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domingo, 28 abril, 2024
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Participa el músico y director orquestal en el Festival Barroco del Museo de Guadalupe

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Por: ALMA RÍOS •

■ Fundó a los 16 años la carrera de flauta de pico; ha realizado más de 150 audiciones

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■ Busca desde el congreso Constituyente la educación artística obligatoria para sus habitantes

Horacio Franco es flautista, director orquestal, maestro del Conservatorio Nacional de Música desde hace 30 años, donde fundó cuando tenía 16 de vida, la carrera de flauta de pico. Es también activista “de muchas causas sociales”, actualmente integrado al Constituyente de la Ciudad de México desde donde busca incluir cuatro propuestas que se conviertan en parte de los derechos culturales de sus habitantes.

Estuvo recientemente en Zacatecas para ofrecer un concierto en el Festival Barroco del Museo de Guadalupe, en el que interpretó música de Antonio Vivaldi y Henry Purcell.

Horacio Franco es reconocido como un virtuoso de la flauta, instrumento que conoció al momento de estudiar la secundaria. En aquella etapa de su vida también tuvo la oportunidad de escuchar al piano una obra de Mozart. Ambos hechos le abrirían el camino a una de sus pasiones, la música.

Detrás de sus logros innumerables, que implican la realización de más de 150 audiciones al año en diversos países del mundo, se encuentran las figuras paterna y materna, dice en la entrevista para La Jornada Zacatecas.

“La manera de trabajar como bestia de mi papá”, quien fuera cantinero durante más de 30 años, y la disciplina férrea, dice “muy castrante, como la de muchas madres mexicanas”, de su mamá, quien trabajó en casas para apuntalar la crianza de sus siete hijos. “Eso me formó a mí”.

Sobre la construcción de lo que hoy es Horacio Franco, un virtuoso de la música, un militante de la comunidad LGBTI. Y dice con énfasis, de “todas las causas culturales”, además proyectado con una imagen física poco común dentro de la denominada “alta cultura” y que gusta de ostentar en revistas y libros, un cuerpo trabajado en el gimnasio, tatuajes, aretes, la conjunción de fortaleza física con erudición artística, “no es adrede” ni un producto comercial, sino el resultado de ejercer la libertad de ser él mismo.

Recuerda otra vez de su niñez, que cuando su padre quedó sin trabajo en la cantina en la que laboró por más de 38 años, su madre tuvo que trabajar.

Así, de ser “un niño faldero” y mimado, se convirtió en uno muy solo y reflexivo. A los siete años que contaba entonces, ya pensaba en qué hacer de su vida aunque acepta que con esa edad, “no podía saber nada”.

A los 11 años se descubrió como gay y músico, y a los 17 fue becado en Holanda, donde conoció “la democracia más avasalladora”.

De sus estudios en el Conservatorio de Ámsterdam obtuvo la maestría en 1985 y regresó a México “para darle a mi vida musical un sino representando los valores culturales que aprendí en Europa (…) y tratando de hacer una escuela de música barroca” y contemporánea. Ésta con la que señala, también tiene mucho contacto.

Su intento es “hacer una universalidad del lenguaje musical a partir de la flauta de pico”, el instrumento con el que ha encontrado una identificación plena.

Franco, así el apellido que suena a manifiesto de vida. Cree que cada quien es arquitecto de su propio destino y se declara un escéptico total de divinidades y “espíritus chocarreros”.

Lamenta, no obstante observar que “uno se forja” el camino, que durante la niñez muchos pueden verse “contaminados” por influencias externas, como es el caso de los “chicos sicarios” o los narcotraficantes, quienes por desconocimiento o falta de contacto con otras posibilidades de vida, “precisamente se involucran en esto”.

Encuentra entre las causas de ésta y otras desigualdades del país que le lastiman, el que en México no estamos “permeados por una educación de calidad” ni se planifican las familias de manera eficiente, de manera que se les dé a los hijos amor, educación y bienestar económico.

“Somos un país con muy poca conciencia de la planeación” y por tanto con una paupérrima calidad en mentalidad crítica, dice.

Culpa de ello a los muchos años que tiene México “tomado literalmente a la mala” por televisoras comerciales que difunden la incultura, la falta de educación y los “valores chatarra”.

“Por eso dicen que el Presidente que tenemos lo hicieron las televisoras (…) si fue así que mezquindad, si no fue así, allá ellos. Pero finalmente estamos viendo el resultado de algo: somos un pueblo manejado por los poderes fácticos”.

