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viernes, 26 abril, 2024
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Por: RENÉ LARA RAMOS •

Gustavo Esteva escribió: “Superstición es depositar nuestra fe en algo que no lo merece, en fantasmas o ilusiones. En ella se hunde la vida política contemporánea. Estado, nación y democracia son tres palabras infaltables en el lenguaje político que construyen la superstición. En manos de los políticos, estos fantasmas inasibles sirven para manipular y controlar a la gente.

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La nación es la palabra de aspecto más sagrado. Mucha gente está dispuesta a morir por la nación… y muchos, de hecho, han muerto por ella. Pero se trata de una vaga entidad abstracta que carece de toda realidad específica. Es imposible darle contenido concreto. Lo que hace un buen demagogo es construirle un perfil con el que la gente pueda identificarse para manipularla.” ¿Para pensar la “Toma”?

Con futbol de por medio o no, es buen momento para poner a prueba lo anterior, ¿qué significa “nación” para la mexicana o el mexicano ordinarios, como usted o yo? Hoy existe el riesgo hasta de perderla (la nación), no porque la selección de futbol enfrente un juego decisivo, sino porque gane, empate o pierda, la inminencia de estar próximos a decidir, diputados o senadores, -quienes ahorita son, según ellos y la ley, representantes del pueblo de México,- cuestiones, a las se supone, con anterioridad, deberían de haber estudiado, conocido y discutido, con pertinencia y responsabilidad, científica, política y democrática. Todo ello, básico y necesario para poder llegar al recinto a discutir, votar y redactar, con suficientes y consistentes, ideas y conocimientos, las leyes reglamentarias de la Reforma Energética. O bien, sorprender a los mexicanos, con alguna novedad superior. Con todo, la pregunta es por el sentido que estado, nación y democracia, tengan para ell@s, legisladores y legisladoras, y para el mismo Peña Nieto, presidente de México, cuya investidura logró, en parte, gracias a una manipulación mercantil electoral, hecha con tarjetas pre-pagadas, ¿Monex – Soriana? Hecho que recién quedó impune como recurso electoral ilegal, utilizado por él y sus apoyadores para acceder a la Presidencia de la República, en una competencia, por ello, desigual y falta de estricto apego a la democracia, como debiera de ser.

El sentido democrático debiera ser básico para la política, la tarea legislativa y la credibilidad institucional, en las que siempre se empeñan representantes populares, presidentes de la República, gobernadores y munícipes, para apuntalar lo que de modo eventual son, reproducirse o avanzar. En todo caso, al final, la cuestión es: qué procesos, queridos o no, resultan de su trabajo legislativo y en qué sentido favorecen impulsar, sostener o corregir, el rumbo y desarrollo de la nación. A la vez, si así se influye en los gobernados y en sí mismos, en los gobiernos y sistemas sociales y políticos, en general, no sólo en el económico: ¿cómo impactan sus decisiones y qué resulta de ellas? No se olvida, su nexo con las bases hoy es más simbólico que evidente y se esfuerzan por recurrir a la mediación para predisponer, agitar o calmar los ánimos ante algún problema o novedad, considerada significativa, aunque luego resulte, no serlo. Como ejemplo, la actual Reforma Energética, ¿desde qué sentido se emite? ¿A qué altura o profundidad del universo neoliberal gravita su aceptación, comprensión o intervención?

La situación de amplia mayoría priísta en el H. Congreso de la Unión, aun sin su perfecta integración, ya probada para el caso de Peña Nieto, desde su inicio legislativo, cuantitativamente ha sido y hoy es clave para sacar adelante y contra toda oposición, las llamadas por los riquillos e influyentes del pacto por México, reformas que México tanto necesita. Sin olvidar, en ello, la integración de una izquierda más entreguista que institucional, en el sentido de no promover un democrático juego opositor, ¿sino impedirlo? ¿Si acaso hoy enarbolara con autenticidad y buena voluntad la defensa del petróleo y ofreciera para todos los mexicanos alternativas imaginativas y creíbles para la reforma energética, quién la va a escuchar, siquiera? ¿O dónde está la promoción del debate, aún pendiente, contra la propuesta y los seguidores de Peña Nieto? El señor Naranjo y el señor Chucho Ortega hace tiempo tiraron por la borda los ánimos de lucha por la transformación de México. No se sienten funcionales ni para Peña Nieto, ni para la izquierda. Sería bueno, la abandonen en definitiva y se vayan. El daño a una posible unidad para escribir en otro tono la política, ya está hecho; eso no quiere decir, haber logrado conseguir la congelación o desaparición de la lucha democrática en México. Ya vienen otros ciclos electorales, quisieran estar en primera fila y nada, la situación ha cambiado hasta para los traficantes políticos. Incluso, para Peña Nieto, encumbrado por las trasnacionales, listas para mercantilizar las exigencias de energéticos para los mexicanos mediante el aprovechamiento de las leyes secundarias de la Reforma Energética. ¿Qué luchas vienen ahora? Con su dificultad formal, la consulta popular es una. ¿Hay decisión para insistir en otro futuro? ■

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