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viernes, 26 abril, 2024
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El liberalismo derrotado (y su alternativa)

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

He leído (y me ha convencido, sobrará decirlo) el artículo de Carlos Bravo Regidor y Juan Espíndola Mata, El peligro populista como autorretrato liberal, en el número de septiembre pasado de la revista Letras Libres (que por cierto anda cumpliendo este mes 20 años). El argumento me ha resultado respuesta a un (auto) reclamo discreto desde hace tiempo: el liberalismo y los liberales mexicanos contemporáneos dejaron de pensar en los problemas más sentidos de la mayoría y se dedicaron a repetir las recetas atemporales y de largo alcance de mejora institucional, sin que éstas parecieran servir a quiénes más reclamo hacían de su efectividad. En cambio, enfrente, en el proyecto hoy gobernante, asistía con preocupación a un cúmulo de demandas con sentido social, pero ajenas a toda clave de la democracia constitucional: desmontar los logros y repetir las recetas del pasado, en lugar de buscar reformar (innovando) al Estado, acudir a las mayorías como fuente de razón y un largo etcétera.

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Los autores describen esta incertidumbre crítica con precisión, al referirse sobre el régimen post- transición: Un régimen que asumió la democracia en su definición más mínima, menos ambiciosa, como una cuestión no tanto de compromisos sustantivos como de procedimientos institucionales, más orientada a pregonar el cambio de reglas que a procurar resultados. Un régimen cuyo lenguaje normativo fue el deli liberalismo de los años noventa (1989-2001), es decir, el de la posguerra fría, el “fin de la historia”, el “consenso de Washington”: mercados, libertades, instituciones, Estado de derecho, competencia, meritocracia, pesos y contrapesos. Pero un régimen que en su desempeño efectivo, al margen de su inspiración o sus aspiraciones, fue de un liberalismo muy modesto, casi diríamos epidérmico. Porque los niveles de pobreza, exclusión, violencia, desigualdad, discriminación, corrupción e impunidad que toleró y engendró minaron cualquier posibilidad de un orden liberal mínimamente funcional. (Y sus éxitos relativos, como la estabilidad económica, la transparencia o la integración comercial no anulan estos problemas, si acaso los vuelven aún más graves.) La respuesta de ese liberalismo era casi siempre la misma: erradicar el atraso lleva tiempo, hay problemas pero vamos poco a poco, las cosas no cambian de la noche a la mañana. Casi tres décadas después de seguir pidiendo paciencia dicho gradualismo ha quedado en bancarrota”. (Artículo completo en línea: https://www.letraslibres.com/mexico/revista/el-peligro-populista-como-autorretrato-liberal).

Yo mismo había anotado, en estas mismas páginas, una decepción sobre el estado de la democracia en nuestro país, anclada a reglas, mecanismos y asimilaciones institucionales, sin mayor reparo en las pre condiciones o el piso parejo social, para que éstas pudieran tener relativo éxito (La democracia mexicana: una casa sin cimientos. La Jornada Zacatecas, 29 de abril, 2015). Lo sucedido el pasado julio es justo la respuesta de una sociedad cansada de un cúmulo de expresiones que no hacían eco de su urgente e imperante necesidad de inclusión a un desarrollo que al tiempo que modernizaba sectores productivos, dejaba intocados amplias zonas de pobreza extrema, exclusión social y desigualdad insultante. Los liberales mexicanos, fueron incapaces de salir del fin de la historia para reconocer que la narrativa no era suficiente si solo era aceptable para ellos. Las temidas y despreciadas mayorías se volvieron invisibles a las élites que denunciaban la desigualdad solo en razón del gradualismo ya denunciado por los antes citados: el futuro aún está en el horizonte, el presente mejorará por la vía de la modernidad. Y la demanda de justicia social se cansó de esperar, acudió a la narrativa de enfrente: primero los pobres, luego las instituciones.

Hay sin embargo una alternativa para el liberalismo mexicano (y global): uno que sin dejar de creer en las instituciones, acude al llamado de la igualdad como precondición para la libertad y la democracia, el liberalismo igualitario. Dado que expresar una filosofía política es un reto para el cual el que escribe se reconoce incapaz, cuando menos en este momento, me permitiré remitir a otro texto breve, pero didáctico al respecto: Confesiones de un liberal igualitario, de Pedro Salazar Ugarte, en la revista Nexos (Artículo en línea: https://www.nexos.com.mx/?p=19304) en el que podrá encontrar una visualización bastante coherente y actual de esta versión del liberalismo, que desde mi admitida filiación, hace de las ideas que florecen en la búsqueda de la libertad y la igualdad, el mejor híbrido aproximado hasta ahora. ■

@CarlosETorres_

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