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martes, 7 mayo, 2024
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Premios Nobel y transgénicos: la doxa y la episteme 1/2

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Por: RICARDO BERMEO • admin-zenda • Admin •

La cuestionable y polémica carta de los 109 premios Nobel, ha sido objeto de un debate que, con toda seguridad continuará –también en México-. La tomo aquí, de pre-texto, para tejer  algunas ideas en torno a este tema, desde una perspectiva más general.

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Como sabemos, en su carta, los 109 premios Nobel, se pronuncian a favor del uso de transgénicos, y atacan a las organizaciones ecologistas como Green Peace (entre muchas otras), por sus campañas y acciones en contra de la utilización de transgénicos.

Utilizando  la alta investidura simbólica que les concede, haber sido elegidos para recibir tal distinción, que goza de prestigio a nivel mundial.  Empleándola, en este caso, para emitir un juicio político,  un terreno donde, por definición reina la doxa (la opinión), situada en otro ámbito, radicalmente distinto, de aquel propio de la episteme (conocimiento científico). Ambas forman parte del debate; si bien, desde la perspectiva que aquí seguiré (el pensamiento de Cornelius Castoriadis, filósofo greco-francés, 1925-1997),  deben ser claramente diferenciadas.

La doxa (opinión), es la facultad que tenemos de formarnos una opinión bien considerada a partir del sentido común, “sobre asuntos que escapan a los pensamientos geométricos”.  En el ámbito político, la doxa, opinión bien considerada, depende de la frónesis (capacidad de orientarse en la vida y en la historia).

En democracia, la ciencia no puede brindarnos datos exactos sobre todos los parámetros en juego,  que nos permitan  “tomar decisiones”  por ejemplo, sobre las implicaciones ecológicas, de salud pública, etc., derivadas  de la investigación y el uso de las semillas transgénicas.

En el caso de los transgénicos, por el saber acumulado sobre este tipo de tecnologías, deberíamos inclinarnos -como colectividad- a optar por el principio de precaución, como bien nos recuerda Silvia Ribeiro (La Jornada; 23 de julio) estableciendo medidas de autolimitación, (es decir, asumiendo nuestras responsabilidades con las generaciones futuras, el medio ambiente, etc.). trazando umbrales que no pueda ser posible cruzar, mediante sanciones efectivas, retirando el financiamiento,  prohibiendo su uso, etc., tanto a nivel de líneas de investigación, como  respecto a la utilización de estas tecnologías.

La doxa (formarnos una opinión bien considerada), en democracia, se logra a través de la confrontación de puntos de vista, sopesando -adecuadamente- las opiniones de los expertos (tecnociencia). El problema es que en este tema, (y en muchos otros casos; cambio climático, energía nuclear, etc., etc.), entre los científicos, pueden existir diversas posiciones, incluso contradictorias. La ciencia no tiene consciencia. La correspondencia  -punto por punto- con  el bien común de la colectividad concernida, la cuestión política, es un asunto que debe ser definido por la propia colectividad. Una vez  realizada -suficientemente- la deliberación, la colectividad, finalmente, procederá a la toma de decisiones, a través de la votación (y/o por consenso), (luego viene la ejecución, etc.). Todo ello, debería formar parte del movimiento  de autoinstitución explícito y permanente de la sociedad, propio de una verdadera democracia.

Lo que demuestra esta carta, de los premios Nobel, es que la  autonomización de la tecnociencia, avanza por un “camino sin salida”, mezclando inextricablemente descubrimientos deslumbrantes, con un conjunto de “efectos perversos”, ligados a lógica de un capitalismo cada vez más destructivo e irracional. Los premios Nobel, al margen de sus motivaciones,  terminan por ser funcionales a esa lógica.

Se han alineado en una “guerra de posiciones”, pugnando por desprenderse de las limitaciones impuestas, desde la sociedad civil organizada, por aquellos sectores de la ciudadanía que pertenecen a estratos, donde participan también  científicos, que cada vez tienen mayor conocimiento, y por lo mismo, muestran mayor preocupación, sobre los riesgos que la manipulación genética estaría ya produciendo,  –o, podría ocasionar en un futuro próximo- , y que junto con las  comunidades indígenas, campesinas, y otras, que defienden el medio ambiente, contra las consecuencias catastróficas derivadas de los transgénicos, se constituyen, en actores que buscan, antinómica y antagónicamente, soluciones y alternativas no capitalistas al  desastre, en curso.

Podemos ver, que se multiplican las acciones de resistencia, y tienden a formarse frentes más amplios,  que obstaculizan el maridaje entre tecno-ciencia y capitalismo, oponiéndose a las grandes compañías que monopolizan la producción mundial de transgénicos, con tanta mayor fuerza, cuanto son testigos  privilegiados -y sufren en carne propia-, la pérdida  y destrucción de los ecosistemas, y de los bienes comunes que todo ello conlleva, de los cuales depende la reproducción social de las comunidades a las que pertenecen.

Como Castoriadis, nos recuerda: la ciencia es una de las más brillantes  demostraciones de la autonomía humana, mediante el descubrimiento/invención/creación de nuevas verdades, alteramos el pensamiento heredado, y avanzamos en nuevas transformaciones. Pero sus alcances y virtualidades, no deberían de hacernos olvidar el lugar esencial que la autonomización de la tecnociencia  estaría jugando -efectivamente-  en la deriva hacia la barbarie-civilizatoria en curso.

Ver: ¿Camino sin salida?, Castoriadis, C. Ed. Nordan,1993. ■

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