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sábado, 4 mayo, 2024
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Manoel de Barros: retorno al barro de la inmanencia 

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 597 / Poesía / Filosofía

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1

Manoel Wenceslau Leite de Barros mejor conocido como Manoel de Barros. Nació y murió en Mato Grosso a los 97 años, en sus inicios estuvo vinculado a las vanguardias brasileñas, particularmente a la Antropofagia de Oswald de Andrade. Otro gran poeta, Carlos Drummond de Andrade dijo de él que era el mayor poeta vivo de Brasil. Y aunque fue discreto y se mantuvo alejado de los reflectores casi toda su vida, antes de morir recibió diversos premios y reconocimientos por su trabajo y trayectoria. Entre su vasta y compacta obra destacan Gramática Expositiva do Chão (1969), O livro das ignorãças (1993), Livro sobre Nada (1996), entre otros. Después de varios periplos en diversos países de América Latina y de estudiar cine y pintura en Nueva York, regresa a Campo Grande donde se dedica a criar ganado y cultivar sin dejar nunca el oficio de poeta a partir de la edad de 13 años hasta el día de su muerte. Su poesía recupera la oralidad, la cultura y la vida cotidianas. Apologeta de la inmanencia, es un poeta panteísta que efectúa una transfiguración estética de la vida cotidiana y la naturaleza en sus minucias simples (habría cierto paralelismo con el heterónimo naturalista de Ricardo Reis), de ahí la autodenominación de vanguardismo primitivo en su autorretrato:

 

Retrato del artista como cosa: mariposas

Ya cambian los árboles por mí.

Los insectos me representan.

Ya puedo amar a las moscas como a mí mismo.

Los silencios me hablan.

De tarde una dádiva de latas viejas atraca

En mi ojo

Sin embargo yo siento predilección por los lirios.

Las plantas desean mi boca para crecer

Por encima.

Soy libre para el disfrute de las aves.

Doy ternura a los buitres.

Las ranas desean ser yo.

Quiero cristianizar las aguas

Ya puedo sentir el aroma del sol.

(Retrato do artista quando coisa)

 

El retrato del artista como cosa busca retrotraer los seres y las cosas a su vida interior rica en tesituras y sentidos abigarrados variopintos. El retorno a las cosas simples presupone liberar seres y cosas de una mirada racional-funcionalista, permitiendo que las cosas sean en su espontaneidad inmediata sin el filtro de la razón moderna. La subversión de la sintaxis y de la escritura es un quehacer poético que regresa la mirada inocente de la infancia como auténtica percepción del mundo y del sujeto. Desaprendizaje activo y descosificación del mundo, su obra poética ahonda en recuperar los sentidos ocultos al alcance de todos por medio de desinventar el uso diario de los objetos. Aprender idiomas no humanos que reverberan en el murmullo del viento, de la brisa marina y de la noche.

Su obra es una declaración de principios de otro humanismo no antropocéntrico, quizá próximo al sentido franciscano de hermandad con todos los seres sin distingo alguno. El poeta se conmueve por todos los seres despreciados, las cosas ínfimas y vilipendiadas por la perspectiva instrumental y pragmatista del mundo actual: Aprendo com abelhas do que com aeroplanos. É um olhar para baixo que eu nasci tendo. Se pueden escuchar ciertos resabios de El guardadador de rebaños lusitano: “Sabio no es el hombre que inventó la primera bomba atómica. Sabio es el niño que inventó la primera lagartija”. Sugiere los devenires del niño y devenir-naturaleza como agenciamientos existenciales, políticos y poéticos, y sobre todo, un quehacer continuo de resignificar la subjetividad.

Su obra bien podría llamarse Tratado de las Grandezas de lo Ínfimo o Apología de los detalles sagrados larvados en el interior de cada cosa o Summa Ateológica de las cosas que no tienen nombre. Lo cotidiano y lo numinoso, lo común y lo excepcional cohabitan en una escritura celebratoria del mundo: Un girasol en su devenir Dios acaece en Van Gogh. Un hombre en su amanecer pájaro y su atardecer sol baño de luz púrpura. Mientras un niño con mirar de luciérnagas inunda la noche estrellada en la hermandad del silencio. Y justo la infancia fue otro de sus grandes temas, aunque la palabra grande, estaría un poco fuera de la sintaxis de un poeta pensador avocado a lo nimio, el margen, los detalles, lo minúsculo, lo infantil, lo prelingüístico.

