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domingo, 28 abril, 2024
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Roberto Quezada

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

Lo escrito en estas líneas, como en todo texto apologético o laudatorio, no corresponde a todo lo que debería decir sobre el personaje. Los lectores encontraran lagunas y omisiones y quizá no todos estén de acuerdo con lo que aquí se diga. Tienen que ver con rendir un modesto homenaje y recordar a un amigo al que muchos estimamos en vida y lo recordaremos siempre. No puedo presumir haber sido más amigo que sus paisanos de Nochistlán como es el caso de Elías Lomelí en primer término, seguido del resto del grupo de profesores de ese pueblo mágico de los Altos de Zacatecas, pegado a los de Jalisco con Mexticacán, Yahualica y Teocaltiche. Compañero del MDMZ fue un luchador por la democratización del SNTE y por la constante demanda del aumento salarial de los maestros sobre todo antes de que hiciera su aparición la Carrera Magisterial que vino a mediatizar la lucha. No se conformó con ser un destacado cuadro activista en las filas del magisterio democrático, pues también participó en coyunturas políticas como militante que fue del PRD, partido que en sus últimos días ya no le convencía del todo por las defecciones y complicidad de los chuchos, la corriente hegemónica, con el gobierno. Puedo estar seguro que nunca se identificó con ellos. Con quien, si hizo causa común y libró un sinnúmero de combates, tanto entre los maestros, como en el plano político electoral fue con el también malogrado Armando Cruz Palomino. Con este que fue un verdadero líder magisterial más que un caudillo o cacique, se identificó e hizo amistad. Como él murió en el tránsito de la dorada juventud a la sabia madurez, bordeando los cincuenta años de edad. Roberto Quezada quien residía en la cabecera de Nochistlán había nacido en la pequeña comunidad de Jesús María. Un risueño lugar que evoca aires de romanticismo al pie de la sierra y en el margen de un rio afluente del Santiago que alimenta huertas de frutales y hortalizas, mismo al que me invitó por el año de 1995, cuando formabamos parte de la Sección 34 del SNTE, representando a la expresión democrática antes de que se formara el ya desaparecido Comité paralelo. Lo había conocido el año anterior cuando acudimos como delegados al congreso seccional. En su lugar de nacimiento, un caserío de pocas familias, tuve oportunidad de conocer a sus padres, pues para entonces sus hermanos los más ya habían emprendido el éxodo de ir a ganarse la vida en el Norte. Al momento de morir en plenas fiestas del “güerito San Sebastián”, jolgorio tradicional que combina con el tronido de los cuetes lo religioso con lo pagano, con su gama de música variada y sus empinoladas. Roberto se hacía cargo de cultivar con el auxilio de un jornalero campesino los pedazos de tierra de la familia y estar al pendiente del que imagino pequeño hato de reses, por la extensión de tierra en calidad de propiedad privada de la familia. Tarea que combinaba con su trabajo en una escuela primaria de los suburbios de la cabecera municipal. En el pasado noviembre que lo visite en su casa por última vez. me platicó que ya solo esperaba trabajar cuatro años más que le restaban para poder jubilarse de acuerdo a la nueva ley del ISSSTE. Aunque sin lucir todavía muy cansado, mostraba cierto desencanto con la entrada de la reforma educativa y la LSPD. Las evaluaciones y promociones ya no le interesaban, pues ya tenía plan para su retiro del ejercicio magisterial y su proyecto de vida. Al escucharlo no era menor el desencanto que sentía por la participación política, aunque lo expresaba con risas alegre como siempre fue. Siendo jefe de los Servicios Educativos de la Región de Nochistlán en el gobierno de Monreal, conjugó los asuntos políticos con los del cargo educativo. Ya en la siguiente administración de gobierno, vio frustrada su aspiración de ser presidente municipal de su pueblo en su pleno apogeo cuando contaba con el respaldo mayoritario de sus paisanos electores. Amalia lo freno con la demagógica promesa de ofrecerle un cargo en su gobierno que no hizo efectivo Se opuso a que fuera edil de su municipio y lo cambio por el rico comerciante y ganadero Ramón Jiménez, quien ocuparía el cargo. A Quezada no le quedó más que ser su eficiente secretario de gobierno y brazo derecho como operador político.
Sin abandonar las filas perredistas, en los últimos años bajo la intensidad como militante. En las movilizaciones magisteriales al caer el MDMZ en un prolongado reflujo aletargado, también como el resto del magisterio democrático, también bajo el volumen de su participación
Podría agregar muchas cosas más sobre Roberto Quezada, pero prefiero que lo hagan quienes convivieron más con él y lo conocieron en las diferentes facetas de su vida. Me quedó con la imagen del “criollo”, como yo lo nombrara y él se dirigía a mí como “Lion”, en tono jocoso. Alto de estatura, blanco y “chapiado” con sus mejillas sonrosadas, siempre lo vi fuerte y sano, aunque a últimas fechas pasado de peso y con una inocultable barriga. El cruel destino quiso que muriera de una enfermedad que nunca se enteró que padecía, pancreatitis, de la que ya los facultativos y la ciencia médica no lo pudieron salvar. Cuando lo internaron en la clínica hospital del ISSSTE había llegado sumamente grave.
A Roberto lo caracterizaba una charla franca y amena. Al hablar y platicar siempre se reía. La suya era una risa no burlesca sino más bien cargada de alegría e ironía. Al escucharlo carcajearse y con su platica amena, no había tiempo para aburrirse en su compañía.
Al irse a mejor vida, le sobreviven su heroica y muy querida esposa y sus dos hijas. Por nuestra parte, quienes lo llegamos a estimar, guardaremos el mejor recuerdo de él: el de haber sido un buen compañero, amigo y luchador social. ■

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