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viernes, 26 abril, 2024
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“No se dejen excluir y no excluyan a los ancianos”

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

En el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Rio de Janeiro, Brasil, hace unas semanas, los pronunciamientos del Papa Francisco generaron un amplio espacio de convergencia de la iglesia que preside con miles de movimientos existentes en América Latina orientados a combatir la injusticia social existente en la región más desigual del mundo.

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Haciéndose eco de las grandes movilizaciones ocurridas en Brasil unos días antes de su visita, el Papa llamó a los jóvenes de diferentes países a “hacer oír sus reclamos de justicia social, de forma pacífica”, les dijo “Jesús entiende a quienes están hartos de la corrupción de los gobernantes y del caminar errático de la Iglesia, que han perdido la confianza en la política y hasta la fe en Dios”, “El futuro exige la tarea de rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad. Una política que evite el elitismo y erradique la pobreza, que asegure dignidad, fraternidad y solidaridad”, sostuvo.

En este marco pidió que “la Iglesia salga a la calle” y pidió a los jóvenes que “hagan lío” y que “no se dejen excluir y no excluyan a los ancianos”. “No sean cobardes,  no se queden mirando desde el balcón sin participar, entren en ella, como hizo Jesús para construir un mundo mejor y más justo”.
“Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario.”Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que existen en el mundo”, destacó, y cuestionó “la cultura de lo descartable”, “ningún esfuerzo de pacificación será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma”.

Con esos conceptos, el primer Papa latinoamericano coincidió con una corriente de intelectuales, como Zygmunt Bauman y otros, que sostienen que el capitalismo ha sufrido una mutación muy profunda que ha vuelto obsoleta la ética del trabajo construida durante los siglos 18, 19 y casi todo el 20, que impulsaba casi naturalmente a las personas a buscar y desempeñar un trabajo para vivir con dignidad, sustituyéndola por el consumismo salvaje.

La nueva revolución tecnológica ha hecho posible que las maquinas, especialmente las computadoras, desplazan a millones de seres humanos de las líneas de producción de mercancías, al tiempo que diversifican y personalizan la oferta de nuevos productos destinados a satisfacer nuevas necesidades, creadas a su vez con las nuevas técnicas de la mercadotecnia surgidas de las recientes investigaciones en el campo de la neurobiología.

En el mundo del consumismo salvaje, la estructura productiva no genera las plazas de trabajo necesarias para satisfacer la demanda, pero todos los días perfecciona las técnicas orientadas a convertir a todos los seres humanos, desde la más tierna infancia, en consumidores compulsivos. Los esfuerzos que antes se hacían para promover la ética del trabajo: el que no trabaja no come, han sido sustituidos por aquellos tendientes a lograr que la gente consuma para desechar y volver a consumir, en un círculo vicioso infernal que está conduciendo a crisis ambientales cada vez más graves.

La sustitución de la ética del trabajo por el consumismo ha generado una contradicción muy grave que está en el fondo de los problemas de la humanidad: el sistema no ofrece puestos de trabajo suficientes y lo hará cada vez menos, pero exige a todos cumplir su papel de consumidores; consumo, luego existo parece ser la nueva verdad universal, que conduce a ver con desesperación que para consumir las personas requieren vender la fuerza de trabajo pero no hay compradores, lo que empuja a millones a conseguir a como dé lugar los recursos necesarios para no quedar excluidos del único mundo que vale la pena, el mundo del consumo.

La solución de esta contradicción se nos revela si llevamos al extremo la situación descrita: las maquinas realizan todo el trabajo y solo sus propietarios tendrán posibilidades de consumir pues el resto de la humanidad habrá sido excluida gradualmente del maravilloso mundo del consumo. Lo absurdo de esa situación permite entender fácilmente que ninguna estructura productiva puede mantenerse funcionando si no hace posible que las personas obtengan los bienes y servicios que la sociedad considera necesarios para vivir con dignidad. Lograr lo anterior es uno de las responsabilidades mayores de quienes tienen en sus manos las riendas del poder de los Estados, y debe ser el propósito más importante de los movimientos sociales.

Así las cosas, es fácil concluir que la única manera de que la humanidad sea la beneficiaria de los extraordinarios frutos de la revolución tecnológica que ocurre ante nuestros ojos, es que los Estados se responsabilicen de garantizar universalmente los derechos humanos, apropiándose de una parte de la producción de una planta productiva cada vez más automatizada y garantizando su distribución justa y equitativa.

Es en estos propósitos donde podrán confluir los movimientos sociales laicos con los jóvenes católicos que atiendan el llamado de Francisco a no dejarse excluir del ejercicio de los derechos conquistados por la humanidad. ■

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