Después de la “pulverización del marxismo-leninismo” (Castoriadis), a pesar de las victorias de Syriza y de Podemos, de las experiencias de los gobiernos en Sudamérica, y de otras movilizaciones de indudable importancia, primaveras árabes, indignados, mareas, Ayotzinapa… el balance para la izquierda, es desfavorable: derrotas sociales y políticas, desorientación, declive histórico de los partidos postestalinistas, traición de la socialdemocracia, aguda crisis de la izquierda revolucionaria, etc. Hasta tal punto, de que la disyuntiva de Castoriadis, en la década de 1960, quizás vuelva a tener cierta actualidad, “elegir entre seguir siendo marxista, o seguir siendo revolucionario”. Rechazando “una visión de todo (en general) desde ningún lugar”; y generando un “conocimiento situado”.
En México, en esta particular coyuntura, generada por el ciclo de luchas abierto por la movilización de los padres de familia y normalistas de Ayotzinapa, que –ahora- se superpone –“intrincándose”- con los procesos vinculados al ciclo electoral del 2015, situación que ha desembocado en las propuestas avanzadas a partir de dos vías, donde se plantean -con todos sus enjuegos- las alternativas al neoliberalismo (al régimen, y/o al “sistema” -al menos hipotéticamente-). Por un lado, quienes plantean la salida por la vía electoral, por otro lado, quienes la plantean por la vía de la “abstención y boicot electoral”, donde van, desde la creación de procesos/espacios autonómicos, hasta, entre las dos, la propuesta de un proceso constituyente ¿Cómo podríamos lograr que estas diversas vías se “desplazarán” y re-articularán, para conseguir, desde una oposición que se oponga, dislocar el proyecto neoliberal?
Si partimos de la constatación de que las falsas ilusiones de progreso y riqueza, prometidas por el actual régimen (como parte “periférica” de la mundialización efectiva del capitalismo), no terminan –aún- por hundirse –definitivamente- en el descredito más absoluto, aunque sectores de la población, cada vez más amplios, comienzan a comprender –a diferente ritmo- que las elites (y la lógica) del capitalismo financiarizado, producen las desigualdades sociales crecientes, violencia y muerte. Según Oxfam, para el 2016, a nivel mundial, el 1% de la población acumulará más riqueza que el 99% restante. En síntesis, ¿qué podemos hacer?, mientras vivimos -en carne propia-, una época, donde se ha realizado, lo que escribía Jean Ziegler hace algunos años: “la fase superior del capitalismo es la mafia”.
¿Qué tipo de acontecimientos pueden ayudar a crear un nuevo imaginario social en la sociedad actual, contribuir a superar el miedo, hoy, omnipresente en México (y en Zacatecas), y potenciar la construcción de nuevas formas de organización/y /de lucha contra las políticas de austeridad neoliberal, contra el rol monstruoso de la economía, contra la narcopolítica, la militarización y la dictadura mediática…en otras palabras, contra todos esos vectores cuyo entramado “instituido” nos ha sumergido en este “nuevo animal social-histórico”, frente al cual, el propio término de “revolución” enfrenta graves dificultades para seguir significando un horizonte inteligible.
Si por “revolución” entendemos el camino de la auto organización y de las luchas defensivas, desde abajo, hasta que estas generen una proliferación de rupturas tal, que sean capaces de desembocar en un régimen donde sea efectiva la auto institución reflexiva, lúcida y permanente de la sociedad en movimiento, que somos.
Federico Corrientes, desde un marxismo llevado al límite, escribe, que no existe una teoría que fije el curso -de la revolución- por anticipado, ni ideas geniales cuya difusión la engendren, o que aceleren su llegada. “La teoría es sólo un momento necesario del carácter autocritico de las luchas, y nada tiene que ver con revelarle al “movimiento real” lo que “es”, menos todavía con la quijotesca empresa de “elevar el nivel de conciencia”. Pero, al mismo tiempo, “ir más allá de la sociedad existente, implica el estrechamiento de relaciones entre unas luchas sociales cada vez más autocriticas y la concreción cada vez mayor de las teorías revolucionarias”.
Pensar, en lo que escribe Fernández-Savater… “el neoliberalismo lo producimos entre todos, no hay solamente buenos (nosotros) y malos (ellos)”. Oponiendo a la mirada “estadocéntrica”, el paradigma de la “revolución multicapas y multicanales”, nos invita, entre otras cuestiones: a “dejar de hablar de lo que habría que hacer, para concentrarnos en lo que podemos hacer… Y, partir, no de lo que le “falta” a la realidad, para ser lo que “debería ser”, sino de las mil experiencias existentes y en marcha, y potenciarlas, mediante un arte del encuentro, sin fundirlas, sumarlas”… etc.
Éstas (y otras) aproximaciones –quizás- nos permitan resolver lo que Stavros Stavrides, propone para Grecia: “intervenir en los dos niveles: empujar la democracia representativa, más allá de sus límites, reivindicando medidas contra la corrupción y la transparencia, etc., y desafiar al mismo tiempo los límites de la representación mediante formas de autogobierno que vayan más allá de la autoridad pública”.
¿Agua y aceite? ¿Arreglo provisional? ¿Potencial desacuerdo?: repensar la “revolución”, pasa por desatar tales nudos. ■