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viernes, 26 abril, 2024
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De la filosofía a la ciencia de la historia

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

La certeza de muchos marxistas en la debacle final del sistema capitalista se expresa, a veces, como sabiduría de Perogrullo: dado que todos los imperios y organizaciones sociales similares han caído, no se ve por qué el capitalismo no haya de sufrir el mismo derrotero. Así, por ejemplo, Jorge Valenzuela Feijoó en la página 16 de su “¿Capitalismo o socialismo? Problemas de la transición” (FCE, 2021) escribe: “La experiencia histórica es tajante en torno a la “mortalidad” de los sistemas económicos. Estos emergen en cierto momento, se expanden y se consolidan. Al cabo, entran en fase de decadencia y terminan desapareciendo de la escena histórica. Para el caso del capitalismo, en principio no hay razones para pensar que pudiera escapar a este destino”. Se aprecia que se trata de realizar una predicción acerca del comportamiento de un sistema social complejo. Sin embargo, aparte de la certeza derivada de la evidencia histórica, los marxistas han fracasado en determinar la fecha del derrumbe, así que está en juego la capacidad de predecir los eventos históricos. Como se recordará, Karl Popper, en su bien conocido “Miseria del historicismo”, argumentó que tal cosa no era posible. Para este filósofo la palabra “historicismo” se refiere a la doctrina que pretende prever el curso de la historia. Combatirla implicó introducir una argumentación sofisticada en dos frentes. Por un lado, establecer la caducidad del marxismo como ciencia predictiva; por el otro, mostrar que el universo está, para decirlo así “abierto”, indeterminado. Pero no sólo el marxismo estuvo en la mira de Popper; también la doctrina hegeliana. Ésta retoma y amplifica temas básicos del idealismo alemán que se inauguran en los escritos de Emmanuel Kant. Así, la cuestión de la predecibilidad de los eventos históricos aparece en “Idea de una historia universal en sentido cosmopolita” de 1784 (véase, e.g. “Filosofía de la historia” FCE, 1985). Introduce en ese artículo, el valetudinario de Koenigsberg, una idea que tendrá gran fortuna en el siglo XIX: “Cualquiera sea el concepto que, en un plano metafísico, tengamos de la libertad de la voluntad, sus manifestaciones fenoménicas, las acciones humanas, se hallan determinadas; lo mismo que los demás fenómenos naturales, por las leyes generales de la naturaleza”. Hay un movimiento conceptual que realiza Kant en esta cita que parece haber pasado desapercibido para los filósofos de la historia posteriores, quienes sufrieron una ceguera autoimpuesta por sus presupuestos teológicos protestantes. Según se afirma, los eventos históricos están determinados por leyes, es decir, son racionales porque son regulares. Esto no aparenta ser así, pues los comportamientos humanos son, o eso se cree, irregulares, toda vez que son producto de voluntades libres. Para compatibilizar esa pretendida libertad con las leyes naturales, Kant introduce un punto de vista: “si [se] contempla el juego de la libertad humana en grande, podrá descubrir en él [la historia] un curso regular”. Aduce el autor de la “Crítica de la razón pura” el ejemplo de las tablas estadísticas de nacimientos y muertes, que permiten determinar el número de matrimonios. Por ende, no se necesita ya de una teología para pergeñar el futuro, sino de una ciencia que deberá fundar algún Newton de la historia. Sin embargo, como ya se mencionó, varios filósofos posteriores a Kant decidieron ignorar esa “historia científica”. Por ejemplo, Karl Lowith en la introducción de su “Historia del mundo y salvación” (Katz, 2007) afirma: “toda filosofía de la historia es totalmente dependiente de la teología, esto es, de la interpretación teológica de la historia en tanto historia de la salvación”. ¿Cuál es el fundamento de esto? Según Lowith, toda filosofía de la historia ha de ser teleológica, tender a un fin. Y esto es, según él, incompatible con la ciencia. Bien, lo es con la caricatura de ciencia que tienen en mente tales filósofos. Pero no con una ciencia que tome en serio la complejidad y ambigüedad de la naturaleza. Un programa de investigación científica que tiene por fin describir las “leyes de la historia” fue adelantado por Peter Turchin en 2003 en el libro “Historical Dynamics” (Princeton, 2003), traducido al español en 2021 por la editorial española Almuzara. El claro entronque con la perspectiva kantiana aparece en el “manifiesto” de Turchin titulado “Arise ‘cliodynamics’” (Nature, v.454, p. 34-35, 2008) donde sostiene que la historia dedicada al “hecho individual irrepetible” requiere ser complementada con una “cliodinámica” que descubra patrones en el proceso histórico. De hecho, en este artículo Turchin reitera la objeción contra una ciencia de la historia derivada de la “libertad humana” y le opone los resultados de sus investigaciones, obtenidos desde el adecuado punto de vista “en grande”, es decir, sobre colectivos de muchos seres humanos en interacción a lo largo de épocas y geografías. Resulta notorio que la filosofía de la historia se sustituye por una teoría científica que Turchin denomina “teoría estructural demográfica”. Esta supone, para el origen de los imperios, la cooperación entre individuos, y para su declive, la emergencia de conflictos resultado del crecimiento demográfico. ¿Aparece la “salvación” o su sucedáneo la “reconciliación” en esta teoría? La pretensión es explicar los “ciclos históricos” de aparición, consolidación y declive de las sociedades. Si esto lleva hacia alguna parte es cosa que no se sabe todavía.

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