16.8 C
Zacatecas
jueves, 9 mayo, 2024
spot_img

¿Esto matará a aquello?

Más Leídas

- Publicidad -

Por: JUAN JOSÉ ROMERO •

A escasos días del fallecimiento de Steve Jobs, se revitalizó la difusión de un discurso suyo, pronunciado en la Universidad de Stanford, en el año 2005. En el primer apartado del documento, se describe un acontecimiento fundamental en el desarrollo de la actual revolución informática y digital. En un acto insondable del cual no sabría su verdadero significado sino una década más tarde, el joven Jobs, por una convicción que le nació desde el punto más profundo de sus entrañas, claudicó ante la idea de abandonar launiversidad. Esa relativa libertad le hizo inscribirse en un curso que sobradamente lo conmovió: algo le atrajo de aquella enigmática caligrafía manifestada en varios sitios del Reed College. Impelido por aquello a lo cual es imposible de sustraerse, se inmiscuyó lo suficiente en los trazos elaborados por los grandes tipógrafos de la antigüedad. “Aprendí de los tipos Serif y San Serif, de la variación de la cantidad de espacio entre las distintas combinaciones de letras, de lo que hace que la gran tipografía sea lo que es”. Aquella estulticia juvenil acabaría como una sencilla anécdota, indigna de recordar, si una década después la circunspección de dos mentes geniales no hubiera dado el primer paso para reinventar una vez más al mundo, acaso en la magnitud en que lo hiciera el impresor de Maguncia cinco centurias antes. Wozniak y Jobs conectaron los puntos mirando hacia el pasado, pero no fue una insulsa mirada hacia el pasado inmediato, se trató de algo más profundo y evocador: la vasta tradición tipográfica.

- Publicidad -

Entonces todo tomó sentido: “Si nunca hubiera asistido a ese único curso en la universidad, la Mac nunca habría tenido tipos múltiples o fuentes proporcionalmente espaciadas. Además, puesto que Windows sólo copió la Mac, es probable que ninguna computadora personal la tendría. Si nunca me hubiera retirado, nunca habría asistido a esa clase de caligrafía, y las computadoras personales no tendrían la maravillosa tipografía que tienen”. Quizá mi conjetura sea trivial y precipitada, carente de seriedad argumentativa, mas no tarda en aparecer en mi mente una idea que no tengo del todo clara y que se resuelve en una interrogante que me absuelve de toda respuesta, aún: ¿la tipografía exige un nuevo soporte cada determinado periodo de tiempo para mudar de piel y así dar más fuerza y vitalidad al conocimiento del hombre? Porque en el principio eran los papiros del antiguo Egipto y las tablillas cuneiformes de Mesopotamia, después los manuscritos medievales, continuaron los libros impresos en papel y, sin más, el legado del ordenador: el e-book.
Quienes desarrollan la tecnología conjeturan que la historia del libro que está por escribirse discurrirá sobre los instrumentales digitales aprovechados como medios y en la sustitución de éstos por otros con mayores capacidades de operación. Por tanto, las épocas culturales solamente podrán ser suplantadas una tras otra a través de nuevas versiones, cual si se tratasen de un software de última generación. Los visionarios aseguran que serán testigos presenciales del finiquito histórico que el ordenador tiene deparado al libro impreso. Ante el maremágnum de los periféricos digitales, el miedo hace presa de los bibliófilos, que de manera tácita hacen suya la sensación de verse despojados de sus bibliotecas personales, llevando a cabo una cruzada de apasionada defensa a favor del libro, emprendiendo la difamación contra el verdugo inmaterial: la tecnología electrónica.

La camarilla que se resiste a los presentimientos emitidos por el oráculo de la informática son los bibliófilos. Sin embargo, sus argumentos románticos a favor de la defensa del libro impreso no alientan a un enfrentamiento serio de opiniones e inferencias. El odio visceral de los bibliófilos encuentra su vía de escape hacia un fetichismo que no tiene razón de existir. Y la vitalidad del recalcitrante distanciamiento entre los dos clanes se convierte en una bocanada de fuego ardiente cuando los demiurgos de la computación celebran un nuevo avance exponencial en la carrera precipitada de los chips y los bytes. La probabilidad de simpleza no es cero cuando cabe la seguridad de que ese chovinismo recalcitrante de las partes involucradas ha permitido rendirle pleitesía a una deidad implacable, simbolizada en un determinismo tecnológico.

La desdeñosa profecía de los futurólogos informáticos que predicen la desaparición del libro impreso y la intensa e injustificada emotividad de los bibliófilos que defienden una causa jamás perdida son ridículas ante el señalamiento de Umberto Eco: “con internet hemos vuelto a la era alfabética. Si alguna vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, pues bien, el ordenador nos ha vuelto a introducir en la galaxia Gutenberg y todos se ven de nuevo obligados a leer. Para leer es necesario un soporte. Ese soporte no puede ser únicamente el ordenador”. Como si se tratase de una necesaria brisa venida desde el estrecho de los Dardanelos y cuya única función ha sido apaciguar por un momento los ánimos caldeados entre troyanos y helenos, Eco desvela el misterio alejando la fatalidad que se presiente en la frase emitida por Claude Frollo en Nuestra señora de París: “Esto matará a aquello. El libro matará al edificio”. ■

Facebook: www.facebook.com/jj.rjuanjo
Correo electrónico: [email protected]

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -