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sábado, 4 mayo, 2024
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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

El poeta de Achimec de Arriba

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Entre la primera vez que escuché su nombre y la ocasión en que finalmente lo conocí mediaron cuatro años. Años de prohibiciones, de censura, de “no te atrevas a leer sus versos”. En el espacio custodiado por los muros del Seminario de Zacatecas, el diablo no sólo era llamado Abbadón, Beelzebub o Mammón. También tenía un nombre triple: Veremundo Carrillo Trujillo.

El poeta de Tepetongo nacido en Achimec de Arriba ha sido un mito en el inmueble semillero de sacerdotes católicos sobre todo desde 1987, cuando fundó la entonces Escuela de Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Para muchos sacerdotes, esa institución lograda con esfuerzo por Veremundo era “el refugio de los ex curas”, quizá por la colaboración que tuvo el fundador por parte de ex seminaristas, ex sacerdotes y sacerdotes en funciones, como Jesús María Navarro, Lauro Arteaga, José María Palos, Benjamín Morquecho y Héctor David Cárdenas.

Según sus críticos de sotana, el anticristo Veremundo había escrito versos demasiado terrenales, de los cuales no podía enorgullecerse un religioso. De nada servía que hubiera resultado triunfador en los certámenes dentro del seminario de Montezuma, en Nuevo México, Estados Unidos. De nada servía que fuera alabado por propios y extraños como la gloria poética de entre los futuros sacerdotes de ese entonces, y durante esa misma época fueran publicados sus versos junto a textos de Vicente Leñero y Elena Poniatowska.

Como vicario en Jalpa tuvo el buen gesto de cuadrarse ante el Señor de Jalpa, “gambusino y cristero”, y decirle “vengo a saber el modo, / vengo a aprender la hazaña / de barrenar a un tiempo / una veta de sombra y una veta de gracia”. Después Veremundo estudió el doctorado en Letras Clásicas en Salamanca, España, y cosechó bastantes envidias como sacerdote talentoso.

La voz y actividad del sacerdote Veremundo eran fuerte murmullo de chicharra entre el calor de la injusticia social en el estado de Zacatecas. Como profesor universitario, como sacerdote sintonizado con el espíritu del Concilio Vaticano II, resultaba incómodo para varios religiosos zacatecanos. El poeta nacido en Achimec de Arriba se movía entre la notabilidad cosechada y la degradación impuesta, y vaya que resulta bastante vomitivo un ajetreo de tales dimensiones y caóticos ritmos.

Veremundo conoció a Rosario, mi amiga Rosario, y calló. Prosiguió partiéndose los brazos entre las zarzas y espinos de la política de sotanas locales, prosiguió buscando un mejor Zacatecas desde el púlpito que se le prestaba. Años después no pudo más y tuvo que iniciar la nueva etapa. Abandonó el sacerdocio con total madurez, volteó a su lado y allí estaba Rosario, esperándolo para apoyarlo más que nunca.

El poeta nacido en Achimec de Arriba ya había publicado sus poemarios en la editorial Jus. En 1991 vi la portada color mostaza de Máscaras de piel de hombre y me sobrecogí por causa del dibujo: un brazo que sostiene la careta formada por los desprendimientos de esa misma extremidad desollada a medias. “Versos satánicos”, murmuró mi conciencia de niño bueno de dieciséis años. “Poeta traidor a Dios”, continuó la impertinente, repitiendo lo que algunos curas ya me habían dicho.

Con todo, tres años después de eso conocí y fui alumno del poeta de Achimec de Arriba. Mi identificación con él fue casi instantánea: él ama la historia de Roma y la lengua de Roma, él no guarda rencor a la Iglesia y los ministros de culto que pudieron difamarlo, él adora educar y escribir poesía. Recibí sus clases con aprecio y gratitud, y después la vida lo pondría al menos tres veces como juez de mis textos en concursos. Sé que algunos lo consideran poeta anticuado, neoclásico o demasiado solemne. A mí eso me vale lo mismo que un pistache podrido. Hoy me cuadro ante él y le regreso los versos que escribió en la tierra que me vio nacer: “vengo a saber el modo, / vengo a aprender la hazaña / de barrenar a un tiempo / una veta de sombra y una veta de gracia”.

 

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