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viernes, 26 abril, 2024
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Piratas divinos

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Por: Manuel Rivera •

«Ostentar el poder político asumiendo es concesión de Dios, resulta un acto de piratería que lleva al ciudadano a los extremos de la risa y del terror”, fue un reciente intento de pensamiento que esta madrugada retornó a lo que aún puede quedarte de tu desgastada mente.

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A estas horas en las que continúa el atrozdebate entre tus sentimientos y sentido común, concluyes que el poder descorre el velo de quien lo ejerce para exhibir su verdadera personalidad, la que estuvo oculta cuando el deseo de llegar a ese ejercicio era tan grande que ni a ella o a él dejaba verse.

El poder, al igual que el miedo, muchas veces hace que los seres humanos descubran quienes son en verdad.

Por ello, desde un punto de vista extremo, la lógica de lo ilógico indicaría que lo correcto sería votar al final del periodo del gobernante; y desde una perspectiva moderada, sería mejor que la sociedad corriera el riesgo de ser agredida o ignorada en un tiempo de prueba concedido a cada candidata o candidato, para que en unos cuantos meses se hinchara de todo lo que su vacío humano reclamara, tras lo cual sería posible que los ciudadanos sufragaran con bases reales.

Y es que si en la vida todo fuera como la mirada honesta, recta, de Hosco, cuyo hocico atisba la pantalla de la computadora y el teclado en el que tratas de ordenar letras –porque escribir es propio sólo de unos cuantos-, no habría por qué cuidarse de las máscaras de los hombres. Sólo aclara algo antes de seguir aventando caracteres… Por supuesto, deslinda a Hosco de la autoría de este texto.

Admitido lo anterior, sigue dando vueltas a tus observaciones hechas en el sitio al que viajaste recientemente, tan ausente de líderes verdaderos como pletórico de dioses ficticios.

La conclusión es obvia: el humano que se cree superior a sus semejantes, confiesa su inferioridad en esa sola suposición.

Diferente sólo es aquel que nunca llora, nunca ríe, nunca anhela cariño, nunca tiene miedo, nunca sueña ser amado. El poder es una circunstancia temporal que, sin importar logrande que sea, es incapaz de cambiar la esencia humana, por más que haya soberbias que expongan al ridículo a quien las tiene y a la sociedad a la amenaza de quien ignorándose pretende saber todo.

Pero, ¿y si has estado frente a Dios sin reconocerle ni inclinarte ante Él?

Piénsalo bien, porque a Dios nadie puede contradecirle, pues primero se equivoca el mundo, antes que Él. ¿Estás seguro que nunca has estado a su lado? Porque recuerda que características de su magnificencia son no tener que escuchar a los hombres para ser sabio, adaptar la realidad a sus deseos y ser principio y fin de todo.

Sé que dudas, pero debes admitir que tal vez lo conociste…

Vaya, escribir para creer. ¿Quién fuera a pensar que aquel que ni antes de tragar miedo busca apoyo divino, porque sólo demanda el que cree existe, sospecha que hace años pudo estar con Dios y hasta lo tocó?

Y no fue esa vez en la que fallaron los motores del avión en el que viajabas y tu ropa interior pareció descender hasta tus tobillos…

Fue una madrugada de hace unos 20 años cuando acudiste a su encuentro, sin sospechar siquiera que podría tratarse de Él. Si existe, en esa ocasión lo abrazaste cuando pretendía quizá probarte tomando una forma muy distinta a la aceptada por la imaginación colectiva.

Estabas en la Central de Bomberos espantando, como siempre a esas horas, los buitres que sólo tú veías cómo pretendían despedazarte al ser atraídos por la fetidez de tus entrañas, podridas por añejos recuerdos de dolor sufrido y culpas por dolor causado.

Justo estabas evitando que fueran arrancadaspartes de tu nauseabunda masa encefálica, llena de las ficciones que componían, y componen, tu realidad, cuando tu compañero de guardia y tú repararon en una figura que, a lo lejos y entre tinieblas, parecía ser la de una mujer que caminaba cerca de la Central sobre la vía más rápida y transitada de la ciudad, en inminente riesgo de ser atropellada. Evidentemente había que retirar a esa persona cuanto antes de la avenida.

¿Recuerdas? Antes de que ustedes llegaran a ella, ya varios automóviles la habían esquivado, verdaderamente, de manera milagrosa. Impávida, seguía caminando hacia su inminente sacrificio, sin decir palabra alguna por la boca, pero desbordando miles, todas tristes, a través de la expresión de su rostro.

Le hablabas e invitabas a salir del camino de los vehículos, pero te ignoraba absolutamente. Entre el cercano, frecuente y raudo paso de los carros intuías que debías de actuar con cautela, pues adivinabas que intempestivamente podría huir y ser mortalmente embestida.

Poco a poco acortaste la distancia, hablándole suave hasta que estuvo a tu alcance y la abrazaste como anhelada novia. En ese momento descubriste su rostro sucio, cabello descuidado, aliento alcohólico, ropa con profundo aroma de orines y mirada sin asomo alguno de esperanza. Sin dejar un instante de sujetarla la sacaste de la avenida, atravesando juntos la calle lateral hasta detenerse en la banqueta frente a la Estación Central, donde trataste con y sin palabras decirle que era importante, lo que realmente creías.

Cuando sentiste una actitud diferente en ella la dejaste ir, sin pensar siquiera en lo que entenderías pocos minutos después al regresar a tu solitaria lucha contra los carroñeros come culpas.

Claro… ¡así debía ser Dios! ¡Te había permitido abrazarlo, impregnándote de olor a mugre, orines y abandono! Por supuesto que en ella podría estar habitando el Espíritu Perfecto, pues seguiría siéndolo en un cuerpo orinado, cubierto con andrajos y de hirsuta y piojosa cabellera, lo que sería absolutamente intrascendente para la manifestación de su Esencia, que en esa forma habría hecho irresistible invitación a conocer su fondo.

Si existía, había encarnado en ella, pues ¿cómo creer en un dios soberbio, que tiene que ponerse caretas de superioridad, carece de fondo, pide pleitesía y concede como suprema y excepcional gracia su mirada a los mortales?

Quizá nada más risible y menos merecedor de tu respeto que los piratas de la divinidad, quienes necesitan lo mismo que regatean a los demás y aterrorizan con el ejercicio del poder de los dioses, por definición incuestionable e infalible.

Los viajes ilustran. ■

 

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