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sábado, 4 mayo, 2024
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Simone Weil

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 613 / Filosofía

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Cioran, Bataille, Camus, Eliot, Sontag y otros grandes escritores le han prodigado elogios desmedidos a la depurada e intensa obra de una pensadora cuya vida atravesó como un meteoro el pensamiento moderno, apenas vivió treinta y cuatro años y es que la obra de Simone Weil está dotada de una profundidad, belleza, gracia y singularidad que, con mucho, destaca en medio de un horizonte cultural e intelectual uniformado por consignas e ideas comunes. Sorprende su frágil constitución y salud precaria respecto a su intensidad creativa genial; su vida discreta e imperceptible frente a su obra potente y fecunda. Su fuerza expresiva inusual resulta tan única y sorprendente, que el lector que ahonda en su obra queda presa de la fascinación y asombro que la autora contagia como si se tratase de un acto poético milagroso. Bajo su pluma y pensamiento, las cosas más simples se nos desvelan con su milagro misterioso que hace posible su existencia como si se tratase de una aparición sagrada e iniciática.

Perteneciente a una destacada familia judía agnóstica de la élite cultural francesa, desde muy temprana edad tuvo una fuerte inclinación por los pobres y marginados del mundo. Simone y su hermano André desde niños jugaban a las matemáticas y declamar tragedias antiguas y modernas, frente a los demás niños que quedaban estupefactos y fuera de su universo cultural y artístico arraigado en la tradición; más tarde su hermano será uno de los científicos más relevantes del siglo XX. Su encuentro en el Instituto con el pensador Alain será decisivo para su formación y visión futura, marcará su búsqueda filosófica para siempre. También desde muy joven despliega una perspectiva política radical que simpatiza con el sindicalismo y obrerismo, a diferencia de sus compañeros de ruta, que se adscriben a una izquierda política partidista pequeñoburguesa. Es una de las primeras en denunciar el poder totalitario tanto de derechas como de izquierdas, con lo cual su pensamiento y acción política tendrán una aureola de incomprensión y cierta marginación. Emilia Bea escribe en su obra Simone Weil. La conciencia del dolor y de la belleza (Madrid, Trota, 2010, p. 19):

 

La descripción de la condición obrera se realiza en páginas conmovedoras, donde el sufrimiento cotidiano del trabajador anónimo se presenta en toda su crudeza. Simone Weil intenta expresar la desgracia callada, el cansancio, el miedo, la humillación, la angustia y la muerte de las facultades mentales a las que conduce la moderna servidumbre industrial. Ella misma confiesa haber caído en la tentación más fuerte que comporta esta vida: la de no pensar para no sufrir.

 

Sus críticas radicales a las condiciones de opresión laboral del mundo moderno hoy son más vigentes y urgentes que nunca. Libertad y realización espiritual son dos constantes en su lucha obrera sin parangón. El trabajo manual tiene un germen de realización espiritual que hace que sea una praxis humana verdaderamente creadora. Anticipando el ecologismo y el decrecimiento aboga por un estilo de vida en armonía con los demás seres y donde se consuma estrictamente lo necesario para nuestra existencia, asumiendo que la plenitud espiritual, implica, paradójicamente, ayuno, simpleza y austeridad. Considera que el desarrollo tecnológico no tiene por qué implicar una deshumanización de la sociedad ni una destrucción del entorno. De ahí que la autora considere perfectamente compatibles su experiencia obrera con su búsqueda mística de santidad. Su crítica de la violencia y su lucha pacifista hoy cobran inusitada actualidad por su enérgica condena de toda forma de violencia que termina por hacernos seres desalmados: la pérdida del alma nos lleva a una bestialidad y barbarie desconocidas y descomunales, hoy estamos viviendo sus efectos extremos. Quizá sea hoy preciso recordar sus palabras de hacer de la atención una mirada y no un apego o consigna, más allá del resultado obtenido tenemos que seguir elucidando nuestro mundo y sus posibles alternativas de transvaloración. Según escribe Weil en su obra La pesadez y la gracia publicada en Le Monde en 1962:

 

¿Hacer el inventario o la crítica de nuestra civilización, qué es lo que supone? Buscar poner en claro de una forma precisa la trampa que ha hecho del hombre el esclavo de sus propias creaciones. ¿Por dónde se ha infiltrado la inconsciencia del pensamiento y de la acción metódicos? Evadirse en una vida apartada de la civilización es una acción perezosa. Es necesario volver a encontrar el pacto original entre el espíritu y el mundo en medio de la civilización misma en la cual vivimos. Se trata de una tarea, por lo demás imposible de realizar a causa de la brevedad de la vida y de la imposibilidad de colaboración y de la sucesión. Ello no es motivo para dejar de emprenderla. Nos encontramos todos en la situación análoga a la de Sócrates cuando, esperando la muerte en prisión, se dedicaba a aprender a tocar la lira. Por lo menos se habrá vivido (116).

 

Para Weil, asumir la contradicción y la paradoja forma parte de la condición humana, superarla quizá sea un esfuerzo de santidad ultra humano que implica ser tocado por la gracia divina, aquí reside quizá una de las mayores perplejidades que ocasiona su pensamiento extremo, apenas comprensible para una mentalidad moderna o posmoderna. En todo caso, podemos asentir que el sufrimiento y la belleza son fuente de arrobo, admiración y apertura de nuestra dimensión finita trascendente. Estemos de acuerdo o no con sus conclusiones, el pensamiento weiliano sigue siendo lección de hiperlucidez en un mundo gris y nihilista.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_613

 

 

 

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