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viernes, 26 abril, 2024
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El cuarto informe de gobierno; Peña Nieto, los jóvenes y el espejismo de la rendición de cuentas

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Por: Rodrigo Reyes Muguerza • admin-zenda • Admin •

Cada año el presidente de Estados Unidos se dirige a la nación en el “State of the Union”. Se trata de un discurso dirigido a las dos cámaras legislativas que no solamente subraya los logros de las administraciones sino sus retos y fallas. En enero de este año, por ejemplo, Barack Obama enfatizó en la necesidad de reducir la influencia de las inversiones privadas para eliminar la existencia de intereses ocultos. En Inglaterra, el líder del partido opositor y los miembros del parlamento cuestionan al Primer Ministro semanalmente sobre las políticas instauradas, su progreso y su efectividad. Sin protocolos, sin luminarias y sin ataduras.

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En México la historia es distinta. En el país, el informe de gobierno fue por muchos años un día en el que el dirigente del ejecutivo bajaba del olimpo político para dirigirse a la mayoría. Se trataba de un acontecimiento tan extraordinario que los niños, quienes difícilmente entendían lo que sucedía, podían faltar a la escuela. El país se paralizaba. En un sistema controlado por un solo partido los informes de gobierno funcionaban como un espacio en el que los asistentes terminaban con las palmas rojas de tanto aplaudir.

La tradición en la que el presidente pronunciaba su informe frente al poder legislativo llegó a su fin el primero de septiembre de 2006. En esa fecha, Vicente Fox no pudo subir a la tribuna al estar tomada por legisladores del PRD y el PT. La reforma de 2008 al artículo 69 constitucional, permitió al ejecutivo enviar su informe al congreso sin necesidad de presentarse. Independientemente del foro y la audiencia, los informes presidenciales en México nunca han sido espacios ni de reflexión ni de autocrítica. Cada que escuchamos un informe pareciera ser que año con año México avanza y que los planes de desarrollo de cada sexenio alcanzan sus objetivos.

En 2012 Enrique Peña Nieto anunció la visión que tenía para el país. En ella planteó cinco metas; lograr un México en paz, un México incluyente, un México con educación de calidad, un México próspero y un México con responsabilidad global. No hace falta ser crítico para darse cuenta que las cosas no andan como quisiéramos, solamente tenemos que revisar los indicadores. En México hay dos millones más de pobres, los homicidios siguen al alza, la reforma educativa no ha tenido el éxito esperado y el desarrollo económico no ha sido alcanzado. Es cierto, las cosas buenas también cuentan, como dice el presidente, pero también tenemos que aceptar que las cosas malas pesan.

Ante tantas fallas, lo ideal sería transformar el informe de gobierno en un ejercicio en el que se replanteen las estrategias, en una ocasión para cuestionar a quien se eligió como gobernante y no solamente en una oportunidad para escucharlo. La propuesta de foro para el cuarto informe de gobierno que se llevará a cabo el día de mañana se encuentra lejos de cumplir con este objetivo.

En un video publicado la semana pasada, Enrique Peña Nieto anunció que esta edición del informe será “diferente”. Desde su oficina el presidente nos dio la noticia que los asistentes no serán líderes de la oposición o miembros de la sociedad civil organizada. Enfrentando niveles de aceptación baja, Peña Nieto y su equipo decidieron invitar al informe a jóvenes mexicanos. La inclusión de los jóvenes será siempre aplaudida, pero para muchos este formato se trata de una farsa. Existe la preocupación de que los interlocutores del presidente serán personas escogidas, con preguntas muy bien delimitadas y quienes no cuestionarán ni una sola palabra. Si Díaz Ordaz pensaba que su administración fue tolerante hasta excesos criticados, parece ser que el equipo de Peña necesita un auditorio que tolere al presidente excesivamente.

La duda sobre la naturaleza de la invitación es razonable dadas las circunstancias y la baja popularidad de Peña. Lo que resulta más difícil de entender es cuál será el comportamiento de los jóvenes que asistirán. En ellos recae una responsabilidad y una oportunidad histórica para romper con el espejismo de la rendición de cuentas. Por mucho tiempo se ha dicho que los jóvenes de las nuevas generaciones no tolerarán los abusos a los que fueron víctimas sus progenitores. Si esto es totalmente cierto, el informe de mañana deberá de ser realmente diferente. Si entre los jóvenes con los que dialogará el presidente existe al menos uno sensato, entonces seguramente escucharemos preguntas complicadas que claman respuesta.

Lamentablemente me resulta difícil pensar que este será el caso. Es más realista imaginar que ante un sistema desgastado, en donde el Legislativo y el Ejecutivo ya no se pueden ver las caras, algunos de los pocos que quedan para aplaudir son algunos jóvenes que han mordido el anzuelo. Ojalá me equivoque, ojalá que no existan jóvenes a modo. ■

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