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sábado, 4 mayo, 2024
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Poesía, Antologías y superación personal

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA • admin-zenda • Admin •

Ellos, sobre todo jóvenes, poco a poco ganaron terreno en una literatura mexicana que se compone esencialmente de mafias o de meros grupitos que se protegen unos a otros. Al principio pensamos que se trataba de una broma que caería por sí misma luego de unas cuantas carcajadas. No fue así. Al contrario. Si en un inicio no sabíamos bien lo que escribían, y que ellos se empeñaban en nombrar como “poesía”, en la actualidad es poeta hasta el hijo del vecino.

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Se entiende tal fenómeno literario. La poesía “blanda” se auxilia de meros pensamientos, juega con las emociones como en una sesión terapéutica, recurre al plagio no de versos, tampoco son los jóvenes tan cínicos, sino de tópicos, su estructura se centra en una mera cursilería efusiva, cartitas que nunca se entregaron a la novia, recaditos pegados en la puerta del refrigerador. Lo podemos asegurar ahora que vemos los resultados: la poesía “blanda” es prima hermana de los libros de superación personal. De alguna manera aplican la misma fórmula: terminas su lectura y te invade una estúpida sensación de falsa felicidad. Y si le agregas a tu texto una fotografía, mucho mejor. No importa la calidad de ésta. Puede ser un cielo estrellado de una noche de verano. También nubes donde obligatoriamente debe destacar un resplandeciente sol. O un enorme Cristo que abre los brazos para darte la bienvenida no al paraíso, sino a las nuevas formas de escribir poesía hoy en día. Así las cosas con nuestros jóvenes poetas.     Ni siquiera podemos asegurar que se desperdicia el talento. Ellos acaso ya se encargaron de hacerlo desde que optaron por un género literario para el cual no iban a dar el ancho. O en el mejor de los casos ni siquiera lo tenían. Quizás así los podríamos entender. Pero de ninguna manera los podríamos eximir.

Es fácil identificar a este tipo de poetas. Como primera característica está la de su juventud, y por lo tanto la de su ingenuidad: creen todo lo que les dicen de sus textos, siempre y cuando sea bueno, alagatorio, porque también tienen el coraje y la rabia para rechazar cualquier crítica que vaya contra ellos, así sea constructiva.

El coraje y la rabia. Hay que hacer una pausa aquí. Es de celebrar que sean jóvenes y que los tengan. Sin embargo, en la mayoría de los casos éstas no van más allá de ser una mera zona de confort que los hace parecer rebeldes frente a los demás: un estilo de vida artística que a fuerza de consentirlo se ha convertido en un anodino lugar común. Hasta que pierden la juventud. Algunos de estos jóvenes poetas también encuentran su zona de confort en una anquilosada academia. Licenciatura. Maestría. Doctorado. Y lo que le sigue. Protegidos por ese huevito que es la academia en México, y sobreviviendo con el dinero que mensualmente les otorga el gobierno por escribir ensayos o libritos de poesía que van a parar a los polvosos anaqueles de las bibliotecas, los jóvenes poetas encuentran ahí también un refugio a ese mundo exterior que tanto les aterra. El del desempleo. El de la pobreza. Por eso recurren a las redes sociales para externar sus quejas contra el mismo gobierno que de una u otra manera los mantiene, los institucionaliza, los calla. Visto desde otro ángulo se entiende. Lo que ocurre en las redes sociales es mortalmente efímero, acaso provocador en cuanto al mayor número de likes, en cuanto a las veces que se comparte lo que publican, pero de ahí en fuera hasta ahora ningún país ha sido capaz de organizar una revolución a través de las redes sociales, y uno piensa que acaso éstas fueron inventadas como medida de contención a nuestros jóvenes rebeldes, como mero recurso a la vanidad, un desahogo donde siempre existe la bendita posibilidad de eliminar lo que se publica.

Muchos de nuestros jóvenes poetas crecieron mamando de las redes sociales. Muchos también se valen de ellas para dar a conocer sus creaciones, sus reconocimientos, sus publicaciones pagadas en editoriales independientes que hacen negocio a costa del orgullo de la publicación. Así sean malas. Así estén mal escritas. Lo importante es destacar en una marabunta de ciudadanos inmóviles y boquiabiertos frente al brillo de la pantalla. Damos un click. Pasamos a otra ventana. Mejor aún: borramos ese texto porque no nos quedó como queríamos, queremos que nos quede peor.

Por eso lo que menos importa en la literatura mexicana actual son las antologías. Del tipo y género que sean. Para quien no esté enterado, las antologías literarias han sido, desde hace muchos años, un mero encuentro de compadres y comadres que en torno a una mesa y tragos y bocadillos platican del tema que previamente les ha sido impuesto, en el mejor de los casos. Pocas son las antologías literarias que se precian de sostener un rigor literario. Tras de cada antología que se publica hoy en día hay muchos intereses, sin duda, tanto económicos, como políticos, como de mera promoción de autores que no son capaces de tomar las riendas por sí mismos de su producción literaria.

Hay que tomar las antologías de poesía, de cuento, etc., como una broma bien orquestada. Sobre todo las introducciones: son tan halagadoras que resultan fastidiosas. Son introducciones que no nos hablan sobre las características de los textos de los autores incluidos en la antología, tal vez porque no hay mucho qué decir de su trabajo literario; nos hablan sobre los apóstoles elegidos por alguien que dirige un aparato cultural decadente y corrupto. Y en cuanto aparece una antología también llueven las críticas. Los que se quedan fuera, protestan, porque cómo es posible que no los hayan tomado en cuenta. Los que están dentro, guardan un vergonzoso silencio, porque de cualquier manera ya están dentro, se desperdiciarán recursos económicos, se otorgarán buenas regalías y, con un poquito de promoción, puede que hasta la antología llegue a la segunda edición, donde ahora sí se tomará en cuenta a los que tanto protestaron. ■

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