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domingo, 28 abril, 2024
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Por: Vicente Rodríguez • admin-zenda • Admin •

Mirar alrededor no es cosa de broma, presenciamos la sustitución de la realidad por migajas de bits, “oro a cambio de cuentas de vidrio”. El mundo que vivimos se desvanece lentamente; van desapareciendo poco a poco los puros y los toros, muere Pacheco, Cohen y Fidel, muere Bowie, Eco. Los diccionarios y las enciclopedias caen en desuso, tantas y tantas cosas más. El universo analógico va siendo sustituido por un universo digital, lo importante lo tiene Facebook, el reggeaton. Un universo al que no podemos ser ajenos, aunque no realmente nuestro, es decir: somos consumidores de un gran mercado, que no nos pertenece del todo, me hace recordar que el concepto de mundo y yo, nos estamos haciendo distantes. Nuestro mundo tiene que cambiar, –es natural–, también nuestra ciudad necesita cambiar, eso no significa que olvidemos un pasado, pero sobre todo, reflexionar sobre nuestra trascendencia, de dónde provenimos y el por qué la ciudad, está sumida en una profunda crisis económica pero sobre todo, de identidad.

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Al parecer, se han olvidado las razones que hacen de nuestra ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad y lo que eso significa. Envuelta en el derroche de pretextos para modificarla, ya convertida en Frankestein urbano, con faroles de distinta especie, iluminación forzada y desigual de muros o balcones, hecha al vapor, donde cuelgan cables negros clavados por todas partes, en un proceso improvisado y barato, de mala calidad que no durará mucho; presa de intereses de toda clase, nuestra ciudad pierde poco a poco su virtud.

Algunos investigadores asumen que su papel, –el de la cultura–, es fundamentar una identidad, si embargo, aquí es donde imagino que, la identidad es el punto de partida que sustenta la razón de ser de la cultura. Zacatecas obtuvo su nombramiento como Patrimonio Cultural de la Humanidad justamente por eso; porque ha mantenido su trazo, sus espacios, su atmósfera, su arquitectura, su sabor, tal y como fueron concebidos desde hace 400 años, –no me sorprendería que perdiera dicho nombramiento otorgado por la Unesco–, la ciudad se ha convertido en centro de intereses “empresariales”, asuntos analfabetos alejados de nuestra historia, tradición y herencia, que vienen desde la ventaja de empresas oportunistas, pasando por vendedores ambulantes, antros, eventos o festivales mal organizados. Se ha malinterpretado en muchos sentidos el concepto de desarrollo del Centro Histórico, aunque quisiera recordar que el Centro Histórico no es la ciudad, pero éste, puede volver a ser un generador de calidad en los servicios turísticos y culturales, en una vía artística que si se amplia y reconoce puede dar más, de lo que se finge tener.

La cultura forma parte esencial del espacio que habitamos y compartimos, el patrimonio, no solo puede ser tangible o inmaterial, el patrimonio, también está en sus habitantes, es decir, un potencial creativo latente en niños y jóvenes, un capital creativo que se diseña a futuro, así como todo un capital técnico, intelectual y artístico implícito, en quienes generan productos culturales, de aquí que exista una enorme diferencia entre: producir lo que necesitamos o comprarlo e importarlo, entre defender una identidad o traerla de otro sitio, entre restaurar o transformar según la mejor oferta.  No me refiero sólo a la tradicionalidad de un centro histórico; me refiero a una sociedad consciente y productiva, involucrada en favorecer una identidad que hemos heredado, haciéndola mejor y más valiosa para las generaciones futuras, –un lugar carece de cultura sin sus habitantes–, porque la cultura es la base donde se construye todo progreso. La vía no consiste en proyectar transformaciones y programas a gusto personal, o bajo intereses de dudosa procedencia, entonces me pregunto. ¿De qué sirve la experiencia, la capacidad analítica de especialistas en patrimonio?, ¿de qué serviría la experiencia de intelectuales que, dada su formación pueden aportar al valor intrínseco de nuestra sociedad, nuestra cultura? ¿De qué sirven los recursos si no son aplicados en lo que se debe hacer con conocimiento de causa?

Mientras la clase política sólo se mira a sí misma, defendiendo sus prerrogativas. La iniciativa privada no ha logrado tener ninguna iniciativa, algunos intelectuales y artistas solo pretenden beneficiarse del poder del Estado, sin aportar a la construcción social de identidad; es por esto que la cultura, está perdida en el ir y venir de intereses personales, políticos, empresariales, todos mirando hacia arriba sin que nadie mire hacia abajo, o por lo menos de frente hacia donde está nuestra identidad.

Por ahí, un ex-gobernante declaro, “La gente víctima de la violencia… no es gente de bien”, Acaso me pregunto, ¿los $159,954,670,260.00 millones de pesos, de un sexenio, incluyendo empréstitos, no alcanzaron para generar ni una sola opción concreta de desarrollo, de oportunidades para este capital creativo, mayormente de jóvenes en nuestro estado? ¿Acaso se han creado condiciones culturales, de formación, capacitación y empleo, para que los jóvenes tuvieran opciones de una vida digna? ¿A dónde fue a dar ese recurso? esta realidad es parte de nuestra historia, de una herencia, de asuntos que no debemos olvidar, ya que también nos deben servir para entender, documentar, mejorar e incluso re valorar las nociones patrimoniales de una identidad, de esta manera sabemos, que no es un problema económico. Todo se simplifica en un solo concepto; calidad de vida. El problema fundamental es de congruencia, quizá de falta de imaginación de funcionarios públicos poco interesados en la cultura, mientras nuestro capital creativo, niños y jóvenes, se pierde en la esfera global, recibiendo sus dosis de Bits de cada día, sin alternativas dignas. Negar la posibilidad de un desarrollo cultural, es negar la lógica del desarrollo, un especie de suicidio sociocultural. ■

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