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domingo, 28 abril, 2024
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Populismo y poder

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Por: Carlos E. Torres Muñoz •

Nota aclaratoria: por populismo no debe entenderse un adjetivo propio de alguna ideología, partido o persona, sino como un síntoma, más común que exclusivo en estos días.

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Luego del inaudito 2016 y los resultados electorales y políticos que trajo consigo, la corriente liberal, en su versión más amplia, ha sido puesta a reflexionar, sin lograr alcanzar acuerdo frente a un enemigo, que considerado menor e inofensivo, es el vencedor actual. El populismo ofrece, sin mayor análisis en una época en la que pensar parece ser tedioso, innecesario e incluso peligroso, la simplicidad de encontrarles solución a las deudas dejadas por la democracia liberal por doquier, sean de carácter económico, institucional o social.

Sin embargo el mecanismo ofertado por el populismo encara lo peor del fracaso de la democracia liberal, en su origen mismo: anular la contención del poder, sus vicios, abusos y tropiezos. Está demostrado que en un sistema de libertades cívicas y políticas, el desarrollo florece. Mientras que en el autoritarismo dicha condición es apenas un espejismo pasajero. Confirmado está en casi todos los casos, incluido el mexicano. El milagro mexicano, que permitió al país crecer a niveles únicos en su historia y en el contexto internacional, se vio interrumpido por la decisión unilateral que permitió, en términos de Cossío Villegas, “el estilo personal de gobernar”, de los presidentes omnipotentes (para ser más objetivo, de uno, a quien el historiador dibujó con ese término: Echeverría Álvarez). Los otros casos están ahí: la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y más recientemente Venezuela. Pronto será ejemplo de todo ello Estados Unidos. Ojalá se libren Francia y Holanda.

El populismo parece hoy una salida práctica al embrollo democrático: soluciones y acciones encarnadas en hombres y mujeres reales, presentes, conocidos;  no más ideas, propuestas, discusiones y deliberaciones, cuyo lenguaje es difuso y sus objetivos no pocas veces incomprensibles. Al final de discursos y grandes piezas de oratoria está repleta la historia, sin que ello (según parece a los juicios más superficiales) represente logros en la vida cotidiana de la gente común.

Toda esta forma de pensar por supuesto tiene albergado un profundo desprecio por los logros alcanzados en el pasado reciente, y desconoce que el camino para el progreso no ha sido otro que el del pensamiento y la lucha articulada entre programa y acción deliberativa.

El populismo en cambio ofrece un programa simple, lleno de voluntarismo y buena fe. El liberalismo desconfía de la voluntad del gobernante y no exige buena fe del gobernado. En cambio supone la diferencia constante, la pluralidad como mecanismo de rendición de cuentas, la consolidación de la formación ciudadana, crítica, parcial e imparcial, ideologizada e indiferente a ideologías: en pocas palabras, el liberalismo exige una libertad con márgenes situados en los derechos humanos como límite y causa. El ejercicio del poder por ello, en el fondo siempre ha tenido una enemistad histórica y natural con el liberalismo. En la actualidad ha lidiado con él, vistiendo sus ropas para lograr legitimidad y, tal como lo ha hecho con otros espacios, corrientes y expresiones, lo ha corrompido.

Este texto es coincidente y reflexivo del que hizo hace unos días Jesús Silva-Herzog Márquez, en Reforma: “Populismo y ceguera liberal”; suscribe la autocrítica liberal, pero anota con énfasis preocupante las diferencias que el populismo quiere liberar de sí para pasárselas al liberalismo engañado por el poder, siendo aquél más cercano a los vicios de éste último.

Lo cierto es que el liberalismo y la democracia, en sus vertientes coincidentes (que no lo son todas), tienen hoy fallas ineludibles, bien apunta Silva-Herzog: “El populismo no es otra cosa que la expresión de una crisis profunda del pluralismo liberal. Una respuesta a la incapacidad de las democracias para cumplir mínimamente su promesa. (…) Convertidas en rodillos  de la frustración, las instituciones democráticas unifican a los grupos más diversos en el resentimiento al poder establecido.”

La advertencia es una: los vicios que aquejan a las democracias liberales hoy no serán resueltos mediante esquemas contrarios, al poder no lo curará más poder, como al fuego no lo apaga más fuego; por el contrario, la  incompetencia, corrupción, indiferencia y aún a la miseria que ha llegado al poder por la vía democrática, habrá que extirparlas mediante más democracia, no mediante más poder. No olvidemos la máxima de Lord Acton: el poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente. Por ahí no es la vía para rescatarnos. ■

@CarlosETorres_

www.deliberemos.blogspot.mx

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