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viernes, 26 abril, 2024
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La participación ciudadana es indispensable para cambiar a México

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

En nuestro país, abstenerse o anular el voto es un derecho, y aunque nuestra Constitución establece que también es una obligación, dado que no existen sanciones para el que no acude a sufragar, el voto se ha convertido –por la fuerza de los hechos– sólo en un derecho. Lamentablemente, el domingo pasado sólo 3 de cada 10 electores decidieron ir a su casilla a ejercer su derecho a elegir a las autoridades municipales de la capital del estado, luego de que las instancias jurisdiccionales anularon la elección ordinaria celebrada en junio pasado en la cual, por cierto, participaron el doble de electores. Como ha dicho Jorge Alcocer votar supone acudir a la casilla, formarse, exhibir la credencial, recibir las boletas, ir a la mampara y permitir la mancha en el dedo.  El voto es individual y secreto. El voto válido se anota para un partido, las boletas no utilizadas igual que las anuladas, no valen. Nadie califica lo que estuvo en la mente del elector que se abstuvo o que anuló. Si no concurre a votar, santo y bueno; si el voto es nulo por error, o porque lo anuló a propósito, no hay manera de saberlo. La magia del voto es que el día de la elección todos los ciudadanos valemos lo mismo. Si no voy, o anulo mi voto, valdré nada. El que vota por un partido vale uno, los que no votan, o anulan su voto, cero.

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Es evidente que quienes decidieron no ir a votar tienen razones diversas para justificar su decisión: voté en junio pero no respetaron mi voto, los partidos compran los votos, he observado que cuando alcanzan el poder, todos los partidos lo ejercen para beneficiar a sus allegados, porque los partidos no me representan y sólo les interesa mantener sus privilegios, porque hacen un uso patrimonialista del poder, porque todos sirven sólo a los poderosos, porque dicen que censuran el clientelismo pero en él se apoyan, porque todos se acusan de violar la ley pero la violan constantemente, porque los árbitros son parciales, porque los medios ayudan a quien les da dinero por debajo de la mesa, etc.

Pero si dejamos a un lado, por un momento, los motivos de nuestra inconformidad llegaremos a la conclusión de que la decisión de abstenerse o de anular el voto es poco eficaz, tanto como acción individual como colectiva. Pero algunos de los promotores de la abstención o de anular el voto dicen que su objetivo va más allá de manifestar su profunda decepción, extremo descontento y absoluta reprobación del sistema de partidos y la calidad de sus gobernantes, sino que buscan además provocar una reacción de las cúpulas de los partidos y de los integrantes de los órganos electorales, abrirles los ojos, hacerles tomar conciencia y cambiar su conducta.

Para estos propósitos la abstención es ineficaz. ¿O realmente creemos que la anulación de 70 % por ciento de los electores va a provocar en los partidos un acto de contrición y que como resultado comenzarán a preocuparse por los más necesitados, por hacer de México un país respetuoso de las leyes donde se sancione con rigor la corrupción y se elimine la impunidad? No. El negocio de los actuales partidos es llegar al poder con uno, con cien mil, o con un millón de votos. Como lo dijo jocosamente José López Portillo cuando le informaron que no tendría contendiente registrado en la elección presidencial de 1996: “no importa, con el voto de mi mama es suficiente”. Con los pocos votos obtenidos gobernarán a los que votaron, a los que se abstuvieron y a los que anularon. El único efecto práctico es que solo ese 30 % decidió por todos.

Si realmente queremos influir para superar los retos que México enfrenta, para que nuestra democracia sea digna del aprecio generalizado, es más recomendable cualquiera de las siguientes alternativas: formar un nuevo partido, entrar a uno de los partidos existentes y cambiarlo desde dentro, presionar a los legisladores para que hagan las reformas necesarias para perfeccionar al sistema, denunciar los actos de corrupción, participar en marchas para exigir la democratización de los actuales partidos, agruparse a favor de ciertas causas, etc. Pero me parece evidente que todas estas opciones suponen mucho más esfuerzo que acudir a las urnas, exigen una participación más comprometida y, por lo visto hasta ahora, la sociedad mexicana no está dispuesta a hacerlo, como lo indica la Encuesta Nacional de Cultura Política y Participación Ciudadana, menos del 10 % de la población ha participado alguna vez en actividades de este tipo.

Nuestro reto más inmediato e ineludible es lograr que se entienda que la naturaleza de la gravísima situación que padecemos todos los mexicanos sólo se resolverá con la participación intensa de la gran mayoría; esa es una condición indispensable. ■

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