La barbarie del crimen de lesa humanidad -crimen de Estado-, cometido contra los normalistas de Ayotzinapa (seis asesinados, una persona con muerte cerebral, cerca de veinte heridos, y cuarenta y tres desparecidos), un crimen cuyo horror es casi indecible. Solo la indignación que ha brotado por doquier, en las manifestaciones de protesta en más de 50 ciudades del país, y en diversos países, exigiendo justicia, castigo a los responsables, que los normalistas desaparecidos sean regresados con vida, puede servir como referente, para dar sentido a ese grito que nace del fondo del imaginario social popular, contra toda la atrocidad, la corrupción y la impunidad, evidenciadas en Iguala, Guerrero.
Los hechos, revelan fehacientemente -una vez más- la involución regresiva, sangrante, de nuestro dolor/país. Nos encontramos, desde hace varios años, en una situación de emergencia nacional, gobernados por dinámicas -y fuerzas- que aparentemente se nos imponen a través de una serie de “golpes de timón”, cuya sumatoria, parece trazar una hoja de ruta, fuera de nuestra capacidad de incidencia, situando –esa ruta- en una especie de limbo extra-social, que nos dejaría pasivos e impotentes.
Nuestro bloqueo mental y moral (las solidaridades imaginantes), parece ser parte de los efectos perversos generados por las propias políticas de terror -a tres bandas- empleadas justamente con ese fin: acallar la crítica social, ahogar el espíritu contestatario ciudadano, cortar las alas a las iniciativas donde se construye -éste- otro mundo común, antinómicamente contrario a la actual pesadilla sistémica en que nos hundimos –enviscándonos como en una trampa- revelada –de nuevo- en toda su crueldad por lo sucedido en Ayotzinapa.
A pesar de la indignación expresada en las protestas, corremos el peligro de continuar al interior de una temporalidad marcada por la repetición compulsiva, de proseguir –involuntariamente- con el desligamiento del lazo social, en curso. Alimentando el imaginario social dominante: el enriquecimiento por el enriquecimiento, el poder por el poder, la enajenación mediática, etc., reproduciendo nuestro singular “ensayo de ceguera”, cotidianamente cultivado por los medios de comunicación masiva adictos al establecimiento, y también, por nuestra propia repetición compulsiva de -intereses, miedos, ideas, falsas ilusiones, rutinas supuestamente progresistas, etc., que terminan desarbolando las velas de nuestra imaginación creadora –colectiva e individual-, condenándonos a asumir la degradación del mundo común, como una invariante.
Para evitarlo, y para situarnos a la altura del sacrificio de tantas miles y miles (millones) de víctimas, inocentes, que en Colombia y en México, han padecido las violencias desatadas por un entramado criminal instituido, parece fundamental, trazar -y emprender- tareas políticas, que pasan por una elucidación cabal de ese entramado, y por su deconstrucción, sometiéndolo a un trabajo destituyente eficaz, incluyendo los modos en que nos posicionamos –cotidianamente- ante esas formas de violencia, sometiendo a escrutinio todos los vínculos, y las remisiones, entre significaciones imaginarias sociales, aún de aquellas aparentemente alejadas entre sí: por ejemplo, entre la generalizada aceptación de la corrupción, -la idea de que alguien que no aprovecha un puesto público para enriquecerse es un iluso, o un tonto-, deberíamos entenderla como una de las raíces de esta deriva mortífera, que actualmente vivimos, directamente asociada a las violaciones a los derechos humanos, puestas -nuevamente- de manifiesto en Ayotzinapa.
Necesitamos repensarlo y volver a “ensayarlo” todo, para decirlo con dos sociólogos franceses, quienes en una reciente entrevista a propósito de su recién publicado libro Commun. C. Laval, subrayan la importancia central de ese… “compromiso voluntario en una práctica colectiva democrática [como] el único medio para los individuos de vivir al abrigo de las enormes presiones mercantiles, de las presiones competitivas y de las obsesiones del “siempre más”. Es también la manera de convertirse en auténticos “sujetos democráticos””.
En el mismo sentido P. Dardot, argumentando a favor de una lógica de la “razón común”, menciona que se trata de… “Una razón política, un modo de conducción de las conductas opuesto al de la competencia”. Supone asumir la “política” como una actividad distinta radicalmente al “orden del monopolio de los gobernantes, aunque sean bien intencionados” en la medida en que implica una“igualdad en el hecho de “tomar parte” en la deliberación y la decisión por la cual las personas se esfuerzan por determinar lo justo”.
Construir juntos esa razón común, “favoreciendo la convergencia práctica de las resistencias […] ese común que procede de una co-actividad y de una co-participación”. Apliquemos tales test a nuestras más diversas prácticas, educativas, artísticas, comunitarias, y a los propios movimientos de protesta, y actuemos en consecuencia. Ésa, a mi juicio, la única vía -razonablemente consistente- para situar nuestras respuestas, frente al desafió del “agujero negro” provocado por el terror y la violencia. Junto a ello, es necesario continuar con las movilizaciones, por Ayotzinapa, y por todas las otras víctimas ■
Para la entrevista:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=190865
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