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sábado, 4 mayo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

La esperanza, reza el lugar común, muere al último, y podríamos agregar que ni aun entonces; pues no importa cuánto la experiencia nos haya aleccionado, el así llamado “cambio de poderes” no deja de crear expectativas, mismas que muy probablemente en poco tiempo desaparecerán.

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Si bien las nuevas condiciones del mundo hacen de modificar las circunstancias locales una necesidad imperiosa, para enfrentar dicha situación no sólo carecemos de los medios pertinentes sino que ni siquiera sabemos que los precisamos; pues así como en el siglo segundo de nuestra era se consideraba la Tierra el centro del universo, así hoy nosotros la buena voluntad de quienes gobiernan la clave de nuestro bienestar.

Porque si bien es cierto las buenas intenciones no salen sobrando, también lo es que amén de no abundar están muy lejos de constituir el único o siquiera el principal ingrediente de la marcha satisfactoria de los asuntos públicos.

Contaba mi madre cómo siendo una incipiente maestra formó parte de una comisión que a su paso por Zacatecas se entrevistó con don Lázaro Cárdenas, a quien se le formularon ciertas peticiones. Tras escuchar atentamente a los peticionarios hizo el presidente anotaciones en una tarjeta, misma que acto seguido entregó a sus interlocutores, a los que comedidamente instruyó: “Con sus demandas claramente escritas y una copia para la presidencia de la república entreguen ustedes a los señores aquí anotados un pliego petitorio, y por los medios a su alcance presionen hasta que el presidente de la república conceda lo que piden”.

Aun cuando en los días que corren una modesta comisión de mentores tiene tantas posibilidades de hablar con el presidente de la república como de viajar a la luna, la lección sigue siendo válida: en el ancho mundo y muy particularmente en México, donde el estado de derecho es entre frágil y prácticamente imaginario, así los métodos de las huestes magisteriales no resulten sino un estímulo perverso, para que cumplan sus promesas o por lo menos parte de su cometido a los gobernantes, así se trate de espejos de hombres y mujeres de estado, hay que presionarlos: lo legal y civilizadamente posible, pero hay que presionarlos.

Por la ausencia o precariedad de las presiones procedentes de los sectores medios e inferiores de la población somos, para nuestro infortunio, un ejemplo francamente lastimoso.■

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