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sábado, 4 mayo, 2024
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Vivir es increíble

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Por: EDGAR KHONDE •

La Gualdra 597 / Río de palabras

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[seis]

Estabas vestida de rojo y un sombrero blanco, yo te miraba. Claro que nunca notaste mi presencia. Terminé mi turno en la fábrica y salí rumbo a casa. Caminé un par de cuadras, tomé un bus, pero me bajé antes de mi parada. Quería pasar al mercado a comprar fruta y algún dulce. Estabas en la plaza. La gente a tu alrededor gritaba y te animaba a seguir haciendo malabares, uno de tus ayudantes describía los movimientos que realizabas, rezaba versos y agitaba el sombrero para que tiráramos monedas. Yo quería encontrar tus ojos. Me movía al compás tuyo. En pocos minutos estaba desesperado porque nuestras miradas no empataban. Yo había salido desde mi casa a las cinco de la madrugada. Me quedé 15 minutos esperando el bus que me llevara a la fábrica. Chequé dos minutos antes de las siete. Laboré como todos los días. Sólo tenía que repetir movimientos repetitivos que repetían lo repetido. Nunca me equivoqué, nunca me he equivocado. Cosas que hago todos los días lo hice también ese día. Soy exacto, nunca fallo. Tomé mi hora de comida. Comí una sopa y el guisado que me había preparado. Luego charlé con mi compañero de rueda. Platicamos sobre la vida. No somos muy doctos de la evolución planetaria, pero nos gustan los dinosaurios. Nos gusta su grandeza e imaginar cómo caminarían y volarían sobre nuestras cabezas. Quizá si tuviéramos la posibilidad de tener dinero habríamos sido paleontólogos, ese término lo aprendimos de la red. Sabíamos que la paleontología estudiaba a los saurios y otros especímenes que habitaron la Tierra antes que los homínidos. Puedo parecer especialista por los términos que utilizo, pero no lo soy. Regresé al laburo y repetí lo repetido hasta que llegó la hora de salida. Buscaba tu mirada, pero no me volteaste a ver. Terminaste tu acto. Caminé hasta mi casa un poco moribundo. Sólo antes de dormir comprendí que no eras real, que tampoco habitaba esta dimensión. Supe que éramos cifras binarias establecidas para determinar un juego de Atari y que todos los días apareceríamos dentro de una caja de televisor. Alguien, un jugador, movería los controles para que nos encontráramos en aquella plaza buscando que hiciéramos contacto. Nuestros ojos, nuestras manos, nuestra piel. Ése era el único objetivo de nuestras existencias. Todo lo demás, todo mi pasado, sólo era el preargumento del juego para que tuviera validez. Entonces me sentí aliviado. En mi oportunidad, mi yo instantáneo había fallado, pero otros yo tendrían otro chance que quizá derivaría en un futuro distinto. Vivir es increíble, ¿sabes? Nunca sabrás de mi existencia. Nunca sabrás que estuvimos tan cerca de serlo todo, a partir de casi nada. Mañana saldré otra vez a las cinco, pero no te encontraré en la plaza del mercado, porque, de acuerdo con Heisenberg, es imposible determinar simultáneamente la posición y la velocidad de nuestro encuentro a la vez. 

 

 

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