La infancia posibilita al poeta devenir niño. Quizá ésa haya sido siempre la cuestión de los auténticos poetas pensadores: Pessoa, Hölderlin, Neruda, Paz. Y de filósofos singulares como Heráclito, Nietzsche, Rousseau, Benjamin, Lyotard, Deleuze, Guattari, Agamben, entre otros. El devenir infante del poeta permite a Barros recuperar la fe en el mundo –según consigna del Deleuze cineasta. El devenir que agencia la infancia como experimentación salvaje prelingüística, afásica, nos abre a lo indeterminado, lo no figurativo y no representativo, a todo aquello que escapa al concepto y la codificación y captura. La infancia posibilita a la poesía y al pensamiento un devenir y una experiencia absolutamente singulares y únicos que sortean la lógica y el orden imperante. Lejos de toda idealización romántica, la infancia es –según Barros– una potencia de desajuste, un estado larvario pre-racional y pre-significante que nos religa con el mundo en su fuerza intempestiva y aurática. Moviliza expresiones asignificantes y prehumanas. Más allá de sus diferencias radicales, poetas y pensadores que echan mano de la infancia para resignificar su propio proceso y trabajo creativo, atisban la apertura de un borde limítrofe que trasciende y trastoca todo orden y discurso racional, y que sin embargo, moviliza una serie de fuerzas, afectos y recursos expresivos capaces de rehacer la subjetividad y la imagen del mundo. La escritura poética de Manoel de Barros tiene dinamita en estado puro para hacer estallar el orden lingüístico preestablecido y abrirse a otros lenguajes no humanos que recrean y amplían la experiencia poética de la palabra pensante. La infancia es un paisaje y un pasaje de un juego libre de subjetivaciones insurrectas.

 

2

Descubrí su obra por medio de la sugerencia de un amigo (Rodrigo Menezes) de leer algunos poetas modernos de Brasil. Su obra compleja y orgánica, tiene una extraña dificultad, pues en su simpleza esconde una profundidad apenas percibida, pero siempre contenida. Su amor a la vida, su humor a flor de piel, no pocas veces impiden apreciar la cuestión de fondo: el canto soberano de la inmanencia desde el corazón mismo de la vida. Todos los temas relevantes de la existencia en clave menor, a partir de sus márgenes y detalles nimios, son abordados por una escritura menor que traduce lo ínfimo y íntimo como lo auténticamente trascendente. En Barros el barro es el principio axial que nos devuelve la desnudez y la pureza del mundo; no hay metáfora alguna, es una poesía simple, descarnada, empero su patetismo queda diluido en el retorno al barro del que venimos y al cual, un día, vamos a retornar. 

Barros es nuestro poeta oriental; redescubre en lo imperceptible miles de matices, sutilezas y tesituras, pero no contento con ello, ahonda y llega a la epidermis de la existencia humana misma y nos retrotrae al barro, a la tierra virgen en su devenir caósmico, orgiástico y telúrico. En sus momentos cumbres, su escritura poética alcanza el canon literario recomendado por el gran maestro Jorge Luis Borges de hacer de la escritura poética un arte expresivo que parece concretarse con la mayor naturalidad, espontaneidad y fluidez. Su escritura sobria, toca fondo en una existencia humana abisal, pero ese tocar fondo, se efectúa como una música suave que se desliza en la superficie de las cosas mismas y las penetra hasta hacer palpitar su corazón mismo. Nos recuerda que si el habla humana es una poética desgastada por la cotidianeidad rutinaria, la poesía de verdad es un retorno a la fuente primigenia de las palabras y les regresa su valor auténtico borrado por los días y el uso abusivo. 

En la poesía de Barros late el barro de la vida misma, el barro del ser y de la existencia sin más que amenaza con disolverlo todo en su fuente originaria, pero antes lo deja en plena libertad en su enigma que revolotea como animal vivo, más bien, como colibrí y mariposa, pues el aleteo de su escritura se despliega más bien como la danza de la existencia misma. Es una poesía en y desde la inmanencia, en y desde la vida misma sin más: “Sabedoria pode ser que seja ser mais / estudado em gente do que em livros”. Paradójicamente elige siempre lo negado, lo silenciado, lo no visto, le regresa la dignidad a las cosas simples y pequeñas de la vida sin más. Barros barre la solemnidad impostada y nos muestra la desnudez esencial, frágil e íntima: el barro de la existencia en su devenir incandescente y vivo.

Algunas de las cosas que más aprecio de poetas y pensadores modernos y contemporáneos es su búsqueda por posibilitar alternativas en los márgenes y umbrales del sistema mundo contemporáneo sumergido en una crisis civilizatoria extrema. Desde una micropolítica festiva, Manoel de Barros tiene la potencia y la gracia de reconectar la vida humana con el devenir viviente desde la simplicidad misma que anima el sagrado cosmos. La escritura poética de Barros hace un barrido del orden imperante y deja entrar a la página voces y devenires no humanos: el canto de las aves, los latidos de la noche, el ritmo del mar, la mansedumbre de la montaña, el amor universal del cosmos en su orgía perpetua de goce sin fin.

 

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