Hablan las experiencias de vida de Horacio Franco, de alguien que se ha hecho por sí mismo, pues “nunca me encasillé en ninguno de los estereotipos”, ni de compañeros escolares, coetáneos o colegas músicos.

Acerca del tema de esta autoconstrucción, se alude a la figura de Juan Gabriel, sobre quien luego de su muerte escribió un pequeño texto que colgó en su muro de Facebook, y habló en el noticiero de Carlos Loret de Mola.

Dice sobre el cantautor popular que lo respeta por su honestidad, y sin compartir sus maneras de escribir música y texto, “nunca voy a denostar su trabajo porque defiendo hasta la muerte el derecho de creación de todos”.

Aunque no les guste ni al ex director de TV Unam, Nicolás Alvarado ni a él, observa, “Juan Gabriel es un ícono nacional (…) por su manera de ser genuina, auténtica, extrovertida, maravillosa”, que acompañó con letras de sus canciones compuestas por textos francos y muy efectivos.

Le reprocha no obstante, que no declarara abiertamente su homosexualidad, “con esa personalidad tan grande que tenía”.

Esta misma recriminación llegó a hacérsela a Carlos Monsiváis, con quien tuvo amistad e incluso grabó un disco. Acerca del escritor refiere un episodio al momento en que le puso a su féretro durante el homenaje realizado en el Museo de la Ciudad de México, la bandera gay.

Al Divo de Juárez le hubiera gustado decirle: “sal del closet”. Pues haberlo hecho no le hubiera quitado el reconocimiento, el amor y el respeto de la gente, pero sí “le hubiera hecho muy bien a la sociedad mexicana diciendo, miren: el ídolo que tienen es gay”.

Sobre este tema, reiterado por Franco en diferentes entrevistas, agrega, “a nadie le importa lo que hagamos en la cama o no, pero tenemos que dar una imagen diferente de lo que es serlo”.

Horacio Franco se casó en 2011 con Arturo Plancarte, su mánager, en una celebración sui géneris, como todo lo que hace.

“Mi banquete de bodas fue en el puesto de junto de la Delegación” donde los nuevos cónyuges comieron quesadillas “que me supieron a gloria como me sabe mi relación con Arturo”, sentados en unos tambos de Comex. “Eso es lo más maravilloso, es la boda que siempre soñé”.

Con su trabajo, su disciplina, su pasión por la música, su personalidad y militancia en pro de diversas causas sociales, no se ve a sí mismo como un provocador, pero dice que quiere con ello “que la gente sea libre y aprenda a pensar con mentalidad crítica”.

Una mentalidad que él obtuvo en parte de su estancia en Holanda, donde se “despertó” al ver cómo la reina iba por la calle en bicicleta o el primer ministro llegaba a atender sus asuntos de Estado en el más sencillo Citroën.

“Y la gente increpándolo sin ningún tipo de guarura, ¡ah caray!”. Allá cuando un político roba y se genera un escándalo “inmediatamente va a la calle”, comenta.

Desde México y reconociendo las “groseras” desigualdades del país, participa en este momento como diputado al Congreso Constituyente de la Ciudad de México, busca que se incluya la educación artística obligatoria para sus habitantes, que implique el 30 por ciento del tiempo efectivo de la instrucción desde el nivel preescolar y hasta la preparatoria.

La educación tecnocrática no ha cultivado al pueblo ni lo ha convertido en más eficiente, culto y mentalmente crítico, increpa.

Franco pretende también que en cada una de las 16 delegaciones se construya un centro cultural, digno, bien planeado y sin “corrupciones de capitalismo de cuates”, para que “la señora que vive en Tláhuac o Xochimilco” y no tiene tiempo ni dinero para ir al Palacio de Bellas Artes pueda escuchar música de cámara “a cinco cuadras de su casa”.

Le interesan asimismo los derechos de los “artistas minoritarios” que habitan las calles, los músicos indígenas, que en la Cdmx son limosneros, dice. Los bluseros, jazzistas, los que se expresan como esculturas humanas, pintores, grafiteros, que no tienen seguridad social y no pueden ser aspirantes a una beca de la Secretaría de Cultura.

Intenta lograr que la Secretaría de Hacienda haga deducibles de impuestos las donaciones a proyectos culturales. Y aun trabaja en una propuesta que regule y controle la contaminación por ruido, y que denomina como una cuestión de ecología acústica.

Dice por último sobre la elección de 2018 que no ve a nadie en el panorama político que sea la figura “avasalladora” que México necesita, y observa que debe reconocerse que el actual, es un Estado fallido. “Yo creo que en ese sentido, sí tienen que ponerse las pilas”.

 

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