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viernes, 26 abril, 2024
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Arreola centenario. En el suelo de una patria trepidante [Primera de dos partes]

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Por: Mauricio Flores •

Me confieso incapaz de entender a este hombre tan profundo en contradicciones, tal vez porque en este aspecto de pura condición humana se parece tanto a todos nosotros.

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Juan José Arreola (sobre López Velarde)

 No creo que la representación de la fiera enjaulada, instalada en nuestro imaginario desde el dominio del hombre sobre la bestia, sea la más justa para recordarlo. Si bien, a treinta años de distancia, ese marchar nervioso en una antesala de escasos metros, se reproduzca en mi memoria como el de alguien humanamente sujeto.

Un hombre a punto de dar el paso decisivo.

Así lo vi y así quisiera recordarlo siempre.

El cuerpo tembloroso, las manos frías, la garganta rasposa, los cabellos revueltos…, repasando en su mente las palabras con las que, de frente a la República de las letras en pleno, instalada en el Teatro Fernando Calderón, celebraría los cien años del poeta Ramón López Velarde.

Responsable de la encomienda, no institucional, no protocolaria, sino la proveniente del entendimiento de la literatura, la cultura y la vida misma como aprendizajes morales.

Un hombre, Juan José Arreola, del que ahora conmemoramos su centuria y quien, aquella noche, ratificó no sólo las verdades lopezvelaedianas sino también las suyas. Ésas que nos habían hablado ya del movimiento interior y de la convicción de la existencia de ciertas plenitudes que nos colman de cosas buenas. Hombre, no bestia, henchido, definió él mismo. Creyente fervoroso, a la manera del jerezano, en una “plenitud que viene de otros lugares y me llena como un vaso de licor, y que me sale de la boca y por los ojos en forma de palabras o lágrimas”.

Pudo Arreola con la encomienda. Y de qué manera. Su presencia en esas jornadas dieron justo perfil al entonces poeta en boca de todos, López Velarde.

Sean los extractos de una sencilla obra, Ramón López Velarde: el poeta, el revolucionario, pequeñas muestras de reconocimiento al de Zapotlán. A ese Arreola que tantos oficios ejerció y quien, siempre desde su condición subrayadamente humana, mucho nos dejó (así como reveló la obra lopezvelardiana).

En el libro referido, sobra decirlo, se encuentra una síntesis de los múltiples encuentros arreolianos con la obra del autor de Suave Patria. Poeta (en esta primera entrega) y revolucionario (la próxima semana), “abuelo de la literatura mexicana”, de acuerdo a Arreola.

Uno de dos

¿Nace el poeta cuando el político muere, o muere el poeta cuando el político nace? Yo no puedo responder esta pregunta, pero creo que pudo hacerlo Víctor Hugo. Lo cierto es que Ramón fue político y poeta durante su vida breve. Puede decirse que hay en él dos hombres juntos: el que luchó y el que supo que ya no vale la pena luchar. Porque la batalla estaba perdida desde antes.

Maestro

Para quienes aprendemos a escribir, Ramón se convirtió en maestro desde la escuela infantil, porque se propuso enseñarnos lo que él mismo estaba aprendiendo como un arte musical: la función real de las palabras: “castellana y morisca, rayada de azteca”. Esta definición sintética de nuestra complicada etnia nacional, nos demuestra que cada palabra tiene aquí una extensa significación, realmente asombrosa: “castellana”, no sólo se refiere a una provincia geográfica y lingüística, sino a la hegemonía que alcanzan Isabel y Fernando en la península ibérica. Y su matrimonio y reinado consuman y consumen la unión de las provincias españolas con los pueblos aborígenes de México.

Mujeres

Muchas, muchísimas mujeres han desfilado por la mirada de Ramón, ¡y cuántas quedaron prendidas para siempre en una línea, en una estrofa o en un poema de cuerpo entero! Ahora Ramón va cumplir treinta y tres años y la “edad de Cristo azul” se le acongoja en un presentimiento mortal. Y se da cuenta de que la Patria es también una mujer. Tal como aparece en las litografías de la época junto a la ciencia y al progreso, en alegórico despliegue de formas y colores.

Palabra muy seria

Si me preguntan qué es Suave Patria, diré que es un poema jocundo, porque nada puede responder mejor que la rotundidad de esa palabra. Y si me preguntan qué quiere decir jocundo, diré que es la profundidad de lo jocoso. Y antes de que me vuelvan a preguntar, diré que jocoso es una palabra muy seria, porque viene desde allá, de ese nuestro pasado común grecorromano.

Para el bien de todos

El que sólo tiene una moneda, la aprieta en su puño, alcancía precaria y corporal… Pero ahora, como en el entonces de Ramón, debemos hacer todos de nuestra pobreza una alcancía que pueda volverse riqueza nacional. Por fortuna, el barro sigue sonando en las campanitas de Oaxaca… Y afortunadamente también, se respiran todavía aromas mejores que otros aires esparcen.

Mujer-madre-tierra

Sí, en realidad los hombres solos valemos muy poco frente al avance torrencial de las mujeres. Como Ramón predijo, México solo, sólo puede salvarse en las virtudes de su mujerío, como un niño entre las faldas de su madre. ¿Y quién es la madre de México? Pues simplemente la tierra. Así, tan sencillo como suena: los hombres somos esta tierra en que nacimos, y debemos defenderla como a nuestra propia madre.

Una palma

Sin exageración alguna, decimos que Ramón vivió toda su vida en el suelo de una patria trepidante, lo mismo estremecido por contiendas civiles que por movimientos telúricos. Y desfiló interminablemente, con manifestación pacífica de sus más hermosos sentimientos, al amparo de una palma, como aquel Otro, que hizo su entrada pacífica en Jerusalén y en un Domingo de Ramos.

Patria

Aunque quisiéramos, y Dios nos libre, deshonrarla, la patria es como Ramón dijo al principio: impecable y diamantina. Si la traición ocurre, se trata de un hecho personal que sólo atañe al individuo que la comete, aunque muchos paguemos todavía las consecuencias. A pesar de las desdichas históricas, Ramón sostiene su fe, como un amante inexorable.

Muerte

En su lecho de muerte, y ya con la extremaunción del genio que le sigue dando vida entre nosotros, Ramón puso desde su alcoba personal, el trono de la patria a la intemperie. A la intemperie de los vientos rurales que se vuelven poco a poco ciudadanos: la entrada triunfal de la carreta cargada con las hojas y los tallos del maíz ya cosechado en el apogeo cereal de los otoños.

Fuente: Juan José Arreola, Ramón López Velarde: el poeta, el revolucionario, Alfaguara, México, 1997, 149 pp.

* @mauflos

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