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sábado, 27 abril, 2024
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El joven del puente

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Por: José Luis Guerrero Álvarez •

La Gualdra 307 / Río de palabras

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A quién no se le ha metido en la cabeza el capricho de irse de vago en algún momento de su vida; irse por el mundo, explorando lo que significaría estar libre de toda atadura, familia, trabajo, amigos, compromisos, estudios y todo aquello que nos mantiene en dependencia de lo que nos rodea, caminar por las calles sin ningún problema, disfrutar del olor de la mañana, comer sol, comer lluvia, comer aire, comer sonidos, comer vida independiente, permitirnos el lujo de vivir sin ningún lujo, de vivir como un asceta, filosofando por la vida, buscándole los detalles a la misma -que los seres humanos “normales” no percibimos-, disfrutar de la gente, sin que la gente nos conozca, disfrutar del parque, de la montaña, de los paisajes; creo que a la mayoría nos ha llegado ese deseo que luego vemos como imposible porque ya tenemos un proyecto en nuestras vidas.

Irnos sólo con lo necesario y sentarnos en cualquier lugar a leer un buen libro, escribir lo que se nos antoje, poesía, novela, vivencias, disfrutar de un buen café elaborado en maquinitas de la tienda; disfrutar, no sufrir; disfrutar, no preocuparse; disfrutar, no espantarnos por lo que nos dice la bolsa de valores; dejar que el destino nos ofrezca lo que determine, olvidarnos de todo aquello que causa estrés, recostarnos en la arena para escuchar el viento, el oleaje, las aves, el sonido de la vida, el sonido de la libertad y respirarla, aspirarla.

Me encontré con un joven de unos 25 años o menos; llegó a vivir bajo el puente que conduce a la Colonia La Condesa, en Guadalupe -cerca de la UPN-; lleva consigo sus cobijas, su botella de agua, algo de comida, algunos libros y su inseparable flauta de pico. Tiene aproximadamente un mes y medio viviendo ahí; en ocasiones desaparece, dobla sus cobijas y lo poco de ropa que tiene, acomoda sus cosas y las deja ahí en el puente; nadie se acerca, causan extrañeza a los transeúntes los objetos que ahí se encuentran, pero nadie escudriña, ni siquiera la policía, nadie le molesta, nadie mueve sus pertenencias, es como si fuera un hogar con puertas cerradas cuyos habitantes están ausentes. Lo poco que me dijo es que tiene 6 años viviendo en México, que es originario de Chicago y que va de ciudad en ciudad, viviendo en la calle; hay algo más sorprendente: interpreta de manera excepcional la flauta; al oírlo se percibe un concierto bien estructurado, tiene junto a él un legajo de partituras de Mozart, de Vivaldi y de Beethoven principalmente; son notas muy rápidas, de pronto sentí escuchar a un profesional, no sé si en verdad está leyendo las partituras; no permite que se acerque uno demasiado, la gente le deposita algunas monedas en una gorra sucia que coloca a su lado y va por muchos lugares llevando lo suyo, lo que sabe hacer.

No dice mucho, no quiere descubrirse del todo, se le ve feliz, contento; me reveló que le gusta la libertad y la música, aunque interpreta a Mozart y a Vivaldi, me dijo que su favorito es este último; pasa horas bajo el puente, al parecer lee, porque con él tiene unos ocho libros entre los cuales se puede reconocer La Ilíada, de Homero. Omar es su nombre, es muy desconfiado, no le gustan los periodistas; tiene temor de que algún día lo vayan a desalojar de “su hogar” (la parte baja del puente).

Me quedo con algo, está viviendo como quiere y todas las mañanas se levanta a interpretar su música, recibe monedas para sobrevivir, es vagabundo, como lo fueron muchos artistas, muchos ascetas, muchos filósofos, en realidad… ¿quién será Omar?

[email protected]

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-307

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