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domingo, 19 mayo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Los antecesores

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En el oriente del pueblo sureño hay una mina llamada La Leonera, que durante mucho tiempo produjo plata para sus dueños criollos. En las inmediaciones de la gruta se plantó una comunidad y años después otras tantas: Las Presas, Caballerías, La Pitaya, Jabonera. En esta última nació Sabás El Arriero.

Cuentan los ancianos que a mediados del siglo 19 Sabás conducía ganado por las orillas del río Juchipila. Era hombre errante, uno de los pocos que podía salir de Jabonera y traer a ese pequeño mundo varias baratijas de la gran metrópoli Guadalajara. Cuando se construyó la capilla, Sabás trajo a lomos de mula esa campana que hoy sigue convocando a los fieles jabonerenses. Después, sobre la misma mula, llevó el Sagrado Corazón de bulto que sustituiría al humilde crucifijo al que adoraban en la pequeña comunidad.

Sabás El Arriero construyó La Casa de las Bugambilias. Fue ése el hogar de los hijos de él, ansiosos por comer tortillas tostadas, ennegrecidas por el humo, con harta miel sobre la superficie. Fue esa casa el refugio de formación para uno de los más inquietos: Herminio El Agricultor.

El Agricultor, hijo de Sabás El Arriero, fue el primero en bajar al pueblo para vender cosecha. Herminio cuidaba entonces muy bien el dinero, por eso se ganó el otro mote: El Revuelto. Una vez asomó al mercado y ahí cerca vio un puesto donde una señora vendía tacos con ocho o diez guisos. “Buenas tardes le dé Nuestro Señor. ¿A cuánto cada taco, doña?”, preguntó el de Jabonera. “Nomás a dos centavos”, contestaba la taquera. Herminio El Agricultor se rascaba el área del copete güero y entonces sentenciaba: “Me va a servir dos tacos, pero cada uno con distintos guisos en revuelto”.

El Agricultor o El Revuelto cuidaba mucho su dinero pero no sabía bien eso de los pagarés y recibos. Una vez pagó una deuda pero no exigió el pagaré para destruirlo y entonces meses después bajó al pueblo y el presidente municipal ordenó su encarcelamiento. Herminio sintió fuerte el golpe de la tristeza y la decepción. Después de salir de la cárcel ya no fue el mismo y con esa pena murió. Fue su hijo el de en medio, Trinidad El Bracero, quien terminó pidiendo dinero prestado para comprar el ataúd.

Trinidad El Bracero se armó de valor un día frente a los embates del hambre. Ya no se comía muy bien en La Casa de las Bugambilias: habían muerto El Arriero y El Agricultor. Faltaban hombres y sobraban necesidades. El Bracero, que entonces todavía no lo era, acudió a la tienda El Antiguo Nido de Águilas y pidió fiados al dueño dos costales de cacahuate para sembrar. Trinidad vendió lo fiado y con eso pudo llegar a la frontera norte, y después traspasarla. Terminó entre cultivos de berenjena, envió dinero a su madre y hermana, pagó el ataúd de su padre y pagó la deuda de los costales.

Trinidad El Bracero pasó de las berenjenas a las charolas calientes de una panadería. Tiempo después se acogió al indulto gubernamental y tornose ciudadano estadunidense. Regresó legalmente al pueblo, casó, tuvo hijo y regresó al trabajo: así cada dos años. Se entregó al trabajo como si de religión o cofradía se tratara, hasta que le llegó la fecha de jubilarse y regresar definitivamente al pueblo, para vivir y morir en casa roja, ya no la de Las Bugambilias, que terminó abandonada.

El Bracero fue el segundo hijo de Herminio El Agricultor. Pero El Bracero también tuvo hijo segundo, y éste fue Herminio El Chofer. Trinidad pagó a su hijo las clases para el manejo de tráileres y otros automotores pesados, y así Herminio nieto de su tocayo aseguró un futuro. Con juventud como bandera vigorosa, El Chofer cruzaba cada tres o cuatro días la frontera entre California y Nevada a bordo de un tráiler de la compañía Mason Cheese.

Un día Herminio El Chofer abandonó el arreo de quesos, el revoltijo de emociones, el braceo sobre el volante. Regresó al pueblo para platicar con su padre y criar a su segundo hijo. A ése lo llevó a Jabonera, en el oriente del poblado, y le mostró lo que entonces fue La Casa de Las Bugambilias. Escucharon juntos la campana que llevó Sabás El Arriero, otearon por la ventana de la encadenada sacristía para contemplar el viejo bulto Sagrado Corazón, destronado por un cura que prefirió a San Felipe de Jesús.

Ese segundo hijo de Herminio El Chofer puede llevar como apodo El Tecleador o El que escribe sobre sus antecesores, por supuesto.

 

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