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viernes, 26 abril, 2024
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La revoltosa

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Por: Admin •

Artículo 39. La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno

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El primero de diciembre escribimos este artículo, (redacción de José María Morelos) en numerosas pancartas y mantas. Detrás de estas palabras no hay un mantra vacío como lo han querido mostrar las televisoras mafiosas o la opinión irresponsable; a pesar de esos y otros jilgueros del poder, son la expresión central de la ideología de muchos movimientos sociales avocados a crear una sociedad más igualitaria. Esta soberanía popular no puede dejar de ser más que una ilusión mientras el sistema económico se mantenga inalterado, y es ese el llamamiento fundamental de los movimientos sociales de nuestros días.

Mientras el artículo 39 deja claro el modo en el que debería expresarse la soberanía popular, los hechos políticos globales hoy demuestran que la voluntad social última no es la de 99 por ciento de la población, sino la de 1 por ciento que conjuga los intereses del gran capital, mediante una representación política y un tinglado institucional que no obedecen mandatos emanados de las urnas o su perfecta simulación, son entes convertidos en apéndices del sistema neoliberal, dice Ricardo Bernal el día de hoy en La Jornada nacional: “la aparición y el crecimiento de fuerzas suprademocráticas incapaces de circunscribirse al mandato popular”.

La pregunta obligada es: si el pueblo alrededor del globo ha entendido esta máxima de soberanía popular, ¿por qué en las cámaras y parlamentos no se está discutiendo el tema de fondo que condena a la pobreza a 60 por ciento de la población mundial y hace que 99 por ciento se deslome por migajas? ¿Por qué no se plantea un sistema económico diferente al promovido por el FMI, si está claro que los resultados son adversos para 99 por ciento de la población? ¿Por qué la mayoría de la población elegiría pagar una deuda privada de un desconocido antes que destinar fondos a programas sociales? Las respuestas que se pueden buscar para estas interrogantes no son demasiado complicadas, cito de nueva cuenta al compañero Ricardo Bernal en su artículo “¿Qué es esa cosa llamada soberanía popular?”

“Los movimientos sociales emergentes en los últimos años en todo el planeta han mostrado una faceta extremadamente novedosa de esta crisis de legitimidad. Además de la corrupción y la ineficiencia de los representantes políticos, buena parte de quienes participamos en ellos tenemos la convicción de que las decisiones más importantes en lo tocante a la política económica no son tomadas por los gobiernos nacionales de manera soberana, sino a partir de la presión de las antedichas fuerzas suprademocráticas y de los organismos que las sustentan (FMI, OMC, BM). Fuerzas ajenas a toda regulación social y amparadas en un discurso ideológico que hace de los poderes del gran capital entes intocables que se presentan a sí mismos como paradigmas de la libertad y el desarrollo..

Desde el 15-M, hasta las recientes protestas en Brasil, pasando por el movimiento #YoSoy132, se puede ver con claridad que, a las legítimas demandas coyunturales, los jóvenes hemos agregado una crítica frontal a esos poderes situados “más allá del bien y del mal”, sean estos organismos financieros, empresas transnacionales, emporios de comunicación u organismos deportivos internacionales. Tanto en España, como en Estados Unidos, México o Brasil, existe una toma de conciencia clara sobre uno de los problemas decisivos para la subsistencia de las democracia modernas: si las sociedades actuales son incapaces de hacer frente a los excesivos privilegios de esos poderes situados encima de cualquier pacto social, el principio de soberanía popular no será otra cosa que una ilusión, un ideal teórico o una mera ficción jurídica.”

La ideología y doctrina anti-neoliberal debe empezar cuestionando primordialmente todo aquello que instaure un mandato del capital por encima del mandato popular, y estos poderes son, en gran parte, el rostro visible de ese orden económico. ■

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