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lunes, 6 mayo, 2024
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Los derechos fundamentales (1)

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte • admin-zenda • Admin •

A últimas fechas, en el México de nuestros entuertos, además de sangre, mucha tinta ha sido derramada en aras de encontrar la identidad de nuestra gente en torno a un proyecto de país. Parece haber una gran confusión en cuanto a los conceptos que regulan y consecuentemente dirigen nuestra vida. No parece que se hayan encontrado acuerdos concretos entre las concepciones diferenciales que aporten los puntos de partida para un debate nacional –o como se quiera llamar- a partir de un necesarísimo consenso; es dramático el escozor que causa el entrar a discusiones bizantinas que parten de posturas que lo mismo igualan el quehacer político con la muy deteriorante grilla; que confunden la lucha democrática con la vulgar y mercadotécnica búsqueda tramposa –y sucia- de los votos ciudadanos; entre la lealtad partidista y la ambición por el poder; entre un proyecto cultural nacional y un siniestramente oculto programa de transculturación; entre el proyecto económico del país y los moves bursátiles de los poderosos; entre una educación trascendental y un adiestramiento duradero. Y otras muchas falacias analíticas que impiden arrojar luz al sendero del conocimiento objetivo y a la clarificación de las ideas que puedan derivar en planes y programas de acción concretos que luego permitan dar soluciones adecuadas, armoniosas y duraderas a las diversas problemáticas a las que día a día nos enfrentamos con palos de ciego y limitan las posibilidades de sentar bases firmes para prevenir la aparición de esos mismos problemas en el futuro y diseñar una civilización productiva, creativa y feliz… más, la inminencia de Babel está cada vez más presente en nuestro futuro.

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Está visto que la felicidad, la creatividad y la productividad nos están negadas, porque hasta para definir esos conceptos hay infranqueables desacuerdos que siempre estarán basados en los prejuicios de quienes están en la olla o sujetando el mango. Esta intervención no trata de arrojar la luz sobre la verdad de cualquier asunto, pero manifiesta una postura firme y decidida en defensa de cinco derechos fundamentales de la especie: el derecho a la pobreza, el derecho a la pereza, el derecho a la libre prosa, el derecho a la libre empresa y el derecho a tener una vida derecha, pero que determinan la diferencia entre la posibilidad de vivir plenamente o llevar una vida de perros.

El Derecho a la Pobreza:

Las circunstancias que han hecho que la historia exista, han determinado una gran zanja entre dos clases de seres (en ambos casos se puede decir que humanos) que viven en una especie de situación simbiótico parasitaria que vista desde una perspectiva extraterrestre movería a risa loca: aquella que sobrellevan “los que viven por sus manos y los ricos”, como diría Manrique.

Los primeros son aquellos que viven en la tierra, viven de la tierra, hablan de la tierra y conviven la más de las veces en pureza con los elementos. Producen y tienden a autosatisfacer sus necesidades básicas con recursos austeros, casi siempre autóctonos y abatiendo al máximo los residuos a su mínima expresión; interactúan con la naturaleza en todos sus aspectos y sus pies casi siempre descalzos los hace sobrellevar con genética inconsciencia la sensación de pertenencia que vive. Convive sanamente con toda forma de vida.

La otra es aquella que se beneficia irracionalmente con los recursos que generosamente proporciona la tierra, explotan y dominan (sic) a la naturaleza y sus elementos en forma totalmente antinatural, egoísta y depredadora; generando al máximo residuos no degradables altamente peligrosos. Por regla general viven refugiados en la irrealidad aparentemente confortable de las grandes ciudades.

Los primeros, denominados pobres, cuentan su riqueza en la medida que satisfacen el máximo de sus necesidades para mantener niveles de vida dignos, sin arrancar de la tierra sus tesoros; mantienen ancestrales formas de supervivencia en armonía y complemento con todas las especies vivas guardando un respeto a los elementos que raya en lo divino. Por el contrario, los segundos, o ricos, ostentan su fortuna a partir de la cantidad de bienes y objetos superfluos que acumulan. Diseñan leyes para justificar su codicia, inventan formas de propiedad para proteger sus malos principios, recurren a la bellaquería y llegan a cometer crímenes de lesas humanidad y biodiversidad para ocultar o en su defecto imponer por la fuerza sus mezquinos propósitos.

Peor aún, los llamados ricos plantean para el resto de la humanidad modelos de vida que crean e imponen necesidades ficticias de bienestar, la mayoría de ellas provenientes de recursos no renovables como la energía fósil, la degradación de los bosques, terrenos de cultivo y cuerpos de agua, además de que enrarecen el aire. Lo peor de todo, es el evidente envilecimiento del espíritu humano y su consecuente manifestación como forma de “cultura”, a través de  síntomas secundarios como la explosión demográfica en medio de la miseria extrema y el desperdicio extremo para la mayoría de sus adoctrinados, quienes conforman la masa informe e irracional que apoya con su actuar ignorante el demencial dominio de los llamados ricos.

La respuesta final y única que garantiza formas de supervivencia dignas a un futuro mayor de veinticinco años es dignificando la pobreza en conjunción con el abatimiento de la riqueza extrema y sus secuelas cancerígenas en la geografía terrestre y en toda forma de vida. Cuando los obesos mentales desaparezcan del concepto de vida, ésta se reivindicará a través de su desarrollo en medio de la pobreza digna… y limpia.

Paradójicamente, la única forma de preservar la riqueza de la especie, es prescindiendo educada y legalmente de los ricos extremos. ■

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