29.2 C
Zacatecas
viernes, 3 mayo, 2024
spot_img

Televisiones como derecho

Más Leídas

- Publicidad -

Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA •

■ Zona de Naufragios

- Publicidad -

Siempre he encontrado, si no sospechosa al menos endeble, la interpretación que le asigna una función educativa a la televisión o más aún cuando se le concibe como instrumento de adoctrinamiento. Lo que no quiere decir que usualmente haya servido o sirva para tales fines: cualquier cosa puede servir más de una función, digamos para efectos de ilustración, una plancha como objeto contundente. Que ciertamente se ha usado de tal forma, y muchas veces. Pero ni es su función, ni el uso recurrente como tal altera su esencia o función principal: las planchas no se venden para romper crismas. De la misma forma que una televisión no se vende para como instrumento educativo.

Sin embargo, la televisión, que en sí no representa mayor amenaza, no puede ser disociada del contexto y emancipada de lo que le da razón de ser: sus contenidos, y sobre todo, los contenidos de la televisión en este país y más aún, los que ofrece el duopolio que domina el espectro de la televisión abierta.

Porque, aceptémoslo, mucha de la responsabilidad de la anemia cultural en este país es cortesía de sus contenidos idióticos y estériles, aspiracionales y de fácil digestión, que apelan a lo más primario, sin intención o necesidad de desarrollar algún criterio de discernimiento elemental, mucho menos un juicio crítico del estado de cosas. Si el contenido no es desasociable del medio, tampoco lo es la audiencia.

La televisión pues, ya se dijo, no está ahí para educar, ni es su función ni debería  concebirse en esos términos. Empero, de ahí a negar que cumple cierta función social, máxime cuando los niños pasan entre 4 ½ y 5 horas al día frente al televisor (datos de 2015, Instituto Federal de Telecomunicaciones) viendo mayormente canales de televisión abierta, no puede menos que resultar alarmante esta reversión de la normalidad en la que el entretenimiento (chatarra, se entiende) suplanta a la educación, tanto formal e informal (que igualmente pueden ser chatarras, aunque uno quizá ingenuamente suponga lo contrario).

En esta normalidad trastocada, obsequiar televisiones a una parcela de la población, beneficiarios de programas sociales existentes (i.e. en situación de privación, fundamentalmente económica) como forma de dar cumplimiento a un derecho pone en entredicho la forma en que el Estado Mexicano aborda ese mismo cumplimiento.

Porque ¿qué hace que una tele sea más importante que, digamos y sólo por especular jodedoramente, dos radios o una bicicleta? Si bien se puede contra argumentar que las televisiones son complementarias a la otra serie de beneficios que los programas sociales otorgan, ¿por qué no otro tipo de prestación, computadoras o acceso gratuito a Internet en el hogar, por ejemplo, reconocido también como otro de los derechos humanos? ¿Por qué únicamente unos cuantos beneficiarios y no, por ejemplo, un programa de financiamiento abierto a toda la población? ¿Por qué hacer distinciones en un supuesto cumplimiento de un derecho universal, con los efectos perniciosos que este tipo de focalización provoca al interior de las comunidades en términos de la debilitación de la cohesión social al distinguir entre merecedores y no merecedores?

En un ejemplo absurdo, sería irracional pensar que el Señor Slim requeriría de una pantalla, ¿pero no es esta la lógica de segmentación de ciudadanías, de fragmentación chapucera en la que el Estado Mexicano cumple y deja de cumplir derechos universales, perpetuando el inagotable ciclo de la dádiva electoral (más la torpeza, previsible por otro lado, de hacer la entrega en cajas rotuladas con eslogan gubernamental) y el regreso si es que alguna vez se fue (o acaso estaba únicamente soterrado) de las prácticas clientelares y de cooptación política?

Otro asunto sería si el tema estuviese enmarcado en un tema de cumplimiento amplio de derechos humanos para toda la población, cuyos déficits son tan palmarios no se diga en derechos de última generación, sino en derechos fundamentales y en el acceso a niveles de vida dignos en materias de nutrición, salud, educación y seguridad social, por mencionar algunos.

El tema de fondo no son las televisiones, bultos de cemento, ladrillos, despensas o lo que aplique. No se discuten y quizá ni se cuestionen los recursos materiales. Mucha gente necesita eso y mucho más. Lo que se discute es la forma, el método y a final de cuentas, se discute también la intención subyacente a este proceder.

Y la tramposa argumentación de hacerlo ver como el cumplimiento de un derecho, que en este contexto se traduce en contenidos de ínfima categoría, desinformación, programación idiotizante y, en última instancia, la conservación sempiterna del status quo. ■

 

[email protected]

 

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -