14.8 C
Zacatecas
domingo, 19 mayo, 2024
spot_img

La “izquierda” partidista en tiempos del ébola

Más Leídas

- Publicidad -

Por: VEREMUNDO CARRILLO-REVELES* •

Para quienes, desde las alturas de enormes castillos de naipes, encabezan los partidos de “izquierda”, la autocrítica es tan extraordinaria como el ébola: no entienden qué es, cómo se transmite, ni cuáles sus efectos, pero le tienen un miedo tremendista. Así como el fantasma del virus que azota algunos rincones de África causa pánico en Estados Unidos y Europa –por más que los casos sean mínimos-, la sola insinuación de que la “izquierda” partidista es coparticipe de la actual crisis política que sacude al país, provoca más caras de espanto que “Vacaciones del Terror” con Pedrito Fernández.

- Publicidad -

La credibilidad de los partidos frente a la ciudadanía ha sido tradicionalmente mísera, pero tras el maremoto de Iguala los efectos son desastrosos: una encuesta de GEA e ISA revela que sólo 7 de cada 100 mexicanos confían actualmente en las organizaciones partidistas; sí, los ciudadanos le tienen más fe a los bancos que a los vástagos del INE. Tlatalaya y Grupo Higa colocaron en el ojo del huracán a un Ejecutivo federal que recuerda los tiempos más oscuros del priísmo –las caídas del peso y el petróleo avivan la memoria-, sin embargo, de los partidos con presencia nacional, el PRD es el más denostado: 52 % de los mexicanos tiene una opinión negativa de la todavía auto-nombrada mayor formación de “izquierda”.

Desde las filas amarillas habrá quienes cuestionen la veracidad de la encuesta, u otros que atribuyan el rechazo a periódicas campañas de desprestigio orquestadas por las televisoras, lo que implica asumir que todo aquel que sintoniza la TV es poco menos que un idiota. Más allá de esa polémica, tan útil como el dilema del huevo y la gallina, el PRD tiene un rol protagónico en la crisis. Así lo evidencia Guerrero: las interrogantes sobre el proceso interno que permitió la postulación de Abarca –en el que estuvo inmiscuido uno de los líderes de Morena en la entidad: Lázaro Mazón-; o la defensa a ultranza por parte de la cúpula amarilla de Ángel Aguirre, quien encarna todos los atributos del más rancio caciquismo.

Día tras día, la descomposición que jala el PRD como tambora en callejoneada, se manifiesta de maneras inverosímiles. Para muestra dos botones: Narciso Agúndez, ex gobernador de Baja California Sur, que, emulando las fantasías de Sancho Panza, se “regaló” una isla en el Pacífico, y Jesús Valencia, delegado con licencia de Iztapalapa, que una noche loca del Guadalupe-Reyes hizo trizas una lujosa troca que le “prestó” un “amigo”, beneficiado por su administración con obras por 50 millones. Aunque el partido postuló a ambos, la dirigencia perredista jamás reprobó los mecanismos internos que les permitieron ser abanderados de “izquierda”; todo lo contrario, se aferró a la consigna “en boca cerrada no entran ni salen moscas”.

La “izquierda” amarilla, además de envilecida, está envejecida; recicla de manera compulsiva liderazgos formados en el viejo PRI, y parece no tener brújula para el mundo actual, ¿qué país promete para un electorado en el que 45% son votantes menores de 40 años, que crecieron en tiempos de Internet y no de la Guerra Fría? Si da penosos tumbos intentando ser “oposición” -¿cómo explicar su avenencia al Pacto por México?-, algo falla también gobernando: ¿o por qué en Zacatecas, Tlaxcala y Michoacán, entidades en las que encabezó el Ejecutivo, los votantes lo consideran hoy apenas tercera opción? Ni la renuncia del tlatoani Cárdenas abonó a la reflexión. La guerra Ebrad-Mancera por la línea 12 del metro lo demuestra: ¿para qué quiere el PRD gobernar México si, carcomido por las tribus, no puede gobernarse a sí mismo?

Lejos de ofrecer alternativas, la “chiquillada” reproduce vicios: el PT es una franquicia desmembrada entre cacicazgos, capaz de encumbrar a Manuel Bartlett como su líder en el senado, mientras que Movimiento Ciudadano -antes Convergencia y “más antes” Convergencia por la Democracia-, naufragaba sin identidad incluso cuando tenía a López Obrador con medio pie en el barco. Ninguno ha sido capaz de asumirse como “oposición” frente a la coyuntura, ni de convertirse en verdadera opción electoral.

Aunque con el beneficio de la duda, Morena –que estrena como partido- enfrentará las primeras elecciones de su historia, sintomáticamente, con una caballada que se adivina vieja. Si la consigna es “ganar” a cualquier precio, la dirigencia no dimensiona todavía el costo de postular casquillos muy quemados. Incluso, lejos de desmarcarse de la izquierda tribal, al “innovar” santifica el oscurantismo: “rifar” las diputaciones plurinominales, en vez de ponderar la democracia como valor interno, refrenda que los cargos de representación son apenas un botín a repartir.

Tenemos una “izquierda” partidista que no sabe ser oposición, pero tampoco sabe ser gobierno; que prefiere pepenar turbios liderazgos, a apostar por un relevo generacional que irrumpa desde la sociedad civil; que, atrapada en los 70, promete recrear el país de los 50. Pero sobre todo, tenemos una izquierda a la que le aterra mirarse al espejo. Si, como promete la OMS, la vacuna contra el ébola no está lejos, una medicina para la izquierda partidista es imposible, mientras el paciente repudie el suero de la autocrítica. ■

 

@VeremundoC

 

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -