

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Pues bien, existen varios mecanismos para anular la democracia, eliminando el poder expresivo del voto: la compra del mismo, la coacción o el engaño. Cuando se compra el voto se consigue su contabilidad, pero ya no manifiesta el genuino interés del votante, porque al venderlo ha dejado de ser propio, para ser dirigido por el comprador. ¿Cuál interés expresará? Pues el del comprador, precisamente. Con esta práctica, los pobres (que son los que más venden su voto) quedan ya no sólo marginados de los derechos, sino desterrados de su propia voluntad. Son convertidos casi en cosas. Se les margina y, luego además, se les arranca su ‘alma social’ o voluntad política. Es una doble agresión contra los pobres mismos. El partido que hace eso, en la práctica se ha convertido ya en tirano, porque está cancelando la libertad del pueblo. Así las cosas, hay muchas formas de compra del voto, unas a través del ofrecimiento de beneficios de programas públicos, de dinero en efectivo o la manera más indigna de todas: dándole un poco de comida al votante por el sufragio. Esta última, son las muy famosas despensas. Y son muy famosas porque el PRI las ha usado en cada elección, y el PT las regala y anuncia con muchos huevos, el PRD las reparte en amarillo y Morena hizo sus paquetitos hace días estrenándose en el gremio.

El castigo por usar dádivas debe ser la expulsión inmediata del proceso de elección porque con ello, lo dijimos, se atenta contra el alma misma de la democracia. Sin embargo, la autoridad se ve lenta, dudosa, omisa y sin determinación. Y esa omisión abre espacio a la especulación. La intervención inmediata permitiría que hubiera claridad en lo que ocurre y no sufriera desgaste el propio proceso. Y con determinación quitarle el registro a quien incurrió en delito y dejar constancia de limpieza electoral. Pero no: modorra intencionada y omisión sospechosa. Mientras no quitemos la captura del voto la democracia no existirá. Tal vez necesitamos pensar en otros medios instrumentales para lograr contabilizar la voluntad popular a parte de este sistema de votación. Porque hasta ahora ha sido una mojiganga.

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