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lunes, 20 mayo, 2024
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El lenguaje después del derrumbe. ‘Tristera’ de Fernando Trejo

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Por: ADRIANA VENTURA •

La Gualdra 619 / Poesía / Libros

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Acaso sea la imposibilidad de nombrar la muerte una de las explicaciones más potentes para justificar la existencia de la poesía. Son las palabras, su armoniosa reunión, algún tipo de pócima que nos alivia, que nos rescata del desconsuelo y nos coloca de nuevo en el mundo. De esto trata el libro que ahora comento. Tristera, de Fernando Trejo, un trabajo excepcional y entrañable. Un texto que se consuma en la época actual, pues fue escrito en el contexto de la pandemia, cuando la humanidad entera experimentó la falta de aliento para decir y nombrar las penas. Un libro valiente que asoma sus versos al abismo terrible de la muerte. El libro en cuestión mereció el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2022 debido a su carácter decididamente íntimo al bordear el tema de la muerte, de acuerdo al acta resolutiva del concurso.

Aunque lo intente, es imposible definir Tristera con un puñado de palabras. Cada uno de los poemas que contiene este libro es una invitación a la experiencia, a palpar la pérdida. El poemario es una elegía en torno a la ausencia. A lo largo de cinco apartados, la capacidad lírica de Fernando Trejo nos invita a evocar con sus palabras distintos instantes de la memoria, a sentir la presencia de su padre. A través de esta remembranza vamos a su lado mientras nos presenta a su padre desde sus ojos opacados por la muerte.

Me atrevo a mencionar aquí la palabra duelo. Entiendo este concepto como la intención de aprender a convivir con lo que se pierde. Y se pregona que es un aprendizaje que no termina nunca. La voz lírica de este libro ha perdido a un hombre, no a cualquier hombre; se trata del padre venerado. Los poemas de la primera sección “Algunas fotografías” representan el deseo de reconstruir el retrato del padre ausente a través de las postales. Al revisitar fotografías, el poeta se apoya en la palabra para delinear la presencia del ausente en el propio cuerpo, y el pasado se encarna en la misma imagen de quien escribe.

El aprendizaje de la muerte es la última gran lección que los padres heredan cuando se marchan. Lo creo y lo confirmo al leer los versos del poema que abre la puerta de Tristera:

 

Entonces mi padre

es también aprendizaje.

Aprendimos sin él a comportarnos.

 

Este aprendizaje es una herencia, los ausentes nos heredan, quizá sin presentirlo ni desearlo, sus gestos, sus movimientos, sus frases, sus modos. Heredan también su ausencia, aunque nos doblega, es necesario aprenderla, para seguir en pie. Sobre este andamio se sostiene Tristera.

En el poemario también nos acercamos al testimonio de un padre que aprende a serlo, que constituye su paternidad con el dolor a cuestas y, ante su propia orfandad, se despide de su infancia para encontrarse fuerte ante su hijo. Necesita mantener viva la enseñanza del amor.

 

Mi padre ahora era yo.

Y mi hijo un pequeño

que traía de golpe

mis recuerdos.

 

A veces la muerte parece ser una sombra que se lo lleva todo. Fernando Trejo se revela, le dice a la muerte que no, que no le arrebatará a su padre, porque aquí, en estos poemas se queda, se queda el recuerdo y eso le pertenece para siempre. No sólo a él, también a nosotros, quienes leemos. Aplaudo la cualidad del poeta para construir poemas claros, abiertos y entregados a convidar la palabra con sus lectores.

“La caja de zapatos” es el título de la segunda sección del libro. Inevitable no pensar en lo simbólico que puede ser este objeto, casi siempre un almacén improvisado para atesorar. Es esa su función en el libro. Y los objetos que pueden guardarse juegan a ser botones para activar la memoria. Por eso, quiero pensar, acudimos a las cajas que son cofres mágicos donde se guarda aquello que nos hará sucumbir al recuerdo y de nuevo, unos versos de Trejo, que me lo confirman:

 

La memoria es

también

una forma de olvidar

 

Pero los poetas jamás olvidan. Mantienen vivo el pasado y amasan los recuerdos para volver a levantar, en sus poemas, los mundos que en el pasado edificaron.

Me atrevo a declarar que Fernado Trejo ha logrado crear lenguajes propios para comunicarse con sus muertos. Lo digo por este libro y los anteriores: Solana o La abuela está en casa porque he visto su voz. En términos formales noto la sedimentación de un estilo, pero me gusta más pensar que se trata de una búsqueda personal, si la poesía es comunicación por recargarse en el lenguaje, qué mejor uso podría tener sino es como medio para hablar con quienes ya no podemos hacerlo en sentido estricto.

La magia de la poesía no sólo recae en la restitución de la comunicación con los ausentes, va más allá, nos hace atestiguar estos reencuentros y sentirlos propios. Ilustro ahora con versos:

 

Como si regresar de la muerte fuera cosa fácil,

mi padre se descalza a orilla de mi cama

sin encender la luz.

 

Para que sucedan los milagros se requiere de un espacio. La casa por excelencia es el sitio donde ocurren. Así, en este libro, la casa trasciende, se convierte en el sitio de las premoniciones. La casa es el puerto de arribo de quienes parten, por ser abrigo para quienes sobrevivimos. Para Fernando Trejo, la casa se impregna de magia y sueños.

Finalmente la sección denominada “Hospital” nos invita a las crudas escenas donde la esperanza y la muerte se tomaron las manos. Ese espacio donde el filo de la vida se asoma y a veces se apaga. Es aquí donde nace la tristera, la necesidad de nombrar luego del silencio, las ganas de crear la palabra más singular para decir pérdida, dolor, ausencia. Tristera es no rendirse al silencio, es obligarse a buscar las palabras, a perseguirlas para decir, para anunciar que su padre se ha ido y entre el dolor, aunque no parezca, puede haber belleza. Este libro da testimonio.

 

 

*Funámbulo Editorial/Nuevo León, 2024.

 

 

Sobre la autora:

Adriana Ventura. Escribe poesía y ensayo. Es autora de los libros Operación domésticaFuera de lugarBoceto de una vida sin casa y Epístola de una madre que escribe. Su trabajo ha merecido distinciones como el Premio de poesía estatal María Luisa Ocampo y recientemente el II Premio Latinoamericano de Poesía Marta Eugenia Santamaría Marín 2022. Fue becaria del PECDA de Guerrero y del programa Jóvenes creadores del SACPC, antes Fonca, en dos ocasiones.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_619

 

 

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